Peritos de la Administración Federal de Aviación del departamento de Transporte de los Estados Unidos (FAA), recorren la zona donde el martes cayera el avión en el que falleció el secretario de Gobernación, Juan Camilo Mouriño. (El Universal)
Anochece en la “zona cero” de Molino del Rey. Aquí la tragedia tiene olor a tierra mojada, a hierro fundido, a combustible y a dolor… tiene el rostro de la incertidumbre y la incredulidad y tiene la voz del silencio de unos, el grito de otros y del sollozo de unos pocos.
En el enclave de las calles de Pedregal, Ferrocarril de Cuernavaca y Monte Pelvoux, las primeras 24 horas del deceso del secretario de Gobernación, Juan Camilo Mouriño, transcurrieron despacio… bajo la mirada de miles que llegaron en oleadas a saciar su curiosidad de desgracia.
Desde donde los más de 100 militares y 400 policías federales -desplegados en un área de dos manzanas- impiden el paso se ve a peritos federales y capitalinos, estadounidenses, autos calcinados, puestos de comida partidos como hojas de papel… En la pared de un edificio hay marcas de algo que parece sangre…
Aquí, el 4 de noviembre, en medio de la tragedia se vivieron escenas de solidaridad cuando unos 50 vecinos se acercaron a ayudar, pero al día siguiente los que estaban más cerca, los taxistas del Sitio 102, advierten: “¿Cuánto estás dispuesto a pagar para que te platique lo que vimos’”.
En línea recta a este punto se ve la parte más alta de los árboles del parque, vecino a la Fuente de Petróleos (en Reforma y Periférico), se ven con las ramas rotas, los cables de alta tensión arrancados y la zona de impacto con su humareda… hacen suponer la trayectoria del Learjet que llevaba a Mouriño.
Así pues, en la madrugada llegó el procurador Eduardo Medina-Mora, por la mañana el secretario de Comunicaciones, Luis Téllez… guardaron sus palabras para más tarde… y antes del alba llegaron hombres y mujeres vestidos de negro, algunos con abrigos caros, “estamos de luto”.
Antes de las cuatro de la mañana se escuchó un grito: “es una mujer”, entonces se escuchó un sollozo que poco a poco creció hasta convertirse en un alarido… grúas movieron una decena de autos y las ambulancias forenses se movieron… una línea de plástico con la leyenda “Escena del crimen, PGJ” marca los límites a los curiosos.
Para las 8 de la mañana llegaron ejecutivos y oficinistas que laboran en la zona. Algunos veían de rápido, otros se sentaron en la banqueta... no pudieron entrar a sus trabajos. Al mediodía llegaron curiosos con corbata o minifalda, por la tarde y noche personal doméstico y contratistas.
“Estaba parada en la ventana de mi casa, aquí en Tetla y vi una luz que caía, me hice para atrás y luego se escuchó un estallido, como un transformador, pero muy fuerte, y me tiré al piso, se vio una bola de fuego y se fue la luz, bajamos a ver qué era… luego nos acercamos a ayudar”, dice Laura González.
Las autoridades tendieron sogas entre rejas y postes de luminarias para colgar lonas que poco a poco ocultaron de los curiosos la “zona cero”. Llegaron militares y policías federales que reforzaron los cercos. Pero la curiosidad de ellos mismos hacía que vieran por las rendijas.
Rafael Santos trabaja en el Café Beretta. Le dice a su patrona: “gracias a que me regañó y me puso a hacer el menú del pizarrón me salvé… fue un asunto de unos tres minutos”. “Yo me iba por ni hija a la guardería, pero me retrasé… reaccionamos y faltaba mi compañera Lupita.
“Salimos corriendo, luego sentí un reflejo en el aire y un estallido, sentí el calor de las llamas, pero ahí venía mi compañera, corriendo entre mucha gente. Un policía la cubrió con su cuerpo. Cuando llegamos nos pusimos a ayudar con los vecinos, cargamos a un hombre quemado y a otro ya sin cabello”, narra el muchacho.
Pero –interrumpe Yolanda Ramírez, también de Topilejo- había gente con quemaduras tirada en las banquetas… ayudamos como 20 minutos, luego llegó la Policía y nos sacaron de la zona. Alberto Ledesma y su esposa Yisel Hernández, asientan mientras encienden las 32 veladoras de ese altar.