Con 63 años recién cumplidos el medallista olímpico de México 68, John Carlos, no se arrepiente de utilizar su himno nacional para la demostración del Poder Negro. Está orgulloso de ese momento.
Para un atleta convencional no hay nada más importante que una medalla olímpica. Pero John Carlos no era un atleta convencional, y para él lo más importante era tener una voz. Una voz que hablara por los que no podían hablar, un puño que peleara por los que no lo podían hacer. ¿Qué importaba una medalla? Bienvenidos a 1968.
“La medalla no tiene importancia. La medalla probablemente le importa mil veces más a mis hijos que lo que jamás me importaría a mí”, comentó el doctor John Carlos, 40 años después de su visita al podio olímpico en la Ciudad de México, luego de ganar bronce en los 200 metros.
Pero, tal vez ese sea el tercer lugar más recordado de los Juegos. Carlos y el ganador del oro, Tommie Smith, unieron sus corazones e irónicamente, su voz, en un acto silencioso, puños en alto cubiertos en guantes negros, pidiendo a gritos atención a los derechos humanos.
“La única razón por la que gané una medalla era porque la necesitaba para subir al podio”, comentó desde su casa en Palm Springs, California.
Con 63 años recién cumplidos, el atleta de madre cubana no se arrepiente de utilizar su himno nacional para la demostración. Está orgulloso de ese momento.
“Creo que más que cambiar mi vida, llenó los espacios vacíos en ella”, señala, posiblemente sonriendo detrás de la bocina telefónica. “Cuando era niño tenía una visión, en un escenario parecido. Me veía en un estadio, con la gente aplaudiendo fervientemente y en un segundo se convertía en odio, veneno, racismo. Tenía siete u ocho años. Y 15 años más tarde en el podio de triunfadores volví en el tiempo”.
Tal vez volvió a su infancia. O tal vez sólo retrocedió unos meses cuando conoció al doctor Martin Luther King y platicó con él de lo que eventualmente sería la muerte de King y el sentido en la vida de Carlos.
“Creo que Dios me mandó una oportunidad, antes de esos Juegos Olímpicos, de reunirme con el doctor King”, relató. “El doctor King me respondió una pregunta que le hice de ¿si lo habían amenazado de muerte en Memphis, por qué quería volver a esa ciudad? Y me dijo que tenía que volver para defender a la gente que no se podía defender.
Meses después, King fue asesinado en Memphis, Tennessee.
“Eso me marcó mucho porque me di cuenta de quién soy yo y por qué he vivido la vida que he vivido. Porque he estado peleando por la gente menos afortunada toda mi vida”.
Fue por eso que aquel 16 de octubre, Carlos y Tommie Smith (ganador del oro) cerraron sus puños, pero no para pelear, sólo para advertir lo que estaba pasando con el racismo y el odio en el mundo.
“Creo que lo más importante es que tocó todos los aspectos de la sociedad. Creo que esos individuos que pensaban que no tenían que preocuparse por el prójimo porque no somos iguales, vieron renacida su conciencia”, señaló el ahora orador. “Es grandioso ser reconocido, ganarse un Corazón Púrpura, una Estrella de Oro o una medalla olímpica y es triste que cuando llegas a casa y te das cuenta que sólo eres un NEGRO en tu país.
“Queríamos hacer algo que afectara al mundo y sin violencia”.
Sus únicas dos opciones eran: Guante negro, puño en alto y calcetas negras (sin zapatos), o por otro lado un boicot. Tomaron la decisión correcta.
“¿Que si pensé en boicotear? Claro que sí. Estaba en favor de un boicot en ese momento. Queríamos dejar un punto en claro no sólo con el público americano sino con el mundo y ausentar a la participación negra. Sin negros en los Juegos Olímpicos, sin negros en los servicios militares, ¿dónde hubiera quedado Estados Unidos en ese momento?”, señaló Carlos, quien un año después igualara la marca mundial en los 100 metros planos con 9.1 segundos.
De piernas indudablemente veloces, la mente de John Carlos trabaja aún más rápido recordando con lujo de detalle cada momento de su visita a México, donde también recibió motivos para hablar por los que no podían hacerlo... en este caso, los estudiantes.
“Lo primero que recuerdo cuando llegamos al aeropuerto es haber visto muchos soldados. Después supimos que fue por lo sucedido unos días atrás, con los estudiantes, cómo fueron tratados y las atrocidades que sufrieron.
“¿En qué clase de situación nos estamos metiendo? Se están violando los derechos humanos y ahí íbamos a la boca del león”. Tenía que hacer algo. Hablar, defenderse, luchar. Por él y sus causas.
“Esa demostración en la Ciudad de México fue un recordatorio a la sociedad, se les dejó saber que ya no puedes descansar la conciencia. Si las tragedias les pasan a otras personas, a otros grupos, si cierras los ojos mañana te podrían suceder a ti”, dijo.
Y aún con tal lucidez a 40 años del momento que “iluminó” su vida, Carlos aún no recuerda bien de quién fue la idea, mas sabe a la perfección qué sucedió con el guante que aquella tarde en la Ciudad Universitaria cubrió su puño izquierdo y descubrió la conciencia de millones de personas en el planeta.
“La idea fue mía, pero el señor Smith dirá que es su idea. Pero es irrelevante de quién fue la idea, lo importante es que se realizó”, dijo riendo. “Eran los guantes del señor Smith, yo le dije, trae los guantes, él los trajo. Cuando la demostración terminó, le devolví el guante al señor Smith pensando que sería un hombre y me lo regalaría, pero eligió quedarse con ellos”. No tiene el guante. Sí tiene la medalla.
Tal vez se quedó con el objeto menos valioso.