Dicen por ahí que la historia la escriben los vencedores. De manera tal que quienes tienen la sartén por el mango pueden dejar testimonio de sus grandes actos (reales o no) y eliminar los detalles desagradables. Esto resulta especialmente fácil de hacer si se cuenta con una maquinaria propagandística gigantesca, que incluya el sistema de educación pública… como lo hizo el priato durante setenta años, con las lamentables consecuencias que hoy estamos viviendo: un México lleno de mitos, prejuicios, héroes falsos, y con más atavismos que un integrista musulmán.
Pero una cosa es la historia como se escribe, y otra el cómo fue registrada fotográfica, filmicamente. Ahí sí que se requiere de la intervención de técnicas y procedimientos más sofisticados. Y muchos poderosos han hecho todo un arte del borrar del pasado a los indeseables.
Stalin se pintaba solo para eliminar a sus enemigos, y no sólo con el muy soviético tiro en la nuca: los hacía desaparecer de las fotos comprometedoras, mediante brochas de aire y otros recursos por el estilo. Así, durante su dictadura, no se publicó una sola foto en la que Lenin estuviera al lado de Trostky, el acérrimo crítico y rival de Stalin. En muchas ocasiones, el odiado enemigo había sido simplemente borrado de la imagen… alterando de esa forma la historia. Lo mismo ocurrió con otros antiguos camaradas de Stalin, que fueron desapareciendo de las fotografías a medida que Koba los iba mandando ejecutar. No quería que se le relacionara con esa chusma… a la que estaba enviando al paredón con pasmosa regularidad.
Otros tiranos siguieron el ejemplo. El escritor checo Milan Kundera comenta un dato irónico: cuando los comunistas se hicieron del poder en Checoslovaquia, se tomó una célebre foto en que aparece la dirigencia roja en pleno. Al líder supremo se le volaba el sombrero con el viento, por lo que uno de sus segundos lo había tomado para que no le molestara. Años después, el líder fue ejecutado en una de tantas purgas, y tuvo que desaparecer de la foto oficial… pero no su sombrero, que seguía apareciendo en la mano del lambiscón: el sombrero, si no el hombre, había sobrevivido para la posteridad.
Todo esto se nos vino a la mente al enterarnos de la burda maniobra de Televisa por borrar la imagen de Santiago Creel en una de sus emisiones. Aparte de la torpeza que demostró la televisora de San Ángel, cabe preguntarse qué razones ulteriores tendría para cometerla. ¿Fue una especie de ceremonia vudú, en donde el muñeco y los alfileres fueron sustituidos por el video y el Photoshop? ¿Al rato vamos a ver en la pantalla un desfile de rostros borrosos, aquéllos de quienes no son bien vistos por la empresa? ¿Y no les parece un tanto infantil tratar de castigar así a quien consideran indigno de aparecer en horario AAA?
El problema es que, al principio, muchos se burlaron, considerando un capricho infantil el que Stalin borrara a Trotsky de las fotografías en que aparecía con Lenin. Después, mucho me temo, nadie se reía. Ni de eso, ni de nada.