El Hijo del Santo ha cumplido un cuarto de siglo como heredero de la máscara plateada, y brilla con luz propia en el firmamento luchístico mexicano. (El Universal)
La leyenda de plata está más viva que nunca. El Hijo del Santo ha cumplido un cuarto de siglo como heredero de la máscara plateada, y brilla con luz propia en el firmamento luchístico mexicano.
El sueño comenzó hace 25 años. Sin que su padre estuviera enterado, en aquel entonces debutó con el nombre de Korak. Seis meses duró la refriega alejado de la leyenda de plata, hasta que recibió luz verde del Santo para utilizar la gloriosa máscara y presentarse como el Hijo del Santo.
El plateado recuerda el día que lo marcó para siempre: “Fue muy bonito, un lunes 18 de octubre, en el que viajé en avión solo, llegué a un lugar que no conocía, veía a la gente y me preguntaba si estarían en el debut del Hijo del Santo, compré los periódicos locales y me emocionó mucho ver los anuncios donde mencionaban mi debut”.
El lugar fue la Arena Nuevo Laredo, donde haciendo pareja con Ringo Mendoza derrotó a Sangre Chicana y Coloso Colosetti: “Después de la lucha, lo primero que me preguntó mi padre fue si se había llenado la arena; el Santo se caracterizó por ser un luchador taquillero y le dio mucho gusto cuando le dije que se había quedado gente afuera”.
Al paso del tiempo, el Hijo del Santo valora la oportunidad de llevar la máscara plateada: “es maravilloso llevar la leyenda del Santo a mis espaldas, recuerdo que mi debut fue lleno de nervios y expectación, fue un sueño acariciado por muchos años que ese día se cumplió”.
Las comparaciones han ido a la par de su carrera: “es un orgullo que te comparen, lo que molesta a veces es que lo hagan con dolo, porque es algo que te lastima”.
Más de 40 máscaras y un número similar de cabelleras dan forma a una historia de éxito, donde sólo hay algo que nunca pudo lograr: “nunca tuve la oportunidad de luchar al lado del Santo, estuve con él en muchas arenas, donde se despedía y me presentaba como su sucesor, es una de las pocas cosas que no logré en mi carrera”.
DETRÁS DE LA MÁSCARA
Vivir detrás de la leyenda de plata ha convertido al hombre detrás de la máscara “en una persona agradecida con la vida y que ha cumplido sus sueños; soy un hombre que disfruta a su familia, su hogar y que intenta ser feliz”.
Su relación con el personaje se ha tornado en un amor sin reproches: “la máscara no me ha robado nada, ni la persona ni la máscara se han quitado nada; creo que la persona admira al Hijo del Santo y el luchador reconoce el sacrificio y labor que hace la persona para que el Hijo del Santo brille”, agrega.
Desprenderse del personaje fue algo que aprendió en casa: “crecí con esa dualidad y me doy mis permisos para tener vida personal, y también aparecer como el Hijo del Santo en lugares públicos”. La idolatría seduce y lejos de cansar da miedo que desaparezca: “te mentiría si te digo que llega a cansar, quizá hasta hay temor de que se vaya; la fama es un regalo que te da la vida, y la disfruto en el sentido de estar cerca de la gente, sería muy triste que me ignoraran.
“El sitio más extraño donde he luchado fue en Rochester, Inglaterra, donde luché en una iglesia católica, fue algo hasta irreverente, pero, bueno, así eran la cosas. “Hace poco estuve en Manila, Filipinas, allá no existe la cultura de la lucha libre, pero cuando andaba por las calles enmascarado, la gente se me acercaba. La magia de la máscara es tan grande, que atrae la atención de la gente.
Sin embargo, no hay nada claro en el futuro de la dinastía: “tengo un hijo de 12 años, pero no lo voy a forzar. Si él quiere ser luchador lo voy a apoyar, pero el respeto y el amor por la lucha libre ya los tiene”. El heredero del Santo sabe que la vida en el ring no es sencilla: “es mucho sacrificio estar lejos de la familia, donde la soledad se convierte en tu fiel compañera.
“Hoy es más fácil regresar de los viajes, y las ausencias son más cortas; ese era un reproche que yo le hacía a mi padre, que no estaba conmigo, pero ahora lo entiendo y lo admiro más, por haber soportado meses alejado de su familia para traer el sustento a casa”, comparte.
El Hijo del Santo es un gigante arriba del ring, que sólo teme a un enemigo silencioso que lo ataca cuando está lejos de casa: “le temo a la soledad, por eso me hago su amigo, prefiero aliarme a ella para pintar, leer y escribir; no sé estar solo, no me gusta”.
Del retiro poco le interesa hablar: “cuando te das cuenta que la gente se sigue prendiendo y emocionando, quiere decir que estás vigente. Recientemente tuve dos mano a mano con Doctor Wagner y fue espectacular, me siento bien físicamente, y mínimo diez años más doy lata”, finalizó.