“Yo creo que el pueblo americano… espero que el pueblo… no creo, déjeme… espero que el pueblo americano me tenga confianza”.
George W. Bush
En un programa de televisión durante la noche del 4 de noviembre, tras definirse la elección presidencial en los Estados Unidos, la analista mexicano-estadounidense Ana María Salazar aseguraba que Barack Obama debía levantarle un monumento a George W. Bush. Efectivamente, sin las excepcionales habilidades de este personaje habría sido mucho más difícil para Obama conquistar la Presidencia del país más poderoso del mundo.
Bush bien puede ser el peor presidente de los Estados Unidos en las décadas recientes. Johnson quizá se equivocó con su escalada militar en Vietnam, pero logró mucho más que cualquier mandatario con sus medidas para promover los derechos civiles y para construir la “gran sociedad”. Nixon era un mentiroso arrogante y malhablado que impuso controles de precios con resultados desastrosos y espió a sus rivales en Watergate, pero estuvo dispuesto a retirarse de Vietnam y logró la histórica apertura a China. Carter fue ineficaz y timorato, pero le dio un valor crucial a los derechos humanos y logró la firma de los acuerdos de Campo David entre Egipto e Israel. Reagan era dogmático y se dormía en las juntas, pero era un magnífico comunicador y logró el triunfo en la guerra fría frente a la Unión Soviética. Clinton era un mujeriego incorregible, pero también un brillante estadista que eliminó el déficit de presupuesto y empezó el período más prolongado de crecimiento en la historia del país.
El presidente saliente de los Estados Unidos parece conjuntar todos los defectos sin ninguna característica que lo redima. Heredó de Clinton un superávit de presupuesto de 128 mil millones de dólares que convirtió en el mayor déficit en la historia: 438 mil millones de dólares en el año fiscal que concluyó el 30 de septiembre de este 2008. Aumentó la deuda pública de 5.7 billones a 9.9 billones de dólares entre 2000 y el 2008, la mayor alza nominal en toda la historia de Estados Unidos y, de hecho, del mundo. Castigó el ahorro y promovió el endeudamiento público y privado a un grado tal que provocó en este 2008 la mayor crisis financiera desde 1929.
Bush desoyó las advertencias de sus propios asesores de seguridad, como Richard Clarke, acerca de la peligrosidad de Al Qaeda y se obsesionó en cambio de tal forma con Irak que no pudo impedir los atentados del 11 de septiembre de 2001. Atacó Afganistán, lo cual quizá estaba justificado por la protección que el Talibán brindó a Al Qaeda, pero de inmediato abrió un segundo frente en Irak argumentando que este país tenía armas de destrucción masiva que nunca se encontraron. Hasta la fecha no ha podido sacar a las tropas de su país de estos dos frentes de guerra.
Bush no compensó estos errores con algún acierto importante. No ha sido un buen comunicador como Reagan. No ha tenido algún gran éxito de política exterior como Nixon o Carter. No ha entendido cómo funciona la economía como Clinton y ha tratado de resolver todo problema con inyecciones de dinero propias de un populista como Chávez.
Algunos analistas le han creído a Bush su propia retórica y lo han descrito como un fanático de la derecha que quiere que la libertad y los mercados hagan todo sin ninguna intervención del Gobierno. Pero sus acciones hablan mucho más que la demagogia.
Bush ha sido quizá el presidente más intervencionista en la historia reciente de los Estados Unidos. Ningún presidente, y mucho menos un demócrata, ha empujado el gasto y el déficit gubernamental a los niveles que él lo ha hecho. Ninguno reaccionó ante una crisis financiera comprando “activos tóxicos”, cartera sin valor, y nacionalizando bancos. Ninguno ha buscado con tanto afán meter al Gobierno entre las sábanas de los gobernados al buscar, por ejemplo, una prohibición constitucional de los matrimonios entre homosexuales. Nadie antes que él había utilizado el poder de las Fuerzas Armadas de los Estados Unidos para saldar una vieja cuenta personal de su padre con el presidente de otro país, Saddam Hussein.
La verdad es que, lejos de ser un fanático de la libertad, Bush ha sido un promotor de la intervención gubernamental en la economía, en las relaciones internacionales y en los vínculos más íntimos de las personas. Quizá por eso ha sido rechazado de manera tan contundente por un pueblo, el estadounidense, que mantiene un instinto libertario a pesar de todas las transgresiones que ha cometido. La aprobación que obtuvo Bush de los estadounidenses este primero de noviembre, un día antes de las elecciones, fue de apenas 26 por ciento, según encuestas de Fox/Opinion Dynamics y de NBC/Wall Street Journal. Se trata de una de las cifras más bajas en la historia para cualquier presidente de los Estados Unidos.
Obama tiene sin duda el carisma y la inteligencia para haber ganado la Presidencia de Estados. Pero no descontemos el enorme apoyo que recibió de Bush.
FIN DE UNA INDUSTRIA
Ford perdió 129 millones de dólares en sólo el tercer trimestre de 2008. General Motors, la otrora mayor empresa del mundo, no tiene efectivo para cerrar el año. Chrysler está buscando comprador. Las tres han pedido dinero a Washington, pero de nada servirá si no cambian las prácticas sindicales y empresariales que han acabado con su competitividad.
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