Mientras en el Centro de México la clase política no da golpe certero, en Estados Unidos se aprovechó la cumbre de presidentes de América del Norte para denostar a la izquierda mexicana.
El presidente Felipe Calderón utilizó la tribuna en Nueva Orleáns para lanzar una dura crítica al PRD de quien dijo empobrece su imagen pública “por comportamientos que, simple y sencillamente, los ponen en ridículo”.
Pero Calderón equivocó su postura por dos razones políticas básicas: en primer lugar los trapos sucios se lavan en casa por lo que no es necesario ni conveniente fustigar a un partido mexicano desde el extranjero.
En segundo lugar porque la reforma energética enviada por Calderón al Congreso adoleció de muchísimas fallas, la primera fue no haber realizado una consulta amplia y profunda entre los sectores económicos y grupos políticos de México.
Si Vicente Fox se destacó durante su régimen como el presidente de los escándalos familiares, el presidente Calderón puede pasar a la historia como el mandatario de las reformas “light” o simplemente las mini-reformas.
Calderón cayó en la trampa de los partidos políticos quienes lo impulsan a lanzar iniciativas de ley que no son trabajadas a fondo, vaya, ni siquiera consultadas entre los principales sectores del país, para luego tomar ellos el mando del escenario político.
Así sucedió el año pasado con la reforma fiscal que francamente ni a reforma llegó y cuya aprobación fue negociada por una ley electoral en donde los partidos retomaron el control de las elecciones con la complacencia del presidente Felipe Calderón.
Es cierto que los mexicanos están hartos del autoritarismo presidencial, pero tampoco quieren que sean los partidos y sus líderes quienes asuman el mando del país.
Lo que desean es mayor injerencia y decisión de los ciudadanos en los asuntos de Gobierno, pero desgraciadamente no está ocurriendo así como ya lo constatamos con la muerte de la era ciudadana al interior del Instituto Federal Electoral.
Calderón cayó en la jugada del tricolor y lanzó al ruedo una iniciativa de reforma energética que propone cambios importantes en la injerencia del capital privado y extranjero, pero se queda corta en la reestructuración interna de Petróleos Mexicanos que es a todas luces el botín de los gobiernos en turno.
Además de sus cambios “light”, la iniciativa fue presentada en momentos muy inoportunos cuando observamos a nivel mundial la codicia desenfrenada de empresas y gobernantes por el mando y control de los asuntos petroleros.
Así mientras en Norteamérica las empresas petroleras reportan ganancias estratosféricas por el disparo de los energéticos, en Venezuela el mandatario Hugo Chávez se apodera del país basado en el poder inconmensurable que le brindan los ingresos del crudo.
Pero volvamos a México. Las reformas “light” del Gobierno calderonista dejan victorias políticas efímeras que tarde o temprano habrán de cobrar las facturas.
Al PAN y a su presidente Calderón no debe olvidarse que las elecciones presidenciales las ganaron por una nariz y que luego del conflicto post electoral de 2006 están obligados a negociar con gran paciencia y visión cada paso y acción de Gobierno.
Era evidente que una reforma energética con esas características levantaría esta virulenta reacción de los perredistas y las huestes de Andrés Manuel López Obrador.
Que no se asusten, pues, por las hordas bárbaras de la izquierda mexicana, cuyos militantes esperan ansiosos los traspiés del Gobierno para montar su función pública.
Hay que gobernar entonces con mayor inteligencia y sagacidad para no caer en el juego de los partidos que luchan denodadamente por arrebatar su lugar al Poder Ejecutivo.
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