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Calificaciones a la alza

Las laguneras opinan...

Laura Orellana Trinidad

Hace algunas semanas asistí a una reunión en donde se tocaron temas educativos. La educación siempre suscita múltiples interrogantes porque es un proceso que no puede separarse de las dinámicas del mundo social. Un tema en el que debiera ahondarse con profundidad en México, es la inflación de notas.

La inflación de notas es una metáfora que se refiere, según el investigador Horacio Matos, a que “la tasa de crecimiento de las calificaciones exhiba una tendencia significativa y autosostenida a través del tiempo y que dicha tendencia se observe aún después de controlar el conjunto de variables que determinan el nivel de aprovechamiento académico de los educandos, muy particularmente su calidad”. En otras palabras, se trata de un fenómeno en que los profesores otorgan a sus alumnos calificaciones cada vez más altas. Para Matos, las tasas de crecimiento de las notas comenzaron a subir en la década de los setenta, incluso en las universidades más prestigiosas de Estados Unidos como Harvard, sin que aparentemente existiera un correlato con la calidad. Precisamente en Harvard, se ha constatado que el 22% de los alumnos en 1966 obtenía una calificación de A (equivalente a 10), pero para 2003 el porcentaje de alumnos que recibían esta nota había aumentado al 46%. Podría argumentarse que en el umbral del tercer milenio hay mejores aprendizajes, mejores alumnos, mejores prácticas educativas o por el contrario, que hay menos exigencia, más laxitud y por lo tanto se requiere de un menor esfuerzo para alcanzar buenas notas. Diversos investigadores, básicamente norteamericanos, han ahondado en el segundo supuesto.

Una de las hipótesis más plausibles, es que la calidad en las instituciones educativas privadas se ha ligado de una manera cada vez más estrecha a la satisfacción de los alumnos, que son vistos como “clientes”. Stuart Rojstaczer, profesor de la Universidad de Duke –una de las universidades privadas más reconocidas en los Estados Unidos, en la que han estudiado personajes como Richard Nixon, Ricardo Lagos o Hans Dehmelt, ganador del premio nobel de Física en 1989- afirma lo anterior: “Tanto los alumnos como sus padres desean notas altas. Dado que los estudiantes son consumidores del producto educativo por el cual pagan, se espera que se cumplan sus deseos, no sólo se recibirá una buena educación, sino además, una recompensa por su cuota de inscripción. Entonces, ya no asigno notas de C (entre 7 y 8) al igual que la mayoría de mis colegas. Y puedo imaginar fácilmente que vendrá una época en la que diré lo mismo respecto a la nota de B (entre 8 y 9)”. Estos investigadores han reunido testimonios de profesores universitarios en los que se hace patente el hecho de que no están dispuestos a arriesgarse a poner notas bajas, puesto que eso implicaría, muy probablemente, que los próximos alumnos no deseen inscribirse en sus cursos.

Joaquín Medín Molina apunta que este problema refleja la creciente visión de la universidad como una empresa o corporación. El investigador indica que deberíamos preocuparnos porque un gran número de alumnos, al presionar por obtener notas altas, no pone su propósito en el aprendizaje, sino en la transacción de la compra-venta. Otros trabajos en la línea de la inflación de notas sugieren la excesiva importancia que se da hoy en día al bienestar psicológico de los alumnos; los directivos o profesores de las universidades consideran que su autoestima puede verse mermada con bajas notas o materias reprobadas.

Este problema, como supondrán, tiene múltiples aristas y efectos en la vida contemporánea: ¿Qué alumno se esforzará si con el menor intento puede obtener una buena nota? ¿Qué tipo de profesionistas egresarán si durante toda su trayectoria universitaria hicieron todo con una mínima exigencia?

El problema también nos lleva al asunto de la evaluación. ¿Cómo evaluamos los profesores, de tal suerte que resulte imposible distinguir un buen producto, resultado de un aprendizaje, de otro que no posee un grado de dificultad suficiente? El problema de la inflación de notas es que un mismo trabajo es recompensado con mejores calificaciones y esto desalienta definitivamente a los alumnos que desean rigurosidad y exigencia, aquellos que realmente tienen un interés por aprender.

En la reunión que asistí se elaboró esta pregunta: “¿Qué aprende el alumno cuando obtiene una nota alta por un pobre desempeño? Ciertamente no aprendió lo que se esperaba en el curso, en cambio, aprendió a usar la Ley del menor esfuerzo.

Las universidades hoy en día y más que nunca tenemos varios retos que en el contexto de la modernidad son más difíciles de alcanzar: la formación integral de los alumnos (desafío que cada vez asume menos la familia); hacer significativos y retadores los aprendizajes y sobre todo, volver a poner en la mesa el gozo y la necesidad del conocimiento como algo inherente a la vida humana.

lorellanatrinidad@yahoo.com.mx

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