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Caminata

Relatos de Andar y Ver

Ernesto Ramos Cobo

Parece ser que de cualquier forma, y pese a todo, seguirán mis pasos sucediéndose interminables por donde sea, y que al final de cuentas, ya recargado sobre la almohada, todo continuará pareciendo un gran sinsentido. Me gustaría un día cerrar los ojos, tranquilamente, y que no ocurriera nada.

Hace días anduve por allí una vez más caminando. Con pasos lentos por la calle Pitt hacia Delancey, intentando de cuclillas fotografiar la soledad de un resquicio cuajado de gatos. Buscando, fotografiando, perdiendo reverendamente el tiempo durante todo el día. La mañana clara –por ejemplo, en la ciudad que embullé en cada instante. Un mosaico de distracciones que sopesa, por lo menos, cuando hambriento de imágenes me desbordaba a hurgar cualquier cosa por las angostas aceras.

Sin embargo, ignoro por qué percibía que mis pasos tenían ritmo de retroceso y caída. Sentía la percepción de no encontrar nada. Buscaba sin encontrar, mientras las imágenes continuaban sucediéndose una a una: perfiles de pacientes señoras peinándose en una esquina; las bolsas de basura escurriendo mierda con olor a escondrijo; la botella abandonada en las escaleras del subterráneo; la telaraña en el concreto. Y así otros barrios. Otros pasos. Otras búsquedas. Sin encontrar nada.

Suffolk, Norfolk, Orchard, Allen. Más adelante otras calles.

Y en toda esa cuadrícula callejera mis pasos descubrían huecos, plazuelas, árboles, pequeños puentes, orillas de los ríos. Y en tanto me sentía pedido intentaba engañarme, pensar que tal vez el Octavo Piso estaba atrás, y así seguía caminando durante algunas calles, y se desbordaba la tarde, y las ventanas de los edificios se iluminaban, y de ellas salían gritos, y el Sol se ocultaba más allá de los ríos. Y yo me quedaba en silencio.

Y no había entonces nada más. Solamente correr e intentar regresar a cualquier lado. Recordando las siluetas retratadas. El gesto de falsa desesperación, eso que buscamos y que se nos escapó de las manos, y las figuras del fondo que salieron borrosas, la mujer del autobús que dibuja su odio en el lente, que observa el lente justo como lo deseábamos, mas el tipo de a su lado se ha tapado la cara, arruinando del todo. Nada podrá ser perfecto. Siempre todo tendrá algo que lo arroje al traste. Y entonces es preciso resignarnos desde ahora.

Porque aunque continuamente exploremos los bolsillos —cerciorándonos que allí siguen los rollos, siempre habrá algo. Una sorpresa. Y al fin de cuentas, ya recargado sobre la almohada, continuará todo pareciendo un gran sinsentido, al menos hasta la próxima caminata.

http://ciudadalfabetos.blogspot.com

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