Las caóticas escenas en estos días en nuestras dos cámaras legislativas son pruebas de que, sin saberlo, México se encuentra en una crisis mucho más profunda que nos imaginamos.
Las crisis no tienen que presentarse en forma de invasión extranjera. Ésta se combate con denuedo militar. Hay crisis que se dan en el frente interno de la economía en términos de quiebras y derrumbes de empresas, desempleo masivo, colas de indigentes esperando su ración de caridad. A esas crisis se responde con políticas rápidamente ejecutadas de gasto público inteligente y disciplinado.
Las crisis más siniestras son las que no se perciben como tales y se creen parte del devenir acostumbrado de una nación. La laxitud frente al reto desde siempre conocido y desatendido y la negligencia ante la obligación aplazada.
Los retos que ahora tenemos en frente son formidables: décadas enteras de perverso abandono de las zonas rurales campesinas por parte de la inmoralidad política en que la Revolución cayó utilizándolas para cosechar votos. La debilidad del campo se acompaña con la desorientación actual de una industria al garete en un mar de intereses de empresarios nacionales y extranjeros sin más lealtad que al nicho más nuevo de mercado.
La urgencia de resolver nuestras carencias y nuestros atrasos se ha precipitado en este sexenio y, como era de esperarse, los esfuerzos por responder a ellas se han estrellado cada vez más brutalmente contra el muro de inercias y corrupción política que quieren que siga imperando el modo tradicional de tratar los problemas dejándolos pasar hasta que parezcan disolverse, confiando en que nada pasa mientras no se encienda la furia popular.
La educación y el problema fiscal son, entre varios, dos temas que tienen que resolverse lo antes posible. Del primero depende el grado en que levantemos la calidad de nuestra población en términos de productividad y de calidad humanística.
De la reforma fiscal depende no sólo el que haya fondos para que el Gobierno realice programas sociales de todo tipo. De ella depende el que Pemex pueda ampliar sus presupuestos y extender sus operaciones a las zonas que se requieren vitalizar como también las del Golfo de México.
La reforma de Pemex que ahora presenta el presidente Felipe Calderón, da al Poder Legislativo la oportunidad de explorar, explotar, procesar y refinar sus mantos petroleros siempre asegurando al pueblo mexicano la propiedad del recurso.
El financiamiento de las necesidades de Pemex a través de los Bonos Pemex, ofrece una importante innovación de la que todos podremos beneficiarnos.
El asunto del petróleo es sólo ejemplo, uno de los más importantes, de la lucha que tenemos que librar los mexicanos para poder en orden nuestra casa.
Una faceta de la crisis sorda que vivimos es la incapacidad de las fuerzas políticas para usar la democracia como canal para legislar como conviene a la urgencia de los intereses nacionales de largo plazo.
Mientras las dos Cámaras del Congreso se revuelven en el caos más lamentable, los problemas económicos y sociales del país se profundizan dando pie a que se intensifiquen las expresiones callejeras promovidas por los que apuestan a la multiplicación del desorden reuniendo argumentos para la toma del Gobierno, en 2009 y luego en 2012, usando la vía electoral, hasta el punto en que pueda convenirles, para instaurar su peculiar forma de Gobierno autoritario.
En 2008 la ciudadanía tiene que actuar para prevenir lo que bien puede acontecer a la distancia de un año o cuatro. Hay que exigir firmemente a nuestros legisladores una actuación clara y decidida orientada estrictamente a los asuntos que urge atender. Deben sustraerse de las discusiones y debates que no reflejan más que disensiones y pleitos interpartidarios.
México no espera. La confusión que estamos presenciando es extremadamente peligrosa y está fríamente calculada para llevar al país al desastre que sirva de trampolín a los que están listos para secuestrar nuestro sistema democrático que tanto trabajo nos costó montar.
Coyoacán, D.F., abril de 2008.
juliofelipefaesler@yahoo.com