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Celebración de derrotas

Jesús Silva-Herzog Márquez

País al revés: los ganadores protestan, los perdedores celebran. Quien impone sus condiciones llama a la resistencia; el vapuleado invita al brindis. Sí, sé bien que en esto de las negociaciones no hay quien gane todo ni tampoco quien se imponga en todo. Sé que, tras la política de los hechos viene la comercialización de los hechos. Entiendo que en la política de las transacciones hay cosas que deben cederse y que la velocidad de las reformas deseables debe acompasarse con el ritmo de la política real. Está bien todo eso. Pero que no nos digan que lo sucedido en el pasado reciente es el mejor de los mundos posibles. Que no nos digan que lo que logra nuestra clase política era la única sopa en el menú del presente. La retórica del conformismo será convincente para los conformistas.

De la reforma de Pemex podrán decir cosas valiosas los expertos. Yo, que estoy muy lejos de serlo, veo una reforma en sentido contrario a la reforma propuesta por el presidente. No dudo que implique un cambio importante en el régimen de la empresa pública, pero el corazón del cambio propuesto por el presidente Calderón estaba en otro lado. Cuando despegaba la iniciativa, se nos llamó a respaldar una propuesta que abría caminos de colaboración de Pemex con otras empresas petroleras del mundo. Se nos dijo que era la única manera de aprovechar un “tesoro” que no podríamos encontrar y explotar solos. El tesoro estaba muy lejos, nuestros ingenieros no tenían la tecnología, no podíamos invertir solos. Necesitábamos una colaboración que trajera tecnología e inversiones. Se subrayó la enormidad de la riqueza oculta: se difundió que con el líquido que encontraríamos en las profundidades del océano, construiríamos hospitales, escuelas, caminos, presas. De nuevo se nos vendió la idea que el petróleo—gracias a las inversiones que atraería la reforma— nos sacaría de pobres. Así lo anunció el presidente de la República y con esa cantaleta nos bombardearon por televisión. ¿Qué queda de ese propósito? Nada. Tenemos el derecho de comparar la oferta del vendedor y el producto que hemos recibido. Y la mercancía no corresponde al comercial. De hecho, la reforma aprobada por el Congreso se inspira en la filosofía contraria: la planeación estatal, la inversión del Gobierno y la selección de cuadros burocráticos modernizará la industria, convirtiendo a Pemex, en la catapulta del desarrollo del país. El contraste entre la propuesta inicial y el resultado final no podría ser mayor. Y no es que en un inicio hubiera habido una gran ambición. No es que el Calderón radical haya sido moderado por el prudente Congreso. La timidez calderonista fue notoria desde el arranque. Pero entonces había un rumbo, un rumbo tímido que la negociación parlamentaria alteró sustancialmente. El Congreso no desvió, no moderó la reforma energética del presidente Calderón: la mandó al lado opuesto de sus propósitos.

Por eso resulta penoso observar al presidente mexicano hablar del carácter “histórico” de la reforma. Por eso resulta un tanto patético escuchar a un presidente panista repetir, con la convicción de un merolico, lemas sin sentido como la mística conexión entre la soberanía y el chapopote de la entraña nacional. El “reformista” rindiendo pleitesía ante la virgen de la capilla contraria. Reforma histórica, la más importante desde la expropiación petrolera, gran paso adelante, la catapulta de la futura prosperidad nacional. Curiosa confianza la del presidente: una reforma administrativa del monopolio estatal logrará: “Contaremos así con más recursos para construir más escuelas, más clínicas y hospitales, más caminos, carreteras y puentes, más redes de agua potable y drenaje, más electricidad, más vivienda y más programas sociales para combatir la pobreza, a fin de que tú y tu familia puedan vivir mejor.” Eso dice el presidente Calderón. No me cuento entre los millones que le creen.

Lo que el Ejecutivo promueve como negociación fue, en realidad, un ejercicio de allanamiento. Lo acontecido parece buen síntoma del atasco del país y del estilo político del presidente. Dos de las reformas relevantes de la actual Legislatura obedecen de manera directa a la visión, a la ideología, a los intereses de la Oposición perredista. Aun con su ambigua lealtad, con todos sus desplantes de rebelión, quizá gracias a sus amenazas de incendiar al país, el rumbo del Congreso en esta Legislatura lo ha definido en buena medida el PRD. El Gobierno de Calderón no ha rebasado a sus antagonistas por la izquierda: ha sido la izquierda la que se le ha impuesto, desde el Congreso, con la colaboración de su partido. Lo mismo sucedió con la reforma electoral. El PRD acusó al árbitro electoral de ser parcial: el Congreso eliminó al árbitro. El PRD denunció que eso lo que ellos llaman “guerra sucia” había puesto en desventaja a su candidato: el Congreso prohibió las campañas negativas. El PRD argumentó que los medios habían abusado de su poder atacando a su candidato: el Congreso redefinió las relaciones entre los medios y los partidos. La reforma electoral que el presidente Calderón aplaudió entonces, y vuelve a aplaudir ahora es una reforma que sencillamente haría imposible una victoria como la suya. Al presidente le gusta aplaudir sus derrotas. Pero que él se esté encariñando con sus derrotas no las convierte en victorias.

A eso conduce la filosofía política del posibilismo: al festejo de la capitulación política como fruto de la negociación democrática. Parece que el Gobierno de Calderón tendrá mucho por qué brindar en el futuro próximo. Como a su antecesor, ya le tomaron la medida.

http://www.reforma.com/blogs/silvaherzog/

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