De tiempo en tiempo los periodistas diferimos al enjuiciar a las ciudades que habitamos. De vez en vez aparecemos en total acuerdo. Callamos, si embargo, ante el desgano de las autoridades para corregir las faltas de respuesta y entonces nos aburrimos de mantener un inútil empeño crítico. Raras veces la indignación nos hace estallar en santísima cólera.
Vivimos en Saltillo desde hace muchos años y hemos contemplado que la ingente tarea de embellecer el llamado “centro histórico” se torna inútil palabrería y promesas incumplidas. La junta del centro histórico –así en minúsculas- se junta para hablar, tomar café y mordisquear galletitas; nada más para eso. Hay muchos proyectos y pocas realizaciones: las banquetas siguen siendo trampas mortales para los transeúntes, las casas de adobe están que caen y no caen, se anuncian estudios para esto y para lo otro pero no se producen hechos concretos. Es el juego de nunca acabar.
¿Y cómo puede acabar lo que ni siquiera se inicia? Hay acciones y hay reacciones. La llamada Junta podría tornarse en una cena de negros, pero las muchas palabras sin acciones ejecutivas de nada van a servir. Los entusiasmos verbales son inútiles. Ya en otra ocasión, hace mucho tiempo, dijimos que no era positivo renovar la composición de la junta sin la previa voluntad del alcalde y del Ayuntamiento para emprender un programa de cambio. Quienes compramos placas pagamos año tras año una cooperación económica destinada a solventar las obras del centro histórico, pero el dinero, según se denunció en la prensa hace unos días, no aparece. Y son cerca de diez millones de pesos.
Las quejas relativas al mal aspecto del centro histórico se presentan en insólitas oleadas, como pleamares en las playas de los océanos. Quienes deberían resolverlas y subsanarlas observan, pero no actúan; solamente leen, oyen y callan. Miran impávidos el agitado oleaje de la inconformidad, mas no les preocupa. Y así adviertan que se puede formar un tsunami, saben que después vendrá la calma chicha, tan propicia a la inactividad y tan conveniente para la comodidad. Y la “capital más bella de México” seguirá siendo una frase ripiosa en los labios de los políticos irresponsables que pasan el tiempo de relleno en relleno hasta que se les acaba el periodo legal, y con él la oportunidad de trascender y justificar su paso por el Ayuntamiento.
Los habitantes de las ciudades que tienen centros históricos problemáticos no tienen absolución posible si continúan en esta inactividad y no exigen las mejoras que requieren las condiciones urbanas municipales. Quienes viven en Torreón, en Saltillo, Monclova, Piedras Negras, Parras de la Fuente o cualquier población que se sienta orgullosa por el legado de su pretérito histórico necesitan cumplir con la responsabilidad de mantenerlo, cuidarlo y embellecerlo para deleite de propios y extraños. Y las autoridades deben responder puntualmente y con pertinencia a este llamado.
Ya basta de que el Municipio y los comerciantes establecidos en las áreas céntricas se echen mutuamente la culpa y prorroguen el actual estado deplorable de las calles, de las fachadas, de las banquetas, del alumbrado público y de la arquitectura urbana en general. Los organismos empresariales deberían asumir con enérgica su responsabilidad como suelen hacer en otros asuntos de importancia.
Por lo que hace a los miembros de la Junta del Centro Histórico en Saltillo es necesario que asuman sus obligaciones o renuncien a dicha membresía. En estos tiempos no es posible quedar bien con la ciudad sin quedar mal ante los intereses creados, que son muchos. Pero aquí todos queremos quedar bien con todo y con todos, menos con Saltillo. Seamos francos, a la ciudad siempre le va de la patada en este recurrente problema.