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CINE CRÍTICA

Max Rivera II

EL SOSPECHOSO: ENTRE LA INDIGNACIÓN Y LA HIDROTERAPIA

Luego de ver Bowling for Columbine, el excelente documental de Michael Moore sobre el tortuoso romance del pueblo estadounidense con las armas de fuego, salí del cine indignado por la propensión a la violencia de nuestros vecinos del norte, y asustado al grado de considerar no volver a visitarlos. Las estadísticas de homicidios en Estados Unidos, comparadas a las de Japón (siete veces menor) o Alemania (cuatro veces menos), me resultó escandalosa. Mi indignación duró, claro, hasta que descubrí que en México se asesina al triple de personas que en Estados Unidos. Y eso fue con números de los noventa. No me imagino la proporción utilizando cifras de nuestro horripilante 2007.

Y viene al caso porque la cinta El Sospechoso, del director sudafricano Gavin Hood, pretende provocar en el público una airada reacción por las prácticas inhumanas del gobierno Norteamericano, que desaparece y tortura a sospechosos de terrorismo. El problema es que, pese al eficaz melodrama de la cinta y sus nobles intenciones, como mexicanos debemos contenernos antes de lanzar piedras desde nuestra proverbial casa de cristal.

El nombre de la cinta en inglés es Rendition, y se refiere al término “extraordinary rendition”, un eufemismo para referirse al secuestro y traslado de individuos a países con laxa vigilancia de derechos humanos, o a bases norteamericanas en el extranjero, donde se puede interrogar a sospechosos, usando cualquier método, con absolutas privacidad y comodidad. En la película, un profesionista egipcio con décadas de residencia en Estados Unidos es interceptado en el aeropuerto de Chicago, y trasladado a un anónimo país del norte de África. Ahí, un experimentado policía local se encarga de aplicarle una bien calculada escalada de humillaciones físicas, bajo la supervisión de un progresivamente incomodo funcionario gringo.

Antes, la hija del policía local se enreda románticamente con un mujadín novato, y se mete en broncas que habrían requerido la atención inmediata de su ocupado papá. Y mientras, la esposa del desaparecido se cuela en las altas esferas de Washington en una campaña desesperada por localizarlo.

Las tramas se entrecruzan en un modo que no puede más que recordarnos a Babel, o más precisamente a Syriana, aunque El Sospechoso es más ligera y optimista (a su manera) que las otras dos desesperanzadas incursiones en el mundo árabe. Desgraciadamente, y como también las otras cintas, además de cuantiosos documentales lo demuestran, el conflicto es demasiado profundo para el sencillo discurso de la película.

Y para nosotros, como mexicanos, que vemos la tortura como práctica policíaca común, que sabemos de las calentaditas, los tehuacanasos (o más new age: hidroterapia); que conocemos bien el discurso hipócrita, de la lucha frontal contra el terrorismo/ narcotráfico/ guerrilla o lo que aplique, que se renueva (como el desencanto y la esperanza), cada sexenio. Como mexicanos habrá poco que nos asuste. Como mexicanos somos culpables. Pero como individuos, no. Como individuos podemos indignarnos, si nuestra conciencia lo permite. Como mexicanos somos la PGR, como individuos somos Isabel Miranda de Wallace. Como mexicanos somos Televisa, como individuos somos Carmen Aristegui. Los individuos somos inocentes.

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