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Cinecrítica/ Las otras reinas también lloran

Max Rivera 2

3 ½ estrellas de 5

La Otra Reina, la más reciente cita sobre miembros de la dinastía Tudor, se agrega a la enorme pila de películas y series de televisión que se han basado en la historia de la conflictiva familia de monarcas ingleses y, como todas aquellas que están bien hechas, justifica el interés permanente que público y realizadores mantiene sobre ellos. La presencia en cartelera de los Tudor (apenas superados en material escandaloso por los Borgia) nunca decepciona a quién busque historias de traición, venganza y oportunismo político, y le dan a la sección de espectáculos la rara oportunidad de competir, casi en igualdad de condiciones, con las notas que el lector puede encontrar en la primera sección del periódico.

En este caso la historia se centra en las dos hermanas Bolena. Conocemos a Ana y Mary en su más tierna infancia, cuando al verlas jugar inocentemente por los prados, su padre ya adivina las cualidades que las niñas pueden desarrollar para ayudarlo a ascender económicamente. Las pretensiones del padre, quizá modestas al principio, se disparan cuando su cuñado, duque de algo (está bien, de Norfolk), le propone acercar a sus hijas adolescentes a la corte, con la esperanza de que resulten apetecibles al Rey Enrique VIII.

La indecorosa propuesta es aceptada sin pudor, y el duque se apunta su primera victoria como proxeneta real (lo haría muchas veces después, con sobrinas diferentes), cuando al ojialegre monarca se le ofrece Ana, aunque prefiere a María, la hermana menor, para hacerla su amante.

¿O era María la hermana mayor? Este es uno de los muchos detalles controvertidos que se perdieron en el tiempo, luego en la historia, y por último, en la dramatización. No hay película basada en personajes reales que no sea acusada (con justicia siempre) de torcer los hechos en beneficio de la narración cinematográfica. Pero pese a las imprecisiones, a las omisiones y a la brusca compresión temporal, La Otra Reina retrata con éxito el ambiente corrupto y decadente de la corte; el meteórico ascenso de Ana, con la desastrosa caída correspondiente. La astuta chica Bolena que, con codicia desmedida, añadió a su explosivo coctel de poder y sexo el ingrediente más peligroso: la religión.

La Otra Reina resulta una experiencia divertida, aunque no profunda como Elizabeth, La Reina, Shakespeare in Love, Orlando y otras cintas con intrigas palaciegas y espíritu feminista. Hay un cierto tono reminiscente de las telenovelas y series gringas (como Dinastía, Falcon Crest y Melrose Place) en la desvergonzada insinuación sexual, la ambición descarada y el maniqueísmo tosco de los personajes, que más que a la finura inglesa, nos recuerdan a las rústicas políticas mexicana y gringa, que tanto han llegado a parecerse. Lejos de humanizar a los gobernantes, lo que La Otra Reina logra es complacer al espectador clase mediero que, sabedor de que las cosas no cambian, adivina los mismos vicios en las clases gobernantes actuales y a falta de poder y riqueza, se consuela en la mediocre virtud de nosotros los plebeyos.

mrivera@solucionesenvideo.com

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