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Cinecrítica

Max Rivera 2

El Petróleo Sangriento es (error) de todos

Calificación: 5 estrellas de 5

Petróleo Sangriento es una gran película, de eso no me cabe duda. Que sea mi favorita en la filmografía de Paul Thomas Anderson, es lo que aún me cuestiono (la pelea es con Magnolia). Escribo casi a bote pronto, porque no es una cinta fácil de digerir. Seguirá circulando por mi sistema durante muchos días más. Lentamente encontrará las enzimas apropiadas, que acabarán de metabolizarla para que continúe nutriéndome durante el resto de mi vida. Sí. Es de esas películas, de las que pocas llegan.

A diferencia de Magnolia, que es un mosaico en que los personajes que no aspiran a la santidad son cuando menos dignos de simpatía o conmiseración, Petróleo Sangriento es la monografía de una bestia, de un monstruo en el que duele reflejarnos cuando una de sus aristas nos alcanza. Es el retrato de un reptil primitivo que encuentra el sistema económico oleaginoso perfecto para prosperar. Anderson nos empareja, sin jamás dejarnos descansar, con este terrible espécimen. Desde un poderoso prólogo silente, vemos que los atributos positivos del entrepreneur, la tenacidad y la ambición, virarán pronto hacia su faceta oscura: la obsesión y la avaricia.

Un minero solitario, de mínimos recursos, encuentra una veta de plata y debajo, petróleo. Su empresa crece, y gracias a un accidente de los que abundan en el giro, se queda con el bebé de un trabajador muerto. Usando al niño como facilitador de relaciones públicas, se va haciendo de modestos terrenos para perforar. Hasta que un joven misterioso le da un pitazo, y a cambio de un plato de lentejas le vende información sobre el miserable rancho californiano de su padre, donde hay petróleo hasta en las bolitas que hacen las chivitas. Así, con daños y engaños, Daniel Day-Lewis con su actuación prodigiosa, nos lleva por un largo, largo viaje (tres horas) de la inopia a la abundancia, drenando de a poco la escasa humanidad rescatable de su personaje.

La película podrá ser retadora para la mente, pero es suave con los ojos. Hay muchas secuencias de belleza memorable y puesta en escena magistral. Particularmente impresionantes son las escenas de construcción de los pozos, y la natural tendencia del petróleo a prender en fuegos hermosísimos. Inquietante también la banda sonora, que zumba con la urgencia de un enjambre de sirenas policíacas. Pero sobre todo, si a estremecimientos vamos, resulta escalofriante la similitud entre el discurso que se avienta Day-Lewis en cada reunión que tiene con granjeros, para convencerlos de vender sus tierras a bajo precio. La promesa de prosperidad, escuelas, hospitales y niños cachetones a cambio de la cesión de su petróleo es idéntica a la que venimos escuchando desde hace meses. Para que veamos que las coincidencias podrán ser coyunturales, pero el embuste es el mismo siempre.

Petroleo Sangriento funciona también como alegoría de nuestra insana relación con los hidrocarburos: beneficio de pocos, perjuicio de todos. El negocio irresponsable de talar ese bosque subterráneo huraño y sucio; de extraer alegremente el material de las cavernas de Pandora para que manche el cielo con su aliento prehistórico; estos siglos de locura colectiva, en que construimos un mundo de y para el petróleo, será sin duda recordado como un error estúpido e inexplicable por las generaciones que vendrán. No por los ficticios mexicanitos rozagantes de la reforma de Calderón, sino más allá, por los muy probables mexicanos de la verdad incómoda de Gore.

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