Meteoro deja cráter
Calificación: Tres estrellas y media de 5
Existe una lista maldita, de ninguna manera apta para niños, de películas ideales para acompañar un “viaje” (de ácido lisérgico para los más avanzados, de cannabis para los que viajan ligeros). Entre las más recomendadas están Fantasía, 2001, Koyaanisqatsi, Submarino Amarillo y paro de contar, porque no se trata de hacerle la vida fácil a los viciosos.
En esa lista debe ocupar un lugar destacado Meteoro, de los hermanos Wachowski, que tiene la ventaja adicional, creo, de proporcionar el efecto sin necesidad de consumir las sustancias. Meteoro, la adaptación de una serie de caricaturas japonesas (de culto para muchos gringos) es una experiencia alucinante, que para algunos será agradable, mientras para otros será insoportable. Cuénteme entre los primeros.
La cinta dista mucho de ser un triunfo artístico completo, pero merecerá un lugar especial en la historia del cine por atreverse a lanzar al público un desafío visual como se han visto pocos. Imagine mezclar en una licuadora la psicodelia de los sesenta, diez caleidoscopios, la película de Dick Tracy, una caja de aerosoles graffiteros y un estuche de pincelines wearever, con el strip de Las Vegas y el distrito Shinjuku de Tokio. Para acabar pronto, Meteoro hace que parezcan tímidos los coloridos experimentos de Tim Burton en La Fábrica de Chocolates.
Los Wachoski saben lo que hacen. Su nueva cinta no podría estar más lejos de las pretensiones filosóficas de Matrix, y sin embargo es una continuación de la trilogía como experimento de tiempo e imagen, como puro disfrute lúdico, en un carísimo tanteo para probar la elasticidad del medio. Confluyen en Meteoro técnicas nuevas y viejas de efectos especiales (esas cortinillas con cabezas parlantes vaya que son retro) que ornamentan con abigarrado barroquismo cada pulgada cuadrada de la pantalla. Ya es hora, por cierto, de que alguien le haga un monumento a la pantalla verde, o de perdido le den crédito de actor secundario.
La historia de Meteoro, por otro lado, sin llegar a mero pretexto, apenas hilvana dos o tres moralejas que exaltan la unión familiar, la virtud de la microempresa y la infinita malignidad de los grandes corporativos empresariales. La médula de meteoro son las carreras, y la cinta es generosa con ellas. Para superar el tedio de las carreras automovilísticas reales y su fastidiosa bidimensionalidad de scalextric, los coches de Meteoro vuelan por los aires, como si en el viento existieran más carriles. Giran, saltan y derrapan con la misma elasticidad que los skaters imprimen a sus patinetas, como los niños sueñan que se mueven sus Hot Wheels. Meteoro es una cinta que quiere volar alto, y como el vanidoso Ícaro, se quema con el sol. Pero hay que ver los colores con que arde.
Mrivera @solucionesenvideo.com