SANTOS, DEMONIOS Y SUICIDIOS
Calificación: 3 estrellas de 5
La realización de Tus Santos y Tus Demonios es un caso rarísimo. El escritor Dito Montiel, casi sin proponérselo, consiguió adaptar su novela semiautobiográfica y ser el director de la película, un privilegio que pocos guionistas o novelistas se atreven a soñar. Montiel, anteriormente guitarrista de una banda de punk rock y modelo de pasarela, decide un día hacer un libro de memorias con fotos, recortes y apuntes. Muestra el pegoste a un amigo, amigo a su vez de Robert Downey Jr. Entonces, gracias a la buena impresión que causa con gente del medio, el pegoste se vuelve novela, bestseller, de hecho. Y, como consecuencia lógica del extraño desarrollo de acontecimientos, la novela se vuelve película.
Originalmente Downey sería el director, pero conflictos de agenda lo llevan a delegar el trabajo. Con la aprobación de la productora Trudie Styler (esposa de Sting), decide jugársela y le encarga al propio Dito la dirección. La cinta se filmó en 2005 con un presupuesto mínimo, pero un cast sólido, en las mismas calles de Queens donde transcurrió la infancia y juventud de Montiel.
El resultado es decoroso. Tus Santos y Tus Demonios es una película con un estilo fresco, propio de un neófito que, lejos de acomplejarse por su inexperiencia, se atreve a incorporar esporádicos ornamentos estilísticos a su narrativa. En el resto, se confía en la cámara temblorosa y los diálogos empalmados de Scorsese para dar credibilidad callejera a la cruda temática de su historia. Su forma heterodoxa de contar la historia, con repentinos flashbacks, no llega a desconcertar, pero posiblemente irrite a algunos espectadores.
Y sobretodo, no es una película para quién sólo tenga antojo de pasarse un rato ligero. El tema de la cinta es la desesperanza y la predestinación al desastre. La historia de Dito, el alter-ego del director, es la de una fuga largamente aplazada. Desde el inicio, Dito anuncia que va a abandonar a todos los personajes que conoceremos: a sus padres, novia y amigos, porque el ambiente tóxico del barrio no tiene compostura posible (en realidad, el capitalismo tiene su solución: el tiempo limpiará las vecindades conforme se van encareciendo los terrenos neoyorquinos y los pobres son desplazados). El único placer que experimentan los protagonistas es el del paulatino endurecimiento de su propia piel, de probarse que pueden ser más duros que el medio.
Como ve, no es un entretenimiento trivial. Si eso es lo que busca, la cartelera de hoy es un océano de liviandad, donde Tus Santos y Tus Demonios es una pequeña isla que contrasta por su pétrea densidad.
Otro caso raro: la más reciente cinta de M. Night Shyamalan, El Fin de Los Tiempos, es un éxito veraniego que difícilmente se ajusta al patrón del blockbuster. Pese a que la cinta peca con multitud de incoherencias y hasta ridiculeces, no deja de ser una experiencia inquietante, con imágenes que quedan grabadas por largo rato. La fantasía catastrofista de Shyamalan, en que los seres humanos, como lemmings, deciden suicidarse, nos recuerda que con calentamiento global, crisis alimentaria y demás irresponsabilidades que estamos haciendo, lenta e inexorablemente, justo eso.
