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Cinecrítica

Max Rivera II

UNA GUERRA DE ESTILOS

¿Sabía usted que existe un medicamento dermatológico llamado Methoxsalen que, entre sus varios efectos secundarios, causa un radical oscurecimiento de la piel, al grado de que una persona de tez clara puede hacerse pasar por negra? ¿Lo sabía?

Yo no estoy tan seguro de que su existencia sea cierta, aunque sea mencionado en la Internet Movie Data Base, en Wikipedia, en el sitio de la Mayo Clinic y en 190 mil páginas indexadas por Google.

Parece un artículo inventado por la mercadotecnia hollywoodense y reseñado en decenas (o quizá miles) de páginas apócrifas creadas exclusivamente para la promoción de una película. Hollywood es capaz de eso. Se ha hecho muchas veces desde La Bruja de Blair.

De modo que, siguiéndoles el juego, es posible que el Methoxsalen haya sido la droga utilizada en Una Guerra de Película por el actor Kirk Lazarus, a su vez interpretado por Robert Downey Jr., para representar a un personaje negro. Un enredo que aclara él mismo: “Soy un compa, haciéndola de un compa, disfrazado de otro compa”. Una de las mejores explicaciones que he oído sobre la actuación de método, en una película que se ríe de y con los actores estelares, amos y esclavos de una industria que se vale de infinitas mentiras para decir verdades.

Una Guerra de Película no sólo apunta sus cañones contra Hollywood, sus astros y ejecutivos, sino que es un ataque masivo contra el buen gusto.

En bien publicitadas controversias, causó el enojo de asociaciones de activistas afro-americanos por resucitar (medianamente justificada) la obsoleta y racista práctica del blackface, en la que actores blancos se pintaban la cara de negro para mantener segregados los escenarios.

También provocó la ira de grupos de padres de discapacitados, por un lastimoso personaje llamado Simple Jack y el uso frecuente de la palabra “retard”, fácilmente traducida como retrasado mental, y creo ligeramente menos cargada en español (si me equivoco, pido disculpas de antemano, sin esperar a que mi agente lance comunicados de prensa para controlar los daños).

Ben Stiller, el director de la cinta, así como los demás muy notables actores involucrados, se defienden argumentando que la burla no es hacia los individuos ofendidos, sino contra las prácticas hipócritas de la industria del cine.

Cierto o no, pero Una Guerra de Película logra ser, por buenos ratos, tremendamente divertida. Es una combinación heterogénea de distintos tipos de humor. Por momentos Farrely de Loco Por Mary; a ratos Apatow de Virgen a Los Cuarenta; un poco del Mel Brooks de Locura en el Oeste y hasta una mínima pizca del Altman de The Player. Como ve, una gama variada de recetas en que los ingredientes principales son vulgaridad, ironía e inteligencia, en muy diferentes proporciones.

Y sobretodo, la película nos recuerda al mismo Stiller, con The Cable Guy, una cinta menospreciada que siempre me ha gustado, entre otras cosas porque se atrevió a darle un uso distinto, más oscuro, a la comedia de Jim Carrey. Ahora Stiller, que resultó bueno para desencasillar, utiliza a dos actores dramáticos en roles divertidísimos que se roban la cinta. Uno es Downey, el otro no es Nolte. Lo va a sorprender...

Es una superestrella que lo único que tiene más hilarante que su caracterización y sus pasos de baile, es su religión.

mrivera@solucionesenvideo.com

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