NO HAY PEOR CEGUERA QUE LA QUE NO SE INTENTA ADAPTAR
Calificación: 3 estrellas y media de 5
Ceguera, película y libro, son fábulas para adultos y comparten con sus similares de corte infantil un par de características que pueden resultar irritantes para algunos. Primero: no hay fábulas modestas, todas aspiran a ser definitorias y conclusivas. Y segundo, toda fábula es un sermón, recitado desde una atalaya para beneficio de oyentes que se presume infantiles o infantiloides.
A favor del libro Ensayo Sobre La Ceguera, de José Saramago, está la prosa laureada del portento portugués. Autor profundo como pocos, Saramago es capaz de desnudar la naturaleza humana, ponerla a remojar y tenderla al sol, exhibida en su traslucida sencillez.
En sus libros, Saramago tiene la facultad de jugar con sus conceptos de la forma y por el tiempo que quiera, a veces escondiéndolos, a veces deletreándolos, siempre genial, maestro en el arte paciente y económico de la literatura.
Y tiempo y prosa laureada son justo los dos recursos de los que el director Fernando Meirelles (artista de sobradísimos recursos, como lo prueban Ciudad De Dios y El Jardinero Fiel) no puede disponer.
Minutos y voz en off deben usarse con moderación. Los vuelos alegóricos del libro se traducen en secuencias que pueden parecer pomposas, o acciones de personajes que se antojen incomprensibles. Así que la clave para disfrutar la cinta es aceptar el juego de la fábula literaria, o bien, apreciarla desde su valor de espectáculo, como una muy entretenida variante de escenario apocalíptico, de película de catástrofe y fin del mundo.
La trama inicia así: en una metrópoli cualquiera, sus habitantes van quedando ciegos de pronto. No hay explicación científica para la ceguera, pero se asume de inmediato que es contagiosa. Los primeros afectados son recluidos en un derruido hospital o asilo, y se les priva de cualquier contacto con el exterior. Los nuevos internos ponen al tanto a los primeros sobre el estado de cosas en el mundo: la enfermedad se propaga y el gobierno es incapaz de controlarla.
En el asilo la situación empeora. El hacinamiento lleva a la agresión, y la falta de comida a la guerra. Entre los reclusos hay dos personajes que llevan ventaja a los demás ciegos: una mujer inmune al padecimiento, que aunque ve decidió internarse para acompañar a su esposo, y un ciego de nacimiento, que sabe como arreglárselas mejor que los demás. Cinta y libro examinan cómo esta pequeña sociedad en crisis sufre un rápido retroceso a luchas tribales y comportamientos salvajes, en una despiadada parábola sobre la fragilidad de la civilización, o el egoísmo como ceguera, o la insustentabilidad del consumismo, o algo así.
En el corazón de las fábulas está la idea del castigo merecido, y eso es lo que las vuelve más irreales, porque la vida no funciona así. No hace mucho, poco más de treinta años, nos hicieron creer una fábula sobre enfermedades, sobre un padecimiento que atacaba a los homosexuales.
Era un castigo divino que atacaba sólo sus mucosas pecaminosas y respetaba a los célibes y los casados. El castigo era un cuento, aunque la enfermedad era, es real. Aquella era una fábula inventada por tontos malintencionados. Ceguera es una alegoría creada por un humanista brillante. Razones sobran para leer el libro, y también para ver la adaptación. Aunque no sea enteramente lograda. Aunque sea tuerta. Mrivera@solucionesenvideo.com