La palabra civilidad tiene su origen en civilitas, que se refiere a la sociabilidad, urbanidad; incluye todas las particularidades que conforman a una población, parte de un grupo étnico cualquiera. Nosotros tenemos la propia, incluyendo las formas en que nos desenvolvemos en el medio urbano.
Ahora, ponen en operación nuevas reglas que tienen que ver con el diario transitar de los ciudadanos, a través del nuevo Reglamento de Transporte y Vialidad Municipal, que pretende mejorar nuestras condiciones de vida.
En distintas ocasiones, tratándose de quejas, he escuchado a amigos decir que “vivimos en un rancho grande”, refiriéndose a los aspectos de la vida civil, sancionando las deficiencias que padecemos; sin embargo, la crítica incluye a todos los ciudadanos, que con nuestra actitud de incumplimiento de las normas sociales nos lleva al desorden generando ocasionalmente caos.
No solamente las autoridades deben responder por la divulgación y vigilancia del completo acatamiento de ellas, también nosotros debemos respetarlas.
Este Reglamento tiene como propósito fundamental mejorar nuestra vialidad, con reglas modificadas en el uso del transporte y el manejo de los vehículos automotores. De inicio es una muy buena propuesta, que requiere el cabal acatamiento de sus artículos, aún cuando algunos de nosotros llegásemos a oponer resistencia a las disposiciones, según los intereses particulares.
Habrá que reconocer que en este “rancho grande” vivimos seres humanos que tenemos poca educación vial, máxime los mayores, quienes sin darnos cuenta por completo, nos hemos ido adaptando a los cambios urbanos, muchas veces incapaces de reconocerlos y reaccionando inadecuadamente; casos que sirven de ejemplo: las deficiencias al manejar un automóvil sin respetar las líneas marcadas para definir carriles y aún más, dar vuelta en esquinas de cruceros, a la izquierda o derecha, sin considerar que el tráfico ya no es el del pasado, cuando únicamente requeríamos una sola línea de vehículos para hacerlo.
El nuevo Reglamento representa un buen intento de actualización, que debemos atender con adecuada disposición, aunque contenga fallas que requieren de la atención inmediata, casos como el del artículo ocho, que se refiere al registro de vehículos matriculados y “no matriculados”, quedando la sensación de posibilidades de que algunos puedan eludir la responsabilidad; o lo peor, que prevén veladamente la imposibilidad de acabar con el problema de los “chocolates” y “Onapafos”. El noveno habla de 60 kilómetros de velocidad máxima, disposición que nos hace esbozar una sonrisa por parecer ingenua.
Existen otros detalles interesantes, por ejemplo el artículo diez se extiende en describir todas las obligaciones para casos de transporte y protección de escolares, sin hacer distingos entre el privado y el público, cuando los segundos presentan condiciones deplorables, con grave riesgo para los menores.
Tal vez la vaguedad sea por aquello de que “un reglamento debe ser claro y atender generalidades”, aunque también queda sabor amargo, comprendiendo que dejan ancho paso y oportunidad de escape a los prestadores de servicios escolar y urbano públicos, infractores consuetudinarios.
La sección de motociclistas y ciclistas es completa, queda asegurar la debida difusión –han hecho esfuerzos repartiendo volantes– a fin de ofrecerles mayores precauciones para su integridad física y la propia vida. Esperemos que desaparezcan los malabaristas de las calles, que viajan con esposa e hijos encaramados, sin cascos ni protección, haciendo palidecer a Pedro Infante y sus acrobacias de películas, personificando a aquel agente de tránsito.
El artículo 22 habla de cancelar definitivamente la licencia a quienes manejen alcoholizados o con efectos de alguna droga, sorprendidos dos ocasiones en un mismo año; o quienes no cumplan con sus responsabilidades civiles; magnífica oportunidad para acabar con los cavernícolas, choferes de taxis, que de aplicarlas los desaparecerán o aprenderán civismo.
También trata el discutido tema de las damas que aprovechan los tiempos perdidos en semáforos y congestionamientos de tránsito para maquillarse, retocarse el peinado o maltratar al chamaco que llevan a la escuela, descuidando el volante; igual para los varones que utilizan el teléfono celular tomando el volante con una sola mano, desbordado “estilo” y desatendiendo el tráfico vehicular. Buena parte de los accidentes se debe a la pérdida de atención por esas causas, así que representa una adecuada medida preventiva que deberemos aplaudir.
Conducir con cinturón de seguridad puesto, mantener los seguros de las puertas activados y obedecer las señales de protección al peatón son medidas acertadas, aunque también deberíamos insistir con el ciudadano “de a pie”, que cumpla con las indicaciones y cruce las calles por las esquinas o atienda las luces de los semáforos, por ejemplo. Habrá que hacer una campaña de complemento a esos aspectos.
Es un buen Reglamento, con todo y sus imperfecciones, que esperemos rápidamente sea adoptado; ahora nos corresponde responsabilizarnos, conocerlo, acatarlo y promover que todos cumplamos las disposiciones, que finalmente son para el bien de la comunidad. ¿Le parece?
ydarwich@ual.mx