Nuestro país se debatía entre la algarabía propia de la llegada de los Juegos Olímpicos y la zozobra de no saber, a ciencia cierta, los horrores de una represión brutal acaecida sólo unos días antes de la inauguración del magno evento.
Corría el mes de octubre del año 1968 y la cobertura mediática buscaba ocultar los innegables hechos ocurridos en Tlatelolco, mediante una promoción profusa y colorida de la justa por iniciar, bajo el socorrido argumento de que “la ropa sucia se lava en casa”.
Desde el punto de vista meramente deportivo, el ánimo era festivo y se esperaba una buena actuación de la nutrida delegación mexicana, aunque la cantidad de triunfos y su obtención nacía más bien de la esperanza y no del cabal conocimiento de todos y cada uno de los atletas participantes.
Nada más en una cosa estaban todos de acuerdo: Había dos medallas de oro “cinchas” y eran la del nadador Guillermo Echevarría y la de la Selección Mexicana de futbol.
Memo acababa de ganar una importante competencia a nivel mundial en su especialidad, los 1,500 metros nado libre, conocida también como el “maratón acuático”, y eso obligaba a pensar en lo más alto del podio dentro de los juegos a punto de empezar.
El balompié azteca era representado por jugadores profesionales de Primera División, rompiendo la norma del amateurismo pero empatando con las potencias de la “Cortina de Hierro” que competían con sus mejores elementos bajo el disfraz de empleados del régimen.
La realidad fue otra y nuestro tritón llegó, presa de la presión, en último lugar y los futbolistas nacionales fueron eliminados en semifinales y humillados en la disputa por el bronce por Japón ahí, en el meritito estadio Azteca.
Los nombres de deportistas que no estaban en el presupuesto de medallas fueron finalmente quienes llenaron de alegría al pueblo mexicano, como el sargento Pedraza, Maritere Ramírez, Pilar Roldán, Álvaro Gaxiola y la inolvidable gesta de Felipe “Tibio” Muñoz en la Alberca Olímpica.
La lección que esta historia debe dejar es que nunca hay que colgarse la medalla antes de ganarla y se debe tener la humildad y la capacidad de análisis para enfrentar la realidad en cualquiera de sus facetas. Esto viene a cuento por la innecesaria presión que se le está metiendo a la Selección juvenil que pretende ir a Beijing. ¡Ni siquiera ha clasificado y ya se exige una medalla!
Baste revisar el historial olímpico para saber que no somos potencia deportiva y los metales suelen caer de sorpresa y a cuentagotas.
Efectivamente, México tiene hoy al mejor grupo de futbolistas jóvenes de su historia; nunca un equipo tan bien preparado en lo físico, mental y futbolístico, y por ello, dejémosles trabajar y hacer lo suyo, que los resultados vendrán aparejados al bien hacer las cosas.
Ojalá que su entrenador cumpla la promesa de cerrar la boca y no se cuelgue la medalla que como jugador prometió y no trajo de Montreal en 1976.