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COMENTARIO

LA GOTA QUE DERRAMÓ EL VASO

Gaby Vargas

Queridos Maty y Alejandro:

Qué más les puedo decir que no se haya dicho. Es tan grande la indignación, el dolor, el repudio que sentimos en el país... “Ay señora, yo ni los conozco y me dieron ganas de llorar con la noticia”, me decía el otro día una compañera de trabajo. Les aseguro que Dios también está indignado con el hecho y llora la muerte de Fernando.

Darle una razón a todo esto, es la oportunidad de redimir esta tragedia de su carencia de sentido. ¿Cómo? Ése es el gran desafío que ahora todos, gobernantes y ciudadanos, tenemos. Ésa es la única posibilidad de aminorar la carga de este dolor insoportable.

La vida dispone para todos de una especie de tablero de ajedrez en el que nos da la libertad de sortear las jugadas como cada quien lo elija. Aunque hay leyes inflexibles, avanzamos buscándole un sentido a nuestra existencia: a veces perdiendo, a veces ganando. Sin embargo, lo que Fernando vivió rompe con los preceptos naturales de la vida, del destino. Como si de un alfil se tratara, una mano negra gigante decide sacarlo de la jugada. Así, nada más. Lo retira del tablero en el acto más vil y cobarde que existe; y decide sobre su vida como si de un Dios omnipotente se tratara.

El dolor es un gran maestro que nos convierte, de alguna extraña manera, en mejores personas. ¿Hoy qué nos enseña? “Llórate pobre, pero no te llores solo”, suele decir mi papá. Y qué razón tiene. Ustedes, queridos Maty y Alejandro, no lloran solos. Lloramos todos. Lloramos a Fernando. Lloramos su dolor como papás, como amigos, y juntos lloramos por México. ¡Pobre país, inmerso en una visión tubular de luchas de poder y vanidad, abandonado del todo por sus gobernantes!

Qué envidia nos da ver cómo otros países avanzan, crecen y se desarrollan. Sus habitantes gozan de calidad de vida, de seguridad, de tranquilidad, de trabajo... y nosotros aquí seguimos en la miseria civil, cultural, económica y educativa, esperando con una paciencia infinita a que algo los/nos despierte para actuar.

Lo que vivimos hoy, en el día a día, visto desde afuera, parece imposible, como sacado de un cuento de terror, de una película que no sucede de verdad.

Estamos sumergidos en el síndrome de la “sopa de rana”, en el que poco a poco la temperatura de la violencia aumenta, al grado que ya ni levantamos la ceja al escuchar el número de muertos que los medios a diario nos reportan. ¡Nos acostumbramos! Sólo desde afuera se aprecia el hervor del agua, y nos estamos muriendo en ella.

La muerte de Fernando es la gota que derrama el vaso. Nos invita a gritar, desde lo más profundo de nuestro ser, un muy fuerte ¡YA BASTA! Quizá como individuos nos sintamos impotentes. Como si fuéramos del tamaño de una hormiga, nos preguntamos “¿Qué puedo hacer yo para ponerle un alto a la indiferencia, a la mediocridad y a la corrupción de nuestros gobernantes y legisladores?”. Gritar juntos. Obligar a las autoridades a imponer penas muuuucho más severas. Sacudirlos de ese letargo y ese egoísmo desde el que gobiernan.

Ya se derramó el vaso. Esto no es pasajero. No se nos va a olvidar. Que no crean que porque ordenan investigaciones, crean instancias, subprocuradurías y cesan funcionarios, nos sentimos satisfechos. ¡Urge un cambio radical!

Darle sentido a esta tragedia es responsabilidad de todos los que queremos a México, y que despierte en nosotros la capacidad de explorar nuestros límites de fortaleza y acción.

Queridos Maty y Alex, me atrevo a decir que cuentan con todo el país. Todo México estamos con ustedes.

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