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Comenzar por lo cercano

Addenda

Germán Froto y Madariaga

Cuenta un querido amigo mío, hijo de inmigrante vasco, que cuando los de su pueblo natal tomaban la decisión de emigrar a América, acudían con un viejo maestro del pueblo para que los enseñara a sumar y restar y los perfeccionara en su lectura, pues esos conocimientos les eran de gran ayuda para salir adelante en el Nuevo Mundo.

Todo conocimiento nos permite arrancarle jirones de bruma a la ignorancia. Por eso es tan importante la educación de un pueblo.

El conocimiento es también, el camino a la verdad que libera a cualquier hombre del yugo de la ignorancia.

Por eso, mientras no hayamos solucionado el problema educativo de México o cuando menos sentado las bases para erradicar la incultura, no podremos decir que estamos en vías de ser un mejor país.

Menciono lo anterior, por que con alarma e visto los anuncios que, bajo el eslogan de: “Los mexicanos primero”, se están transmitiendo por televisión.

En ellos nos dicen que muchos mexicanos no saben sumar ni restar, así como, que existen otros que si bien saben leer, no comprenden lo que leen. Son en esencia analfabetas funcionales.

El anuncio invita a tres sectores a realizar un esfuerzo para acabar con tan ignominiosa situación. A los padres de familia, a las Secretarías de Educación y a los sindicatos.

Creo que poco se puede hacer desde las instancias gubernamentales, por el burocratismo y la politización que en ellas se da. Otro tanto sucede con los sindicatos de maestros, más preocupados por sus propios intereses que por la educación del país.

Sólo nos queda entonces, una instancia a la cual apelar y son los padres de familia o más aún, todos aquellos que tenemos contacto con niños, adolescentes y jóvenes.

Cerca de nosotros, de una u otra forma, hay una persona de esos sectores, porque no necesariamente tiene que ser un hijo nuestro.

La educación de nuestros niños y jóvenes es un asunto muy delicado y trascendente, como para dejarlo en manos gubernamentales.

Tenemos que asumir otra actitud y tomar conciencia de que debemos convertirnos en maestros de aquellos que tenemos a nuestro alcance. Comenzar por los cercanos.

Con un poco de atención, nada nos cuesta proponer y darle seguimiento a ciertas lecturas verificando que los niños y jóvenes comprendan lo que están leyendo.

Los niños suelen imitarlo todo y si ven que los mayores que les rodean acostumbran leer, ellos también lo harán.

Pero si por alguna razón no fuera así, es posible proponerles lecturas y verificar que lo hagan.

Si no en la primaria, cuando menos es en secundaria, el momento en que los maestros nos enseñan a leer otro tipo de libros.

Yo recuerdo, con verdadero gusto, al padre Armando Bravo, que en la Pereyra nos obligaba a leer los libros que él sugería.

Al principio resultaba molesto, pero poco a poco nos fue despertando el gusto por la literatura a grado tal que muchos de nosotros no podemos estar ahora sin leer un libro nuevo.

No necesariamente tiene que ser novela. Puede ser historia, biografías u otro tipo de literatura, el caso es leer, hasta que llegue el momento en que no podamos estar sin escudriñar un nuevo libro.

No podemos estar tranquilos, sabiendo que nuestros niños y jóvenes, si bien leen no comprenden lo que leen.

No hacer nada al respecto, equivale a condenarlos a vivir en un mundo de ignorancia.

¿Cómo podemos aspirar a una sociedad mejor si no hacemos nada por solucionar este problema?

Con que cada uno de nosotros se haga cargo de uno de estos muchachos y se cerciore que está comprendiendo lo que lee, estaremos en vías de mejorar.

De otra manera, de nada sirve que nos quejemos del sistema si no hacemos nuestra parte para abatir la ignorancia.

Por lo demás: “Hasta que nos volvamos a encontrar, que Dios te guarde en la palma de Su mano”.

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