Hoy día millones de mexicanos desean la seguridad de un trabajo regular, dignamente remunerado. En tanto buscan y esperan es lógico que encuentren medios de vida que al menos les cubran sus diarias urgencias económicas.
Las calles del país están repletas de ambulantes entregados a oficios humildes desperdigando sus talentos. Desde “franeleros” que acomodan coches y limpian parabrisas en cada esquina hasta improvisados reparadores de cuanto artefacto existe. Un empleo de oficina o industria no les interesa. Desarrollando las pericias más singulares se acostumbran a la informalidad, sin horario, perniciosa por su falta de disciplina y orden personal. Con una mano de obra de este tipo nunca avanzaremos a la competitividad mundial.
Para absorber esta mano de obra que por ahora no encuentra acomodo productivo en el comercio exterior juega un papel esencial. Bien planeado y articulado, las exportaciones que podríamos realizar ofrecería puestos de trabajo en número muy superior a los que se requiere para producir los objetos y servicios que surtan solamente la demanda doméstica.
Hace algunos años se lanzó la campaña de “Lo Hecho en México Está Bien Hecho”. No duró lo suficiente. El público la recibió primero con sorpresa y luego con burla. Los industriales no respondían a la ocasión. Pedían repetidas prórrogas de la protección arancelaria que un Gobierno obsequioso otorgaba. El permiso previo de importación era el instrumento central. Negligentes, dejaron que lo extranjero los superara en calidades, diseños y precios. Ante lo importado como mejor alternativa de calidad-precio atractivo el público confirmó su “malinchismo”. Los industriales no respondieron al reto de su momento y después, ya sin protecciones, abandonaron sus trincheras que calificaron de “penosos calvarios” y se dedicaron mejor a representar a los mismos productos que antes fabricaban.
La batalla se perdió. Nos encontramos hoy inundados de artículos importados de todo género. Fácilmente el 50% de lo que se produce en el país se elabora con insumos extranjeros. Nuestras exportaciones tienen una integración extranjera aún mayor. Atrás quedó la preferencia por lo nacional que hace años estimulaba la creación de industrias mexicanas que ya no existen.
La apertura comercial que se pactó, primero con el GATT en 1985 y después los compromisos en la Organización Mundial de Comercio, eliminó la preferencia por lo nacional en las compras de Gobierno que muchas veces determinaba el que trabajadores mexicanos conservaran sus empleos.
No ignoramos que la importación de un producto de fuera pueda servir para abaratar el precio al consumidor y de esta forma controlar la inflación. Ahora que la macroeconomía está de moda, ello podría entenderse. Hay que recordar, sin embargo, que proteger empleos nacionales genera los ingresos que alimentan poder de compra y mantienen la demanda.
Habría que comparar el número de puestos de trabajo que se han perdido por efectos de la apertura comercial, con los que ha creado la actividad importadora de los mismos productos cuya producción mexicana se descontinuó. Además de esto, la robotización de las operaciones industriales es la gran enemiga de la creación de empleos, más bien provoca despidos masivos.
La cuestión tiene que ver con el rumbo que queremos para el país. ¿Habrá quienes prefieran que la economía nacional responda primordialmente a los intereses mercantiles, muchas veces extranjeras? Lo hemos visto en la banca y los transportes.
Las decisiones puramente empresariales se rigen por los criterios de ganancias inmediatas exigidas por los accionistas. El desarrollo nacional implica mucho más que esto. Los intereses nacionales abarcan a todos los ciudadanos, no sólo los de los dueños de empresas. La prioridad más importante que debe presidir las decisiones económicas de México es la creación y defensa sus empleos. Esta es la estrategia que debemos seguir en nuestro comercio exterior.
Coyoacán, DF. Mayo de 2008.
juliofelipefaesler@yahoo.com