He procurado enredar las apreturas de mi alma entre las últimas horas del año viejo y ahora me aplico al disfrute de estas idílicas vacaciones familiares. A mantener el ánimo acorde a tanto ¡sí mi amor! con que mis retoños responden a las exigencias de sus cibernéticos retoñitos. Para empezar el año como Dios manda lo que toca es hacer acopio de encanto y buenos modos, es no perder la figura entre la ropa, bártulos y juguetes que apenas extraídos del empaque y usados una o dos veces, ruedan ya desechados por los pisos de la casa porque lo único capaz de mantener imantados a los cibernéticos retoñitos, es un monitor.
Secuestrada la televisión, tampoco me es posible conversar sin interrupción o siquiera participar cuando en estruendoso coloquio, los minicibernéticos se comunican entre ellos como si los mayores fuéramos transparentes y la única razón de nuestra presencia fuera atender a sus necesidades; “Sí mi amor olvidaste tu visor en la playa, pero no te preocupes, cuando vayamos al súper compramos otro”. “Claro que sí mi amor hoy vamos a comer almejas!”.
“Permíteme ponerte bronceador mi amor”, ¡Sí, sí, sí! Jamás escucho que mis retoños digan a sus retoñitos un no. Los minicibernéticos tienen derecho a hacer lo que quieran, a tener lo que quieran o ir a donde les apetezca sin la menor objeción. Ni hablar de contrariarlos. Nada para templar el carácter o prepararlos para enfrentar las frustraciones que el mundo les tiene reservadas.
Pobres chiquillos, la vida les niega la oportunidad que yo tuve, de despertar los días de Reyes y con la conciencia intranquila, buscar ansiosa los juguetes que mis Santos Reyes escondían en los lugares más insólitos de la casa. “Tus Santos Reyes quieren que aprendas a vencer las dificultades” -me explicaba papá.
¡Maldición! De haber sabido que el mundo se iba a convertir en un helado de crema con chispas de chocolate que se resurte con sólo apretar un botón; me hubiera esperado unos años para nacer.
Que Dios existe no tengo la menor duda, basta con presenciar el empaque perfecto de los plátanos, o el oasis que guarda cada sandía. Lo que con los años he llegado a descreer, es que le haya otorgado a nadie el usufructo de la fe. Por lo tanto, despojada del temor a las jerarquías, a los infiernos poblados de demonios y sobrecalentados con tizones ardientes; he decidido permanecer en el amor que nos propuso el buen Jesús, y con ese amor que es tolerancia, declaro mi respeto absoluto a quienes prefieren llamarle Alá, Jahve, o mi´jito.
Para empezar el año me basta con la vieja propuesta de amor y mi decisión de remontar a corazón abierto -cibernéticos incluidos- los próximos trescientos sesenta y cinco días que nos ofrece el 2008. Aunque me niego a sumarme a la multitud de pedigüeños que por estos días tienen siempre un encargo que hacerle al Señor, se me ocurre que podría pedirle un año lleno de tentaciones y que me permita caer en todas. Me consta que es bueno para bajar los niveles de soberbia.
Lleve esta nota mis mejores deseos a quienes leen en el baño, cantan en la regadera, comen insano y lanzan improperios. A quienes disfrutan la lluvia, el frío, las vacaciones en familia y comparten conmigo la risa, la esperanza, el júbilo y el humor. A todos toditos muy feliz año.
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