Una de las más reconfortantes experiencias cuando uno anda de rol por el Viejo Continente es llegar a Italia… especialmente si uno acaba de transitar por un país anglosajón, digamos Austria o Alemania. Y es que uno pasa de una sociedad puntual, ordenada, trabajadora, fanática del orden; a una muy parecida a la mexicana: impuntual, ruidosa, sucia, gandalla, que puede ser paralizada por sindicatos gangsteriles, donde las tiendas abren cuando quieren y los burócratas lo atienden a uno si les da la gana. Llegando a Italia uno se siente como en casa, uno dice: “éstos son de los míos”.
Lo peor (para ellos) es que su clase política tampoco canta mal las rancheras. La vida política italiana se caracteriza por su desmesura, sus gritos y sombrerazos y la baja calidad de quienes se encargan de los asuntos públicos. Ello tiene que ver con las características del sistema republicano italiano, atomizado en numerosos partidos y con una inestabilidad endémica inherente a un sistema parlamentario con un montón de partiduchos y coaliciones pegadas con engrudo; pero también por cuestión de carácter y temperamento… supongo.
La semana pasada cayó el enésimo Gobierno de la República Italiana. Lo de enésimo es porque ese tipo de sucesos no constituyen ninguna novedad. Desde 1946, cada Gobierno italiano dura en promedio menos de dos años. Hay quien ha sido primer ministro seis o siete veces… y en algunas de esas ocasiones, sólo durante un par de meses. La vida política italiana no es miel sobre hojuelas, ni en el fondo ni en la forma.
La caída del anterior Gobierno italiano se debió a una moción de no confianza en contra del primer ministro. En la votación hubo de todo: insultos, mentadas y un senador que tuvo que salir en camilla, desmayado por los jaloneos y escupitajos que le había propinado un distinguido colega. Ahora tendrá que haber nuevas elecciones en abril.
¿Los contendientes principales para entonces? Por un lado, un viejo conocido nuestro, Silvio Berlusconi, magnate de los medios, querendón con las desvestidas y excelso desvergonzado. El cuál, para colmo, goza de las preferencias electorales del respetable. Su principal adversario sería el alcalde de Roma, Walter Veltroni, otro que también tiene sus rasgos pintorescos.
Que los italianos sean capaces de volver a elegir para dirigirlos a un sinvergüenza como Berlusconi no hace sino confirmar nuestra comparación con México. Allá como acá, auténticos cartuchos quemados, criminales confesos si no convictos, vuelven una y otra vez a dar la función. Llámense René Bejarano, o el niño verde, los representantes del cinismo y la desvergüenza son prevalentes en nuestro medio… como en Italia. Oh, si sólo tuviéramos más italianas por acá…