Vicente Alfonso es el autor de la novela policiaca, Partitura para Mujer Muerta.
El asesinato de una joven violinista, cargamentos llenos de música y erotismo, la sucesión de una serie de imágenes que se proyectan dentro de una historia muy mexicana, con leves condimentos periodísticos y filosóficos, son algunos ingredientes con los que Vicente Alfonso cocinó su novela policiaca, Partitura para Mujer Muerta.
El autor ha sido becario de la Fundación para las Letras Mexicanas, y del Fondo Estatal para la Cultura y las Artes de Coahuila. Con Partitura para Mujer Muerta de la colección Literatura Mondadori, obtuvo el Premio Nacional de Novela Policiaca. Entre otras publicaciones tiene El Síndrome de Esquilo, y La Laguna de Tinta. Con su labor periodística ha obtenido un AFA y un Estatal de Periodismo en Coahuila. Colaborador de revistas como La Gaceta del Fondo de Cultura Económica, Este país, Tierra Adentro y Proceso.
Háblanos un poco de la novela, producto de tu beca en la fundación para las letras mexicanas.
Comencé a escribir la novela a inicios de 2005, robándole tiempo al trabajo que tenía entonces. En octubre de ese año obtuve una beca de la Fundación para las Letras Mexicanas: eso me permitió invertir más tiempo escribiendo.
Entre 2005 y 2007 hice cuatro borradores antes de tener el texto definitivo de Partitura para mujer muerta. La historia en realidad venía cocinándose desde 1995, cuando leí las crónicas del escándalo que desató La Consagración de la Primavera, de Igor Stravinsky, durante la noche de su estreno. Intenté en esos años armar dos o tres borradores de un cuento, pero siempre me pareció que la historia daba para más, así que poco a poco aquello fue evolucionando hasta hacerse un proyecto de novela. Mi meta era armar una historia que se leyera de un tirón, y que obedeciera no sólo a las pautas marcadas en la Filosofía de la composición de Edgar Allan Poe o El simple arte de matar de Raymond Chandler, sino a otras obras maestras de una disciplina gemela de la literatura: la música. Además, me interesaba escribir una historia que ocurriera en el México de nuestros días.
¿Pensaste tú en el diseño editorial?
El diseño de la portada es de Melanie Wintersdorff y el departamento de diseño de la editorial Random House Mondadori. En cuanto al uso de distintas tipografías, se debe a que quise usar textos no literarios y hacer recreaciones literarias de éstos. Así, en la novela fui metiendo declaraciones ante Ministerio Público (con todo y errores de ortografía), metí las insólitas tareas que encarga a sus alumnos un maestro de composición, metí los comentarios que yo incluiría en la contraportada de algunos de mis discos favoritos, metí crónicas de conciertos que terminaron en desastre; en fin: traté de echar mano de todo lo que me ayudara a contar mejor la historia que quería desarrollar.
Tu novela policíaca gira en entorno a un ambiente musical. ¿Por qué ese particular interés en la música para hacer literatura?
La música ha sido una presencia constante en mi vida: cuentan en mi familia que desde antes de que yo naciera, mi madre apoyaba una grabadora contra su barriga de embarazada y me hacía escuchar de todo: las marchas de Tchaikovski, el jazz de Stanley Turrentine, las polkas del Piporro. Hace más de diez años hice algunos estudios de Composición en la Universidad Autónoma de Nuevo León, carrera que jamás terminé. Después fui músico durante un buen tiempo, y llegué a grabar tres o cuatro discos compactos y a hacer giras por varios países. Así que no concibo la vida sin música.
¿Existe estética en la muerte?
Hay un común denominador entre piezas de arte como la película Nosferatu, la novela Drácula, el ballet titulado La Consagración de la Primavera y el cuarteto de cuerdas conocido como La muerte y la Doncella: en todas estas obras, una mujer joven tiene que morir para propiciar la continuidad de la vida de su comunidad. Es el sentido del sacrificio, de los rituales. Lo mismo hacían los aztecas y muchos otros pueblos: el sacrificio de mujeres jóvenes (sangre nueva) garantiza la permanencia de una comunidad.
¿Por qué la mezcla entre la sangre, el sexo y uno de las disciplinas más sublimes de la humanidad, la música?
En esta novela intento retratar el territorio donde se tocan dos temas fundamentales: la muerte y la música. Partitura para mujer muerta echa luz sobre toda una tradición de una “poética” donde el arte se mezcla con la muerte de mujeres jóvenes. Repito algunos de los ejemplos que mencioné antes: Nosferatu, Drácula, La Muerte y la doncella, La consagración de la primavera… Vayamos a la novela: en un nivel que podríamos llamar simbólico, hay una violinista llamada Laura Suárez que es “sacrificada” al ser despedida de la orquesta donde trabaja. El problema empieza cuando esta muchacha aparece asesinada en su departamento. La hostilidad de la naturaleza es representada aquí por la devaluación que sufrió el peso mexicano en 1994-1995. Para que la orquesta se salve, tiene que morir -ser sacrificada- una joven: Laura.
Fue muy difícil pasar de la descripción de una escena erótica al manejo grotesco de una escena de crimen?
Al contrario: vida y muerte (instinto erótico e instinto de muerte) conviven mucho. Basta echarle un ojo a la nota roja para darse cuenta de que amor y muerte no son extremos, son más bien dos venas que se entrelazan: cuántas escenas de amor terminan en muerte o al revés. La sabiduría popular lo ha resumido en una frase genial: del odio al amor hay un paso.
¿El personaje de Álvaro es autobiográfico?
Hay mucho de mí en lo que escribo, pero no en un nivel superficial. La relación que uno crea con sus personajes siempre es compleja, difícil de explicar. ¿A qué se refería Flaubert cuando dijo que él era Madame Bovary?
¿Es muy difícil para un escritor joven apegarse a la realidad de la violencia para escribir un libro como Partitura Para Mujer Muerta?
La novela es una exploración de la muerte y la violencia del México en el que vivimos, pero también es una exploración de la duda. El primero y el último sustantivos de la novela son el mismo: la duda. La primera frase del libro es: “la verdad perfecta es una duda”. La última frase del libro es “hay veces en que lo mejor es quedarse con la duda”.
Al contrario de lo que pudiera pensarse, creo que las dudas hacen más verosímil la historia porque en la vida real no existen certezas completas, perfectas; los mexicanos seguimos preguntándonos quién ordenó la muerte de Colosio, los gringos hacen lo mismo con Kennedy. En aspectos muchísimo más banales e intrascendentes esto sucede con enorme frecuencia: todos los días nos topamos con enigmas que jamás resolveremos, escuchamos conversaciones al paso de las que jamás tendremos la conclusión, nos preguntamos cosas que nunca llegaremos a saber con satisfacción. Si esto sucede en la vida, tendría que suceder en una literatura que aspire a parecerse a la vida, creo yo.
¿La duda en la procuración de justicia es fundamental para la ficción también?
Otro asunto sobre la duda: es que hay una “tradición” al respecto en la procuración de justicia mexicana. Siempre salen informantes de la nada. ¿Recuerdas a “La Paca”, aquella bruja que, mediante sus poderes de adivinación, señaló a la Procuraduría General de la República el sitio en donde estaban supuestamente los restos del desaparecido diputado Muñoz Rocha? Por supuesto, nadie en México creyó ese cuento, pero lo importante es que la verdadera fuente de información queda en la sombra, parapetada detrás de lo cínicamente ficticio. También sucede eso con la increíble hipótesis de “La bala mágica” en el caso Kennedy.
Una anécdota curiosa mientras escribías esta novela?
Durante los meses en que estuve escribiendo la novela hubo muchas mañanas en que ponía, antes de comenzar a trabajar, un vallenato que estaba muy de moda hace diez, doce años, que se llama “Los caminos de la vida”: de algún modo me hacía revivir mi época de estudiante de composición, pues no había día que no escuchara en Monterrey esa canción en las calles. Tuvieron que pasar esos años para que pudiese darme cuenta de que esa canción es una joya que se apega tan bien a la historia como las creaciones de Schubert o de Stravinsky.