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Consideraciones sobre el 12 de octubre (de 1492)

Los días, los hombres, las ideas

Francisco José Amparán

Estando las cosas como están, siendo la fecha que es, y hallándose los espíritus nacionales al nivel que se encuentran, no está de más tomarnos un descanso y relajarnos haciendo un breve recorrido en torno a eventos de hace más de medio milenio, que no dejan de ser recreativos; y nos ayudan a olvidar que este país no tiene remedio, que el sistema económico mundial se está yendo por el caño, y que el Santos juega mejor en un torneo patético y totalmente inútil como la Concachampions, y no da una en el de Liga, que es el que realmente (nos) interesa.

Así pues, hagamos algunas consideraciones sobre el añejo evento que hoy se conmemora… si es que aún se conmemora ese evento, en esta ponzoñosa atmósfera de lo políticamente correcto, en la que todo lo proveniente de hombres blancos europeos cristianos es nocivo, y lo que hicieron salvajes antropófagos, que en su más elevada versión del Siglo XVI sacrificaban hombres como si fueran moyotes, es digno de admiración. Estas consideraciones tienen que ver con mitos, realidades y malos entendidos que, gracias a la magnífica educación que recibimos en virtud de las plazas heredadas por los maestros del SNTE, se siguen reproduciendo como conejos.

1.- La llegada de Colón a América no fue un “descubrimiento”, dado que los aborígenes ya sabían en dónde estaban. Ciertamente el calificativo de “descubrimiento” en relación con lo ocurrido ese 12 de octubre puede ser debatido. Pero en el sentido estricto, en esa fecha (mejor dicho, cuando Colón regresó a España y en años subsecuentes) Europa (y el resto del mundo) ciertamente descubrieron que existía un mundo que hasta entonces era desconocido. Me explico. A fines del Siglo XV, la Europa cristiana sabía de la existencia de civilizaciones, culturas, territorios y pagos sobre los que sólo tenía información dispersa… básicamente porque eran escasos los europeos que habían llegado a esas regiones. Por ejemplo: el más famoso, Marco Polo, que anduvo dando el rol en China entre 1271 y 1295, describió con lujo de imaginación lo que había visto. Y tan, tan: era casi todo lo que se sabía de China. O el menos conocido y (quizá) más interesante Giovanni da Pian del Carpini, que entre 1247 y 1251 atravesó las enormes estepas asiáticas dominadas por los mongoles, en una embajada del Vaticano para ¡ofrecerle al Gran Khan evangelizar a los tártaros! Y no sólo para aumentar las limosnas y promover las pollocoas con carne a la tártara (¡Guácatelas!). Sino como una estrategia para darle en la torre a la amenaza musulmana, a través de los cascos de los caballos de los mongoles. Éstos rechazaron la oferta; quizá pensaron en la monserga de andar vendiendo talonarios para la kermés del Seminario por toda la estepa. Pero de haber dado una respuesta distinta, la historia del mundo hubiera cambiado para siempre.

Asimismo, por esas fechas los portugueses ya estaban por darle la vuelta al África, de manera tal que eran conocidas las dimensiones mínimas de ese continente. Y por supuesto, la Cristiandad llevaba ya ocho siglos peleando contra los árabes y turcos islámicos, de manera que sabía más o menos de qué iba la cosa por esos lares. Así pues, Europa conocía Asia y África, así fuera de oídas, imparcialmente y de lejecitos. Y Asia y África conocían más o menos lo mismo de Europa y de una y otra. Pero ni chinos ni hindúes ni persas ni turcos ni africanos ni europeos tenían la más remota noción de la existencia de todo un continente que luego se llamaría América, igual que un equipo odioso y que constituye uno de los peores ejemplos de costo-beneficio en la historia del capitalismo post mercantilista. Así que podemos decir sin desdoro que Colón sí descubrió algo que el resto del mundo (no sólo España o Europa) desconocía.

Con otra: los aborígenes americanos no tenían la menor sospecha de que existían otros hombres, civilizaciones y etnias fuera de su ámbito geográfico inmediato. Los incas, hasta donde sabemos, ignoraban que existieran los mayas. Los aztecas no sabían qué había más allá de Chicomostoc (hoy el Sur de Zacatecas) excepto tribus tan salvajes como ellos (de ahí habían salido, después de todo). Los mayas no pasaron de la actual Costa Rica, e ignoraron durante los diez siglos que duró su civilización que Cuba estaba a 150 kilómetros mar adentro desde la punta oriental de Yucatán. Las antiguas culturas de América se hallaban tan aisladas del resto del mundo como los polinesios o los australianos. Por eso el arribo de seres humanos distintos a ellos los agarró tan fuera de base. Por eso para los mexicas, el creer que Cortés y sus guaruras eran dioses no resultaba tan descabellado. Si no, entonces, ¿qué eran?

2.- Colón batalló mucho para convencer de su idea a los Reyes Católicos porque todo el mundo creía que la Tierra era plana. No, realmente los problemas del genovés no fueron por ahí. Ciertamente el conocimiento de la redondez de la Tierra no era algo muy extendido que digamos a fines del Siglo XV. Pero los asesores científicos de Fernando e Isabel sabían (como todo hombre culto de ese tiempo, que eran algo así como el 0.1% de la población… creo que como hoy) que, en efecto, este planeta es redondo. Sólo que no sabían explicar cómo estaba el asunto, y por qué personas, bestias y el agua de los océanos no se caían entonces al espacio. Pero en ese sentido, los planes presentados por Colón no les parecieron ilógicos: sí, era posible llegar al Oriente navegando al Occidente. Lo que no sabían era cuánto podría tardar el viaje, si llegaría a buen término, y por tanto si la inversión valdría la pena. Por eso a Colón le dieron unos barcos Onappafa de quinta mano para que hiciera el intento: si se hundían, no se perdía algo más que el equivalente a un Chevrolet 1982 ya hojalateado.

Habría que recordar que, en 1945, cuando estallaron los artefactos nucleares sobre Hiroshima y Nagasaki, la prensa de todo el mundo sudó tinta para explicarles a sus lectores qué rayos había pasado. Decir que se trataba de armas nucleares, o atómicas, era hablar en chino: en esos momentos, la palabra “átomo” (por no decir nada del núcleo atómico) no había sido leída ni escuchada por algo así como el 99% de la Humanidad. Era como los mesones y piones y quarks (partículas subatómicas) que hoy nos barajan los físicos cuánticos: algo científico que quién sabe qué será y que (a ver, sea franco, amigo lector) si acaso hemos oído de pasadita y sin ponerle mucha atención al asunto.

Así pues, que el mundo era redondo no era ningún pensamiento herético ni un conocimiento hermético: era algo conocido desde muchos siglos atrás. Pero, como decíamos, no se entendía bien a bien la mecánica del porqué o cómo. Ah, y por supuesto, los aborígenes americanos no tenían ninguna noción al respecto.

3.- Colón tenía conocimiento previo de la existencia de América, y vino a la segura: Mucho se ha especulado al respecto. Y, la verdad, el asunto se presta para una discusión más amplia, que no podemos emprender aquí y ahora porque la dirección editorial del Siglo ha amenazado nuestra virilidad si nos pasamos de cierto número de palabras (que, chin, acabamos de rebasar). Así que se las debo para otro domingo. Por lo pronto, que éste les sea leve.

Consejo no pedido para gritar “¡Tierra!” al llegar a casa a las cuatro de la mañana: Entre los clásicos sobre el asunto, lea “El arpa y la sombra” de Alejo Carpentier; y “Vigilia del Almirante” de Augusto Roa Bastos. Provecho.

Correo: anakin.amparan@yahoo.com.mx

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