Vengo regresando de la Ciudad de México en donde mis hijos y yo tuvimos la oportunidad de celebrar las fiestas navideñas de la mejor manera, en compañía de la familia. Cada vez que incursionamos en una metrópoli practicamos una forma de turismo singular, recorriendo librerías; por una parte se reencuentra uno con obras conocidas en nuevas ediciones; identifica recientes publicaciones de autores ya conocidos, y se entera de las tendencias actuales en materia de libros. Esta vez me sorprendió el número de obras de desarrollo humano; buena parte de ellas redundando en la idea de explicar fenómenos poco satisfactorios de esta vida partiendo de experiencias en vidas pasadas. Si algo quedó claro en mi mente al regresar a casa, es que hoy más que nunca el ser humano está ávido de material que le conduzca a creer en sí mismo; algo que le permita reafirmar su marcha, pero sobre todo que le lleve a encontrar un sentido a su vida, una razón que justifique poner el mayor esfuerzo en cada acción que emprende a lo largo del diario existir. Quizás una forma de llegar a esta urgente restitución de la propia fe, sea tratar de explicar las inconsistencias actuales en razón directa de asuntos pendientes en otras vidas, de acuerdo a las doctrinas orientales. Otro modo más sencillo de enfocar la vida es mirarnos en los espejos de otros y comenzar a entendernos mejor a través de tales visiones; en el caso personal un buen espejo es la literatura latinoamericana, a través de ella nos encontramos con personas que comparten una realidad social similar, pero que de alguna manera han superado las limitantes propias de dicha realidad para trascender más allá.
Un libro que descubrí en esta ocasión, y que me ha resultado particularmente iluminador corresponde al uruguayo Eduardo Galeano; editado en el 2005 por Siglo XXI Editores, El Libro de los Abrazos resulta una obra cálida que da cuenta de grandes testimonios socioculturales en Latinoamérica. Galeano gira alrededor de muy diversos elementos de reflexión personal; vivenciales; oníricos, y socioculturales para dibujar de cuerpo entero al ciudadano de clase media, con sus profundas aspiraciones, sus contradicciones, pero sobre todo la lealtad hacia sus raíces, y los grandes amores que le mueven día a día. Como latinoamericana me identifico de una u otra forma con la gran mayoría de sus testimonios, pero sin lugar a dudas algunos de ellos me tocan las fibras más sensibles. El autor es el gran errante que ha vivido en diversos países, con tal intensidad, que no puede menos que sentirse ciudadano del mundo; ha participado en momentos históricos muy importantes, y ha tenido la oportunidad de fraternizar con personajes de talla internacional como su maestro César Vallejo, Julio Cortázar o Juan Gelman. Pero igual habla en su obra de Don Verídico, un anciano enamorado del amor; del colombiano Julio Cañón frente a la muerte, o de Fuga el burrito ilustre en la guerrilla de El Salvador. Acompañado invariablemente de Helena, su Helena del alma que se hace presente cada vez que la palabra se convierte en melodía.
Incursionar en las letras latinoamericanas es una excelente oportunidad de creer en nosotros como pueblo; refrendarnos frente a la historia, alistar el alma para ejercer un amor profundo e inacabable por la justicia social, la paz y la unidad. Es permitirnos tal sensiblería hasta llorar porque sí; es reír como niños con las cosas más simples, es desgarrarnos el alma con las historias de aquéllos a quienes arrancaron lo más amado; pero es sobre todo descubrir en cada rincón de este bello continente almas buenas que nos invitan a redoblar los esfuerzos por ser mejores ciudadanos cada día.
Quiero terminar este recorrido con dos fragmentos de El Libro de los Abrazos, que pintan de cuerpo entero a Galeano, el gran conciliador latinoamericano:
EL MIEDO
Una mañana, nos regalaron un conejo de Indias. Llegó a la casa enjaulado. Al mediodía, le abrí la puerta de la jaula.
Volví al anochecer y lo encontré tal como lo había dejado: jaula adentro, pegado a los barrotes, temblando del susto de la libertad.
LA VENTOLERA
Silba el viento dentro de mí.
Estoy desnudo. Dueño de nada, dueño de nadie, ni siquiera dueño de mis certezas, soy mi cara en el viento, a contraviento, y soy el viento que me golpea la cara.
Feliz inicio de año, felices trescientas sesenta y cinco oportunidades para crear la propia felicidad a pulso, como el cincel del artista sobre la mole que encierra su proyecto de vida más caro.
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