La adolescencia es por sí misma un período de desadaptación; el niño que siente que ya no encaja con los pequeños pero que no es debidamente aceptado entre los adultos, en el concierto de una descarga hormonal que lo hace consciente de su sexualidad y lo cubre de acné, en tanto sentimientos encontrados le dificultan hallar su lugar en la sociedad, no encajando a veces ni entre los de su misma edad. Es algo así como la crisálida que pugna por extender las alas cuando sus condiciones de inmadurez aún no la sostendrían en el aire...
Vaya, si en otros tiempos la adolescencia resultaba una época de grandes ajustes, en la actualidad con una gama de elementos agregados, las cosas resultan más complicadas aún. El mismo entorno lo ha dotado de recursos que él busca aplicar a su propia vida, lo que no siempre es bien recibido por quienes le rodean; surgen de este modo los clanes urbanos como una respuesta a la necesidad de pertenencia de estos jóvenes a un grupo; ejemplos cercanos son los emos, los darks y los punks.
El fenómeno emo ha sido el que ha merecido mayor publicidad en los medios; surgido como una variante de los grupos góticos de los ochentas, con su singular aspecto exterior simbolizan un grupo de adolescentes que se permiten expresar sus emociones, que dejan de lado la distinción entre sexos, y que finalmente se ocultan tras la pantalla de un fleco largo para no ver y no ser vistos. Los distingue una vocación de sufrir, los tatuajes, perforaciones y heridas autoinflingidas simbolizan esta tendencia; se definen a ellos mismos como víctimas que lloran en grupo a manera de una protesta contra el estado de cosas de la sociedad. Son melancólicos que tienden a la depresión, con frecuencia desarrollan ideas suicidas que en algunos de los casos han derivado en tragedia. Cuidan su aspecto para lucir asexuados; es alto el índice de relaciones íntimas entre miembros del mismo sexo, además de que son grupos de riesgo para enfermedades de transmisión sexual, pues habitualmente practican sexo sin protección.
Han sido perseguidos por grupos de adolescentes que ejercen la violencia entre pares (también conocido como bullying), un ejemplo es lo ocurrido en la ciudad de Querétaro a principios de este año, cuando un chico de diecisiete años de familias acomodadas convocó mediante la red a una agresión en contra de emos que suelen reunirse en una plaza de aquella entidad, lo que se convirtió en violencia callejera que afortunadamente pudo ser controlada por las fuerzas de seguridad pública.
En lo personal me parece que los chicos en estos grupos encuentran una manera de camuflarse, de no darse a notar en un mundo que para ellos resulta amenazador. Los especialistas han descartado el movimiento emo como una verdadera corriente social, postulando que carece de fundamentos filosóficos, contrariamente a lo que en su momento fue el movimiento hippie de los setentas. Pero aún cuando no pudiera sustentarse como doctrina y sea sólo una moda, el hecho de buscar confundirse dentro de un grupo de muchachos melancólicos vestidos de negro, con flecos largos y ojos delineados, es estar renunciando a la posibilidad de una autodefinición propia que finalmente es la puerta para la consecución de objetivos personales en la vida.
La sociedad avanza en ratos como toro desbocado; sus afanes de competitividad sin el concurso del corazón derivan en violencia; el acoso del grupo hacia aquél que de alguna manera es distinto al resto es una forma de agresión que puede iniciar desde el jardín de niños. El chiquillo con dotes de líder que utiliza el poder para satisfacer vacíos emocionales que trae de casa, instiga al grupo a arremeter contra el que visualizan como socialmente más débil, generalmente a través de acoso verbal repetitivo que lleva al afectado a sentir humillación, angustia y aislamiento.
Tal vez estos grupos definidos en su aspecto exterior y conductas sean la punta del iceberg, ya sea los emos que sufren, o cualquier otro grupo que detenta conductas extremas; cuando observamos que el chico tiene que recurrir a ellas para sentir algo de satisfacción en su vida, es hora de que los adultos nos sentemos a analizar en qué hemos fallado. Y sí, posiblemente el común denominador de estos patrones de comportamiento sea una falta de definición en lo relativo a normas de conducta, y lo que esté faltando sea es un padre que ejerza la autoridad en vez de pretender ser la figura amistosa que en nada ayuda al chico a aprender a medirse frente al grupo, adaptarse y despegar rumbo a su propio destino.
maqueo33@yahoo.com.mx