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Contraluz / CAMINOS SIN VUELTA

María del Carmen Maqueo Garza

Volteo los ojos al mundo y me alarma lo que veo, conflictos entre naciones poderosas; desencuentro de intereses que lleva a la violencia desmedida; hogares en el interior de los cuales se libran feroces batallas... Yo me pregunto qué está sucediendo, a dónde ha emigrado el espíritu del hombre que ya no campea más entre nosotros.

Vuelvo la vista atrás, a mi propia infancia; lo hago con una mezcla de dulce nostalgia y fatal desesperanza. Tal parece que aquella quimera de un mundo en paz ha quedado en el pasado, junto con los niños de mis recuerdos.

La descomposición social se pone en evidencia en los distintos niveles de actuación del ser humano, desde la madre que levanta la mano irreflexivamente para agredir al hijo hasta las naciones que actúan sin respetar el derecho de otras naciones. Desde el impulsivo conductor que avanza por las vialidades de manera arrebatada hasta quienes en su enajenamiento se consideran superiores a otros. Desde la postura equívoca de conceder mayor valor a las cosas materiales que a los sentimientos, hasta la actitud de pretender sofocar nuestros propios fallos dentro de la familia con satisfactores económicos.

Yo me pregunto en qué momento fue cambiando nuestro entorno social a estos límites que atemorizan; en qué momento el diálogo fue sustituido por armas de largo alcance que se activan al menor roce; en qué momento dejamos de conciliar para empezar a agredir; en qué momento abandonamos la lucha personal para emprender el ataque mortal. Una sola idea viene a mi espacio, una sola concepción sale a tratar de llenar los huecos de mi alma: Ha faltado amor en el corazón de nuestros niños.

En muchos sentidos a los adultos de hoy nos ha tocado vivir condiciones inéditas; quizás nuestros hijos constituyan la primera generación de niños provenientes de hogares poco acogedores en los cuales la ausencia de ambos padres por motivos laborales nos está cobrando la factura. Tal vez éstos sean los resultados preliminares de parejas en las cuales la urgencia económica ha superado a la búsqueda de estabilidad emocional de los hijos. Muchas de las veces hemos tenido que dejarlos de lado para emprender la lucha por mejores condiciones económicas, quizás en jornadas de sol a sol que mantienen a los pequeños al margen de nuestra atención emocional, con las consecuencias nefastas que estamos viviendo.

Nos hemos distinguido en la historia reciente por ser “padres light”; figuras que están ahí para el aprovisionamiento de la alacena familiar, tantas veces dejando vacío lo que corresponde a las necesidades de seguridad, confiabilidad y calidez de nuestros hijos. Hemos querido subsanar el alejamiento físico y emocional hacia ellos con mercancías costosas, sin darnos cuenta de que los huecos del alma no se llenan de esta manera.

Nuestros niños y jóvenes de clase media tienen acceso a las novedades electrónicas del momento; en sus casas hay televisor, reproductores de imagen y de sonido, y computadora personal. Cada uno porta su teléfono celular y probablemente su cámara digital, que nosotros actualizamos cada vez que sale un nuevo modelo con tecnología de punta... Yo sé que sin pensarlo dos veces cualquier chiquillo cambiaría todas sus pequeñas posesiones por una tarde exclusiva con su papá con el cual apenas cruza palabra dos o tres veces por semana...

Padres “light”: Momento de repasar lo que llevamos andado en el camino, ocasión de una seria reflexión personal. Habrá que volver la vista a los monstruos que pueblan el mundo y contestarnos con toda sinceridad hasta qué grado nosotros los hemos gestado dentro de casa, con nuestras prioridades trocadas; con las presiones económicas asfixiantes; con nuestra subestima hacia las necesidades personales de muy distinto orden que tiene cada uno de nuestros hijos.

Sabemos que ningún padre dañaría intencionalmente a sus niños, sin embargo sí lo hace con su indiferencia. Sabemos que si se mantiene alejado de ellos es por el propósito de ser un mejor proveedor, no obstante habrá que establecer un justo equilibrio entre necesidades materiales y emocionales, y medir su repercusión a futuro.

Esos huecos emocionales deben de llenarse para seguir adelante; son como los del fondo de la barca, de no ocluirse la llevan a hacer agua. Si los niños no encuentran la calidez en casa la buscarán afuera, y luego no nos sorprendan los resultados; si se sienten desamparados probarán modos de evitar aquella sensación, ahí está toda clase de sustancias para hacerlo. Si no estamos junto a ellos en su búsqueda, comenzarán a emprender la marcha por caminos alejados del hogar, caminos que no tienen vuelta...

maqueo33@yahoo.com.mx

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