Esta semana tuvimos la visita de una gran señora, extraordinaria actriz y directora; incansable promotora de los derechos de la mujer: Susana Alexander. Auspiciada por el Instituto Coahuilense de la Mujer, la gira de su espectáculo “Las Mujeres no Tenemos Llenadero” incluyó nuestra frontera; el espacio de Multimedia 2000 fue insuficiente, pese a que el evento se anunció con poca anticipación. Los asistentes en su mayoría éramos mujeres de todas las edades y condiciones socioeconómicas, y un puñado de valientes varones que acogieron con singular simpatía la postura de Susana, una voz que se hace escuchar en favor de las causas pungentes de nuestro México; una líder sin cortapisas, que no tiene compromiso con otra instancia que no sea su propia voluntad. Aún cuando tuve oportunidad de charlar con ella por unos minutos, hay un montón de cosas que la premura del tiempo no me permitió expresar y ahora lo hago por este medio maravilloso, la palabra escrita.
Susana: En cuanto apareciste en escena el público comenzó a aplaudir; tú extrañada preguntaste por qué te aplaudían si aún no habías hecho nada, pero ¿sabes? Para ese momento tú ya habías hecho mucho, nos habías mostrado con tu vida misma que los propósitos están por encima de las vicisitudes, y que corresponde al coraje personal, y nada más, ir dando forma a ese dúctil material llamado tiempo. Para antes de subir al templete nos habías enseñado que los problemas de la vida se enfrentan con valentía, pero sobre todo con fe en la propia capacidad para vencerlos; desde tu diario ser y luchar nos demuestras que los recursos para sacar adelante una situación adversa se encuentran en la propia mochila de viaje. Tu actitud fresca y desenfadada frente al público nos permite ser indulgentes con nosotras mismas y aceptarnos como somos, pero sobre todo nos recuerda que merecemos de los demás un trato digno y respetuoso, independientemente de cualquier circunstancia personal; tu sola presencia nos insta a hacer valer ese respeto, empezando por el propio.
Luego de ello tu voz, y toda tú nos llevaron en un delicioso viaje por las letras mexicanas escritas por mujeres, la valiente Elena Poniatowska que nos presenta una Revolución Mexicana personal y única; Guadalupe Loaeza en un rincón literario que se aleja de Polanco para sublimar nuestra vena indígena. Nos condujiste hasta la narrativa de Ángeles Mastretta para hacernos creer que ser auténticos equivale a no morir aún cuando la materia se convierta en polvo. Incluiste en tu paseo una vuelta por la región para conocer a Ana María Dávila y a Evangelina Díaz; nos dijiste que si ellas pudieron, nosotros también. El mensaje era claro, mujeres hablando de mujeres, unas y otras alistando el fuselaje para emprender un vuelo sin fin, sobre el valle inacabable de nuestra propia historia.
Con ese estilo tan tuyo nos llevaste de la risa desbordante a la cruda reflexión; a entender que el papel de la mujer no es menos importante que el del varón, y que se tiene que ir por la vida con la autoestima bien plantada, con la convicción de que lo que yo no haga por mí, nadie más va a hacerlo.
Susana, muy querida y muy nuestra: ¡Qué bueno escuchar de ti que una mujer tiene derecho a decidir qué causas la merecen! Gracias por hacernos ver que la actitud que asumamos frente a la vida es un rasgo que quedará impreso en el carácter de los propios hijos. Gracias por instarnos a reflexionar, pues en este ajetreo de ser para otros, tantas veces nos olvidamos de ser para nosotras mismas; en ese cubrir las necesidades inminentes de nuestra familia pasamos por alto que sólo se puede dar lo que se tiene, y que para dar lo mejor primero debemos de procurar lo mejor para nosotras mismas.
Gracias por venir a sacudir el polvo de ese entender y esa autoestima que en ratos se nos amodorran; gracias por recordarnos que valemos, que merecemos y que podemos hacerlo. Habrá quienes, después de hoy, tal vez no vuelvan a escucharlo desde fuera, pero deben repetirlo con su voz interior, una y otra vez, y crecer.
Gracias por invitarnos a utilizar la inteligencia; por exhortarnos a leer, a concebir nuestro propio criterio en lugar de recetarnos criterios ajenos, tantas veces de turbios orígenes y cuestionables propósitos.
Gracias por recordarnos que dentro de cada una de nosotros radica el cambio y arranca la trascendencia. Gracias por elevar tu voz para decirnos: ¡Tú puedes!, con tal intensidad que lo creamos, lo asumamos y comencemos a vivirlo, empezando hoy, y para los próximos cien años.
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