Fiestas patrias: Explosión de colorido en calles y avenidas que llama a creer en el México de los héroes que por él dieron la vida; banderas y guirnaldas adornan cada esquina, cada fachada. Ésta es una mañana clara como esas mañanas que me inspiran, el astro rey asoma su copete plateado por entre jirones de nubes blancas cual colchas; comienza el trajín de caminantes, es una hora tan transparente que alcanzo a adivinar de cada cual ilusiones y quereres a través de sus ojos azabache; escucho en su risa los ecos de risas infantiles que les llaman al hogar al término de la jornada.
El México que no quiero perder es el de la niña que lleva una mazorca dibujada en su rostro, ondeando feliz la banderita que su padre acaba de comprarle. Es la fe que anida en el pecho de esa pequeña de la que quiero prenderme para no desfallecer entre los fuegos cruzados del mal.
Ha sido una semana dolorosa para México; algunos abandonan el suelo patrio porque han dejado de creer en él; aquellos padres cumplen un año del dolor más grande, el de no saber nada sobre su hija desaparecida. Los más grandes homicidas, ¿son corderos o son lobos disfrazados?... Sentimos a la bestia de siete cabezas adueñándose de vidas, destinos y conciencias, y nos asimos a la verdad y al bien como tabla de salvación...
Cuando algo como esto sucede recurro con urgencia a mi medicina de las mañanas claras, me invento una excusa para salir de casa y abrevar esperanzas: Me encuentro con plazas serenas; atisbo a las parejas que terminan una velada con los primeros rayos del sol; sigo con la mirada a la chica que se apresura para llegar a tiempo a su trabajo. Me captura el movimiento interminable a la entrada de una escuela primaria, imagino la historia que hay detrás de cada niño de uniforme planchado y mochila al hombro. Observo sin ser vista a ese grupo de hombres jóvenes, me contagia su singular desenfado; por acá va el peón rumbo a “la obra” sobre su bicicleta, haciendo ondear, al igual que la niña, su banderita tricolor que probablemente sea “made in China”, pero que para nosotros representa lo mismo, ese pálpito de vida que nos lleva a trabajar y a creer; a reír y a orar, y a amar; a esforzarnos y a perseverar...
El México que no quiero perder es el de septiembre, el del grito del quince, el del desfile del dieciséis; ese motivo que se nos enseña a amar y a respetar desde pequeños, cuando apenas vamos entendiendo la palabra “patria”. Ese México es el de mis padres, que me inculcaron respetar los símbolos patrios como lo más sagrado, actuar con honor y justicia para con mis hermanos de nacionalidad, y luchar con todo por coronar de laureles a mi patria.
El México que no quiero perder es el de las mujeres mullidas que cantan al viento cuando comienza a amanecer; el de los campesinos requemados por el sol que desgranan sus risas sobre el surco sembrando esperanzas. Ese suelo acogedor con los niños de pecho, con los chamacos de distintos colores y tamaños que juegan “una cascarita” sobre la calle de tierra apisonada. Este suelo de nuestros abuelos, los del paso sosegado y las horas largas, que siguen en pie enseñándonos con su vivir la palabra “fortaleza”.
El México que no quiero perder es el de los cuatro mares que nos rodean; el de los ríos y las cascadas cantarinas; el de la exuberante vegetación y frutos maduros que se dan nada más porque sí; el de las salinas como espejos que nos enseñan a vernos reflejados en ellas... No quiero perder sus montes y sus valles; sus cielos, sus amaneceres de luz y sus ocasos de fuego; las grandes ceibas sagradas y la mansa yerba que se mece al viento. No quiero perder el México de mis abuelos; el de mi compañero que reposa en sus entrañas; el de mis hijos que gritaron “patria” cuando salieron de mi vientre.
Me receto una mañana clara llena de niños, de miradas, de cantos y de risas... hago a un lado los nubarrones del mal y digo como dijera López Meléndez: “México, creo en ti”, y regreso a casa dispuesta a hacer patria por este día, hasta donde mis brazos alcancen y mi voz pueda ser escuchada. Es el México al que tienen derecho mis hijos, el que no quiero perder en mi mente ni en mi corazón, ni en mis empeños ni en mis sueños... para vivir siempre, y morir un día pronunciando muy en alto la palabra “Patria”.
maqueo33@yahoo.com.mx