En esta Nochebuena quiero descubrirte Señor como hace un niño pequeño, tener la lucidez para atinar a celebrar lo esencial, el milagro del amor más grande que viene a habitar entre nosotros.
Quiero llegar al pesebre con la sencillez de los pastorcillos, aquéllos que no dudaron un solo momento en obedecer los mandatos del cielo y seguir la estrella que indicaba el camino a Belén.
Me propongo hacer a un lado el barullo exterior, aquietar mis sentidos para comenzar a escuchar los susurros de los ángeles y las voces de los niños que hoy te mecen entre arrullos.
En este mundo abrumado por afanes enfermizos, concédeme el privilegio de adquirir la mayor riqueza: Quiero comprar menos para tener más; quiero dar para agrandar mis arcas; alejarme de la ambición para aquilatar el ser por encima de todo lo demás.
En esta Nochebuena permíteme hacer un recuento honesto de mis bendiciones: La vida; la salud; la familia; los amigos; la música; la risa; los niños... las oportunidades; los días de trabajo; las noches de descanso.
Quiero despertar cada mañana recordando la gran fortuna que representa tener un día más de vida, una ocasión renovada para empeñar ilusiones y propósitos de un modo bueno.
Quiero llegar al final de la jornada con la voz en canto, haciendo un balance entre las oportunidades y los logros, con la firme convicción de aprovechar mejor el tiempo para la siguiente.
Permíteme poner en mis labios una alabanza que cierre el paso a quejas y lamentaciones. ¡Cuando hay tanto por qué sentirnos agradecidos!
Señor: Este año has llevado contigo algunos de mis más queridos compañeros de viaje; sé que lo hiciste porque así tiene que ser, porque nos has prometido una vida eterna que en este mundo sólo comienza a vislumbrarse. Gracias, primero por el regalo de haberlos puesto cerca de mí durante estos años, y luego por haberlos llevado a tu lado... debo confesarte que me costó dejarlos ir, pero ¿sabes?, siguen conmigo en cada rato feliz; en las noches estrelladas; en las muchas memorias que tomo entre mis manos, lanzo al aire, y luego miro caer una a una y reinventarse... Percibo su presencia en el vientecillo juguetón que acaricia mi cara.
En esta Nochebuena quiero llegar hasta ti con todos mis yerros y decirte que cada uno de ellos ha sido ocasión de aprendizaje; que la mejor enseñanza la obtengo cuando tengo que hacer algo dos veces.
Llego a tu cuna con todos mis desaciertos, con mis ratos de ira, con mis terribles enconos cuyos voceríos retumban en mis oídos cada noche, mientras intento en vano conciliar el sueño.
Hoy traigo mis incongruencias, esas asimetrías entre propósitos y resultados; entre el pensar y el decir; entre el planear y el hacer; entre el sentir y el actuar... En pocas palabras, traigo mi humanidad a cuestas pidiéndote que me enseñes a ver en cada falla la oportunidad de aprender, y en cada fracaso la ocasión de pulir mis asperezas.
Tú llegas a nosotros esta noche por el amor más grande, dispuesto a entregarte para cumplir una promesa de vida eterna; pueda yo al menos por un rato sacudirme el egoísmo y tender una mano a quien más lo necesita. Que durante esta noche desoiga mis necias demandas y me acerque a la verdad de lo que es por siempre y para siempre.
Traigo hasta ti mis afanes protagónicos, mis apetencias, mis inseguridades... todos ellos tienen un mismo origen: Un corazón que tengo tan metido dentro del pecho que no ha tenido ocasión de asomarse a conocer el mundo, rozar por un instante su dolor y sus miedos, y finalmente entender cuánta es su ventura.
Tú me das la oportunidad de ejercitar cada uno de mis músculos, cada uno de mis sentidos: Me pones de aquel lado las necesidades de otros y de éste mi absoluta libertad para hacer o dejar de hacer; para extender los brazos y crecer, o para encogerlos y replegarme; elevar la voz en canto o perderme en lamentos.
Me has concedido dos posibilidades: Cosechar de lo que otros siembran y sentarme a la mesa de los señores, o hacer como hace el peregrino, sembrar y partir, dejando que los vientos de los tiempos hagan lo suyo.
En esta Nochebuena, cuando nuestro mundo se agita entre ambiciones y angustias, permíteme llegar a tu humilde pesebre a depositar mis fallas y mis dolores; mis ilusiones y mis propósitos; mis afectos y mis penas; es todo lo que soy, es todo lo que tengo. Por encima de ellos quiero dejarte un canto de mis labios y un enorme ramillete de agradecimientos que traigo entre mis manos...
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