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Contraluz / HACIA UN PAÍS DE LECTORES

María del Carmen Maqueo Garza

Se promulga por parte del Ejecutivo Federal la Ley de Fomento a la Lectura, iniciativa que pretende despertar el hábito de leer en el seno de las familias mexicanas. La intención del proyecto merece un aplauso, aunque habría que tener en cuenta, como señala Juan Domingo Argüelles en su recién publicado “Antimanual para lectores y promotores del libro y la lectura” que el fracaso de los programas de este tipo obedece a la excesiva burocratización de los mismos. La iniciativa contempla dotar a las familias de una biblioteca básica de veinte títulos y como quien dice “ver si prende” el gusto por la lectura en alguno de sus miembros. Sería el equivalente a colocar en los hogares trajes de flamenco y ver si a alguien le da por “el cante jondo”, es mi personal punto de vista, como lectora y como autora.

Una realidad absoluta es lo relativo a los bajísimos índices de lectura en nuestro país en donde lo poco que se lee son textos escolares y técnicos. El meollo del asunto, la lectura por placer, se limita a algunos diarios impresos, revistas de vaqueros y magazines de moda. Y aún éstos se abordan con alto grado de analfabetismo funcional, esto es la carencia de una lectura de comprensión; como escuché decir alguna vez: “yo leo mucho, muchísimos libros, no los entiendo, pero de que leo mucho, leo mucho”.

La clave del proyecto es despertar en el lector potencial el gusto –la pasión- por la lectura, y para yo invitar a una actividad de un modo convincente, necesito contagiar el entusiasmo por dicha actividad; conocerla, haberla practicado, hacerlo con placer, y así animar a otros. Yo no entiendo nada de futbol, ni distingo las camisetas de los equipos, y no me quita el sueño saber si la selección va o viene... pero supongamos que mi trabajo consistiera en fomentar la práctica de dicho deporte: ¿a cuántos podré animar si no tengo elementos técnicos para hablar de él, ni me gusta ni lo procuro?... Algo parecido va a suceder si montamos un equipo humano que se encargue de entregar los veinte títulos a cada familia, ¿existirá el gusto por la lectura entre aquéllos que van a llevar los libros? ¿O simplemente van a llegar, fírmele y ahí nos vemos?... La ley ya está promulgada y no hay vuelta para atrás, sólo esperamos que no suceda como pasó el sexenio anterior con la Megabiblioteca José Vasconcelos, planeada para competir con la Central de Washington, sólo que se omitió un pequeño detalle, no había con qué “llenarla”, amén de las fallas en la estructura del inmueble, que la tienen aún sin entrar en funciones. Si queremos en verdad incrementar los índices de lectura como una actividad lúdica necesitamos empezar por los más pequeños, y que sean ellos los que contagien a los mayores en casa; yo considero que si en vez de colocar novelas hispanoamericanas o diccionarios técnicos ponemos cuentos de fácil lectura para pequeños de cinco a diez años, vamos a ver que el gusto por la lectura comienza a desarrollarse, como todo proceso educativo de fondo en el largo plazo, no a fin de sexenio.

En lo personal me ha tocado estar del otro lado de la barrera, como autora de algunos títulos; publicar un libro es toda una empresa que requiere mucho trabajo, enormes dosis de fe en lo que se pretende, la perseverancia de tocar muchas puertas y la fortuna de encontrar que alguna se abre; es revisar uno y mil borradores hasta ver la obra terminada. Y todavía cuando vienen las pruebas (antes llamadas “de galera”), hallar uno o dos errorcillos que se escapaban. Es la ansiosa espera por la edición, hasta tener aquel hijo de tinta y de papel entre las manos, y es ahora estar pendientes de si gusta o no gusta, si se vende o no se vende, y es ver a muy largo plazo las regalías, lentas y diluidas, y ahora con la amenaza del IETU encima. Bueno, luego de toda esta emoción y este desgaste, hay amigos se nos acercan para felicitarnos y esperan que correspondamos su elogio obsequiándoles el libro, y se ofenden o se nos esconden si les decimos que está a la venta. Así de devaluado está el libro en nuestro país.

Nuestra biblioteca personal, el jardín en donde habita el dulce amigo, el mejor espejo, el más grande maestro, ese ser vivo y vivificante llamado libro. Primero hay que descubrirlo, luego aprender a jugar con él y finalmente procurarlo como alimento para el espíritu y motor de nuestras acciones. Por decreto no funciona, ya lo dijo el mismo Felipe Calderón... Se aceptan sugerencias, diría yo desde esta modesta tribuna...

maqueo33@yahoo.com.mx

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