Vida y muerte: Un continuo, una paradoja... Valoramos la primera cuando nos toca palpar muy de cerca la segunda, rozar lo irremediable, entender que nada vuelve a ser igual después de que alguien muere. Cada ser tiene su tiempo, su porqué... a quienes nos toca compartir un mismo espacio nos corresponde vivir a plenitud; cuidar nuestro entorno, cumplir cada cual su propio ciclo.
A punto de concluir mi labor dentro de la Medicina Institucional la aquilato como un período de enseñanza acerca del ser humano; igual que el primer día cuando pisé un hospital de puntillas para no interrumpir el silencio aséptico de sus pasillos, sigo asombrándome ante el milagro único que representa la vida. Aquellos áridos conocimientos de Bioquímica y Fisiología se fueron convirtiendo en la explicación de tantos mecanismos íntimos celulares capaces de preservar la energía dentro de un organismo haciendo que los nutrimentos, el agua y el oxígeno se conviertan en pensamientos, en emociones, en vivencias únicas que transforman el mundo.
Me paro hoy frente al abismo de mi propia historia; miro hacia atrás lo andado en estos años de vida médica, y comprendo que he sido testigo privilegiado del milagro de la vida, un testigo con una tarea adicional, la de salir a comunicar a otros lo vivido. Venturosa comunión entre la ciencia y la palabra escrita, en donde una alimenta a la otra en ambas direcciones, y yo en el medio mirando acá y allá, reverenciando el prodigio inacabable de existir.
Hace unas cuantas horas me hallaba al lado de un recién nacido el cual con muchos factores en su contra, trataba de salir adelante y vivir. Me tocó presenciar cada una de sus luchas vitales, y el modo cómo sacaba fuerzas de no sé dónde para no dejar escapar ese hálito de vida que le asistía. Entonces me pregunté cuál sería el equivalente de su lucha para mí, e imaginé que sería algo así como encontrarme emparedada sin muchas posibilidades de salir, percibir que se va acabando el oxígeno y me ahogo, pero a pesar de ello no desistir. Dudé en responder si yo tendría la fortaleza de aquel pequeño, pero de una cosa volvía a estar segura como en tantas otras ocasiones: Si este pequeño lucha del modo que lo hace por vivir, la vida es algo que vale la pena.
Viene a colación lo anterior pues abrimos la temporada vacacional de Semana Santa en la localidad con dos accidentes automovilísticos protagonizados por adolescentes, uno de ellos con saldo fatal. Jovencitos con pocas destrezas al volante que conducen a velocidades inmoderadas, generalmente sin cinturón de seguridad, y algunas veces bajo los efectos de algún tóxico. Dada su corta edad lo hacen imbuidos por esa sensación de invulnerabilidad frente a los elementos mortíferos tan propia del adolescente; actúan irreflexivamente pensando que sólo los tontos se mueren, y que a ellos no les va a ocurrir nada. Los hechos arrojan otros resultados, lo sabemos quienes hemos vivido un poco más.
Tal vez haya una manera de poner a estos jóvenes frente a la contundente realidad de la muerte; o bien sensibilizarlos ante lo que en el mundo real es mantenerse con vida, no dejar de respirar, luchar porque ese corazón dé un latido y luego otro, y otro más.
Pugnemos como sociedad porque los jóvenes tras el volante tengan la madurez para entender que no son inmortales, ni ellos ni los que les rodean. Que tengan la capacidad de asimilar que la vida es frágil, la integridad de las funciones también, y que la muerte es un hecho irreversible que cambia más de una vida cuando ocurre. Que lo más grave de causar daños por conducir en estado inconveniente no es ir a prisión, sino la prisión de ellos mismos. Que posiblemente él o ella vayan en condiciones óptimas, pero que si no manejan a la defensiva previendo lo que el conductor del otro vehículo pueda hacer, igualmente están corriendo riesgos. Que no hay una vacuna en contra del efecto deletéreo del alcohol, y que el principal mecanismo por el que una persona alcoholizada provoca accidentes, es porque pierde la relación tiempo-distancia. Y que si nada más los tontos tienen accidentes y mueren, más vale que se vayan poniendo listos para no ser parte de la estadística.
El chico tras el volante es responsabilidad del adulto que se lo permite. Emprendamos una Semana Mayor de sano esparcimiento, con las prioridades claras y la sensatez presta, en favor de la vida.
maqueo33@yahoo.com.mx