El hombre del siglo veintiuno sabe mucho sobre muchas cosas, pero es el suyo un aprendizaje de las cosas a la distancia, sin involucrarse ni sentirlas suyas, quizás por ello no ha podido amarlas con pasión.
Esta temporada de lluvias ha dejado enseñanzas en el ambiente, una muy cercana es un hormiguero que se ha establecido cerca de la puerta de entrada a mi domicilio, de manera que cada vez que entro o salgo puedo estudiarlo. Una larga hilera de hormigas pequeñitas transita en uno u otro sentido entre el resquicio donde está el hormiguero, y un punto tan distante como pueda cada cual imaginar, pues simplemente no alcanza a identificarse dónde termina el extremo de la fila contrario al hormiguero. Hace un par de días me encontré a estos insectos transportando el cuerpo de una especie de ciempiés en tarea titánica tal, que no pude sustraerme a la visión que tenía enfrente; aquella formación de hormigas transportaba su carga en contra de la gravedad, azorada supuse que el peso y volumen que cargaban equivaldrían para un grupo humano, a llevar a cuestas un par de vagones de ferrocarril. Algún rato después se encontraba la misma formación de hormigas cargando el mismo cuerpo de ciempiés, pero esta vez al ras del suelo, nuevamente en contra de la gravedad. Supuse en aquel momento que el peso de la carga preciosa habría podido más que los empeños de las hormigas y cayó al suelo, por lo que ahora volvían a comenzar su procesión hacia arriba con la carga a cuestas. Dejé volar la imaginación calculando el peso que cada hormiga habría tenido que sostener en contra de la gravedad, e imaginé qué pasaría si la hilera estuviera formada por hombres en vez de hormigas, debiendo llevar a cuestas aquella carga preciosa hacia un lugar común sin desfallecer, y me pregunté si estaríamos dispuestos a volver a comenzar desde cero cuando hubiéramos fracasado en un primer intento.
Los mexicanos no hemos aprendido a trabajar en equipo, simplemente no nos gusta; si la escuela presiona probablemente los chiquillos lo harán en las aulas, pero sin un convencimiento absoluto de los hechos, tenemos en nuestra naturaleza actuar por cuenta propia y en muchos casos a sacar ventaja de las cosas. Un buen ejemplo de todos los días para ilustrar esta falta de participación colectiva son los reglamentos de tránsito que no se respetan; el desacato a señalamientos de tránsito se ha vuelto algo tan común, que no debe extrañarnos que los accidentes viales se hayan multiplicado. Tenemos un semáforo marca luz verde, avanzan aquellos vehículos a los que corresponde hacerlo, es rojo para los que avanzan en forma perpendicular, ellos deben esperar. Sin embargo antes de que la luz cambie comienzan a asomar la trompa los vehículos que deben hacer alto, y si ven despejado se lanzan a cruzarse en rojo, aprovechando que no viene carro. Esto se agudiza más con quienes circulan en bicicleta, se pasan en rojo olímpicamente y hasta en sentido contrario, como si las leyes de tránsito fueran aplicables para conductores de vehículos motorizados y los ciclistas estuvieran exentos de obedecerlas. Y más grave aún, cuando ocurre un accidente, el que va a dar a la cárcel no es el ciclista, sino el conductor motorizado.
Y como este caso tan simple nos encontramos ejemplos en todos los ámbitos; aquel individuo que saca ventaja de una situación a costillas de otros, como si se tratara de probar quién es el más astuto, muy por encima de los derechos civiles de una sociedad. En este mundo de “ganones” aquél que quiere obrar de acuerdo a un código de ética parece ir quedando fuera de lugar; respetar las leyes se convierte en motivo de sorna, y ser amable con otros es lo más estúpido. Las palabras como “por favor” o “gracias” se van borrando del código de comunicación; adelantarse en la fila cuando no nos corresponde hacerlo o sacar ventaja de la situación de otros son actitudes que han aumentado...Todo ello va convirtiendo nuestro mundo de “ganones” en un ambiente hostil, y el diario vivir se convierte en lucha por la supervivencia física, pero sobre todo emocional y muy desgastante.
Volviendo al ejemplo de la formación de hormigas; en aquel momento concluí que si fueran humanos los que llevaran la carga, en primer lugar se hubieran negado a soportar tanto peso y más en contra de la gravedad; hubieran llamado a su sindicato y a derechos humanos, y finalmente acabarían por rediseñar prioridades y comerse aquel alimento que originalmente estaba destinado al almacenaje colectivo... Espíritu de unidad, sentido de pertenencia, lealtad al grupo, la lección de la hormiga en esta temporada de lluvias.
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