Hay quien divide su vida en años; yo la divido por semanas, el encuentro de cada siete días con la palabra escrita es un punto crítico que marca mis tiempos. Asisto a la reconciliación y ajuste de cuentas con la vida; las vivencias aparecen en escena, se toman de la mano y me cuentan una historia, una historia cada vez distinta y única.
Esta semana la muerte se ha posesionado del escenario; nos hace presa tanto a la palabra escrita como a mí, espectadora de primera fila. Inicio con una imagen que no creo poder olvidar por el resto de mis días; un titular noticioso habla de un edificio en llamas en alguna ciudad alemana; dada la inminencia del fuego un matrimonio toma la difícil decisión de arrojar a su pequeño hijo al vacío para tratar de salvarlo. La lente del fotógrafo muestra una imagen impactante: al fondo el rostro de los padres con una mezcla de indescriptible angustia y profunda esperanza; en primer plano la figura del pequeñito mientras cae por los aires como si fuera un muñeco...
Avanza la semana con noticias de todos los rincones del mundo en donde el tema de la muerte es recurrente con singular crudeza: En los campos de guerra; a causa de meteoros; de manera imprudencial o inexplicable. La muerte consumada; la muerte en grado de tentativa; el adiós a personas que trabajaron por el bien. De todas las maneras posibles se nos presenta y hace un llamado.
...La adolescente, casi una chiquilla, se toma el contenido del frasco de tranquilizantes de un familiar, copiando lo que una niña de su edad hizo.
...El jovencito es regañado por su comportamiento, de primera instancia y sin meditarlo acaso, hace algo riesgoso contra su vida.
...Un recién nacido es tirado a un basurero en el frío de la noche; se salva de milagro.
...La chiquilla menor de dos años desaparece misteriosamente del sitio familiar donde dormía, y la encuentran sin vida a cien metros del lugar de donde desapareció.
...Nosotros como medios de comunicación estamos lanzando una invitación velada de aproximación hacia la muerte; prodigamos detalles del cómo y por qué sucedió el accidente o el crimen; presentamos la muerte violenta de la forma más llamativa, como haríamos con cualquier otro producto de consumo; competimos en el mercado cuidando el impacto que vaya a generar en el público potencial. Estamos rodeando la muerte de más muerte.
Esta semana falleció también una persona cercana a la familia; hombre de trabajo, cuyo sepelio fue digno colofón luego de toda una trayectoria como ser humano; como empresario, pero sobre todo como esposo y padre. Tal cual marca la tradición en nuestro México, se cumplió aquello de “dime cómo mueres y te diré cómo viviste”. Se cierra un círculo; la vida se detiene por un instante a rendir un merecido homenaje, y luego sigue su camino, llevando en su interior una nueva enseñanza.
Nuestro mundo de valores contradictorios: Durante la ceremonia de premiación del Sindicato de Actores llevada a cabo en días pasados en Hollywood, al momento de homenajear a los fallecidos durante el año, Heath Ledger muerto por ingerir una mezcla de medicamentos controlados se llevó las palmas; Luciano Pavarotti quedó en el montón...
Muerte: La vemos sobre el escenario; conocemos una a una las cuentas de sus ropajes... pero dejamos de lado el sentido último de la misma. Nos corresponde dignificar, no exhibirla como en un mercado; nos corresponde presentarla a las nuevas generaciones a manera del último acto de una obra vitalicia, no como el arranque irracional que inmortaliza a unos cuantos. La muerte debiera iluminar la vida, no opacarla.
Frente al cuerpo de su madre habla Simone de Beauvoir de una confusión de sentimientos; hoy nos toca analizar si dicha confusión no está apareciendo para nosotros de modo prematuro, amenazando con tomar el escenario y secuestrar nuestro entusiasmo.
Netzahualcóyotl (1391-1472): Somos mortales/ todos habremos de irnos,/ todos habremos de morir en la tierra.../ Como una pintura,/ todos nos iremos borrando./ Como una flor,/ nos iremos secando/ aquí sobre la tierra.../ Meditadlo, señores águilas y tigres,/ aunque fuerais de jade,/ aunque fuerais de oro,/ también allá iréis/ al lugar de los descansos./ Tendremos que despertar,/ nadie habrá de quedar.
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