Piedras Negras, Coahuila está en pie, a poco más de cuarenta y ocho horas de una tromba que sacudió vidas y conciencias de sus ciudadanos, amén de los destrozos materiales que quedaron al paso de vientos huracanados, granizo y cuatro pulgadas de lluvia en cuarenta minutos... De su llegada ha quedado evidencia fotográfica impresionante que ya circula en Internet, sobre un fondo negro un cono blanco gigante que se vio venir de norte a sur minutos antes de que comenzara todo. No puedo faltar a la cita con mi alter ego frente a la computadora, mi sesión semanal de psicoanálisis para poner en orden ideas y sentimientos. Del otro lado de la ventana la vida despierta cantando como cada mañana en voz de sus avecillas, cual si nada hubiera sucedido.
No me ha sido posible terminar de barrer ramas y hojas del patio de la casa que forman una verde alfombra húmeda con aroma a nogal; de alguna manera mis cuatro colosos, los árboles que inspiran estas líneas, no lucen menos verdes, aún cuando la naturaleza les arrancó gran parte de sus vestiduras; volteo hacia arriba y veo los nidos de los gorriones que resistieron el meteoro, no me explico de qué están hechos para sostenerse indemnes, cuando sobre las losas del patio quedaron sembrados cadáveres emplumados.
Los cruceros fueron de locura la mañana siguiente; los semáforos terminaron con las lámparas desencajadas, en unos la tromba venció las vistas de colores, de manera que lucían solamente lámparas blancas. En otros cayó todo el sistema de señalización, por lo cual para avanzar teníamos que tratar de identificar si los veteranos de la tromba decían “siga” o “pare”. Afortunadamente los encargados de la vialidad estuvieron dirigiendo el tráfico en los cruceros más transitados.
En mi caso el susto fue grande pero los daños reparables, llegó a ser tal el volumen de la precipitación, que el sistema de drenaje del patio trasero no funcionó, y en treinta minutos aquel espacio se convirtió en una alberca que pronto comenzó a extravasarse hacia el interior de la casa. Vaciar aquellos cientos de litros de agua manualmente me dejó brazos y piernas hechas fricasé, con ciertos movimientos me sale del alma un quejido lastimero que no puedo evitar. Algunos de mis libros que esperaban turno para ser acomodados en el librero resultaron mojados; quedan en sus páginas feas manchas de humedad que de alguna manera serán recordatorio permanente de que no podemos jugar chanzas con la naturaleza, porque ésta va a cobrarse el daño.
Física nunca fue una materia favorita para mí, la encontraba tediosa, aunque tiempo después de terminada la preparatoria comencé a darme cuenta de que es útil en muchos aspectos en la vida. Una de las leyes por demás vigente en estos momentos es la “Tercera de Newton” perfectamente aplicable: “A toda acción le corresponde una reacción de igual intensidad pero en sentido contrario”, ley que deberíamos de comenzar a tatuarnos en la conciencia quienes habitamos este planeta actualmente convulsionado por los daños que nosotros mismos infligimos.
Se percibe en el mundo un dejo de indolencia o de estupidez frente al cambio climático. La naturaleza nos grita y nosotros nos hacemos sordos; ella expresa su dolor, y nosotros seguimos dañándola. Se establecen legislaciones para que “otros” las cumplan, como el caso del legislador captado fumando en la Cámara de Diputados unos días después de aprobada la ley antitabaco para el Distrito Federal. Enseñamos Ecología sin poner en ello pasión, sin vivirla como una consigna propia que motive a los jóvenes a visualizar que el cambio climático es la consecuencia lógica de la suma de todos nuestros daños individuales, como grupos sociales, como países y como raza humana. Y que mientras sigamos tirando basura; destruyendo ecosistemas; emitiendo humos, dañando mantos acuíferos, y actuando sin respeto al planeta, éste nos va a cobrar el precio, proporcionalmente a la suma de nuestras negligencias, ni un gramo más. Respetar nuestro planeta es ganarnos el derecho de vivir y de trascender en futuras generaciones, más vale que comencemos a creerlo y a hacerlo respetar, si queremos que nuestros nietos puedan conocer “en vivo” una ceiba, un ocelote o un delfín. Si queremos que las generaciones del mañana puedan darse un chapuzón en el río, hacer montañismo, o conocer un arrecife de coral. Y lo más grave: Si queremos evitar que la siguiente guerra mundial sea por el agua, que por un simple trago de agua se den a matar unos contra otros. ¡Más vale que abramos los ojos y despejemos las conciencias de basura mental, antes de que lo lamentemos a precio de sangre!
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