“El infierno está lleno de buenas intenciones y el cielo de buenas obras”, nada más vigente para el tema que hoy pretendo abordar, y que se refiere a la carga de estrés que cada ser humano adquiere en su día a día a través de su contacto con los distintos medios de comunicación.
La palabra escrita ha sido disparador y puntal de la cultura, desde el invento de la primera imprenta por Gutenberg en 1449 es ella la que ha permitido que la realidad de un individuo rebase límites de tiempo y distancia para llegar a otro. De esta manera es posible que los conocimientos se amplíen y perfeccionen mediante el intercambio de ideas, de suerte que se construyan sociedades más competitivas. Sin embargo como todo fenómeno humano, hay una parte buena y una mala del asunto, y tenemos que el uso de la palabra ociosa en su versión escrita ha alcanzado proporciones inimaginables para el creador de la imprenta.
Sobre el planeta podemos encontrar individuos aficionados a las carreras de caballos; otros al futbol sóccer, unos más a la pesca... hay un elemento del mundo exterior que a cada cual pone en su mejor sintonía. En mi caso es la palabra escrita en cualquiera de sus formas ejerce en mi humilde persona una fascinación muy peculiar, por ende, todo lo que tenga que ver con ella me resulta muy significativo.
De este modo encuentro que el uso y el abuso de la palabra escrita en diversos textos que pretenden comunicar a los seres humanos nos está llevando a un estado de angustia interna nada sano, que para hacer honor a nuestra inteligencia debiéramos todos trabajar por modificar. Esto es, los mensajes implícitos en los textos que procuramos son alarmantes, las notas en los medios impresos o electrónicos suelen provocar angustia porque tienen que ver con la vena oscura del ser humano, y quizás sólo alguna es ajena a estos contenidos. Los pocos textos que generan un estado distinto a la angustia pueden ir desde “conductor estrella su vehículo contra un semoviente en la carretera, no hubo daños que lamentar”, hasta alguna nota perdida como náufrago en el embravecido mar de las noticias alarmistas que dice: “bombero arriesga su vida para salvar a dos niños en un voraz incendio”. Más allá de estos contenidos, tanto los medios electrónicos como impresos dan cuenta de una palabra que lleva al ciudadano común a inquietarse por elementos adicionales más allá de sus urgencias cotidianas de completar para la canasta básica, pagar la luz o comprar el material escolar de los hijos...
Algo muy similar acontece con los mensajes enviados mediante la red: Estuve analizando los correos electrónicos que ingresaron a mi bandeja personal esta semana, reenvíos de buena voluntad hechos por amigos: De diez que llegaron cuatro tenían mensajes hermosos y esperanzadores; tres eran de corte cómico, y tres eran palabras torvas disfrazadas de buenas intenciones, para ejemplos vayan algunos: “El verdadero rostro del Holocausto Nazi”, presentación acompañada de un montón de imágenes que dan viva cuenta del mayor genocidio de la historia. Yo me pregunto cuál se supone que será mi ganancia como persona después de ver dicha presentación.
...Otro correo: “Si usted es secuestrado y lo obligan a retirar dinero de un cajero automático...”. O sea, usted o yo podemos ser secuestrados en cualquier momento, así que comience a angustiarse mucho desde ahora.
Un tercero: “Nueva modalidad de extorsión”... van a llegar a tu oficina, y te dirán que te tienen fichado, y que les pagues tal o cual... El sentido último del mensaje es desestabilizarnos más que prevenirnos.
Y así podría continuar con otros títulos: “La verdad detrás del 9/11”; una realidad, el “amero”; nueva forma de fraude; alerta de virus... y así sucesivamente, envueltas en buenas intenciones de quien lo envía, y quiero suponer que de sus autores originales, llegan palabras que provocan o exacerban la angustia; aumentan los temores racionales; nos generan fobias, y en fin, después de recetarnos estos textos nos quedamos quizás deseando no salir ni de la cama nunca más.
Nuestra actitud frente a la palabra escrita: En la medida en que procuremos textos angustiantes éstos van a existir; en la medida en que no comencemos a exigir otro tipo de noticias proliferarán las torvas. En la medida en que reenviemos correos electrónicos basura vamos a tener una contaminación emocional espantosa por la red... Está en ti, está en mí, este pedazo de historia lo escribimos tú y yo para nuestros hijos y nietos, el camino inicia aquí mismo, nosotros decidimos con qué palabras poblar nuestras memorias.
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