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Contraluz / REDES CIUDADANAS

María del Carmen Maqueo Garza

Las primicias de la Encuesta Nacional de Adicciones 2007 muestran un grave panorama; con relación a la última llevada a cabo cinco años atrás la adicción a las drogas se ha extendido exponencialmente entre nuestra población más joven; tal parece que ante el reforzamiento de la seguridad en nuestra frontera norte, pasamos de ser un país de tránsito a un país de consumo. Las cifras no mienten, el uso de alcohol, tabaco y drogas ilícitas se ha disparado, alcanza a nuestros niños de primaria y se iguala para ambos sexos.

Volteamos a los cuatro puntos cardinales buscando una explicación que satisfaga, pero sobre todo una solución que se antoje efectiva y viable, y nos quedamos mirando unos a otros, y finalmente concluimos que es un problema de tal magnitud, que no parece haber un modo de remediarlo. Enarbolamos banderas partidistas; criticamos a nuestras autoridades; nos enfocamos hacia la corrupción de figuras que debieran resguardar la ley y el orden pero no lo hacen... Sacamos la cabeza por alguna ventana de nuestra casa como tortugas, y luego de ello suponemos que el único modo seguro de cuidar a nuestros niños de la droga es aislarlos del mundo exterior.

Habría que analizar el escenario social en el que este crecimiento de las adicciones se presenta; las primicias de la Encuesta Nacional hablan de que el chico que proviene de un ambiente familiar (mono o biparental) está bastante más a salvo de caer en el uso de drogas. Y ahora habría qué ver la funcionalidad de nuestras familias mexicanas como base para el desarrollo de una sociedad.

Mario Garza Salinas, académico y coordinador del Diplomado en Seguridad Pública de la Universidad Iberoamericana en la Ciudad de México, ha hablado de la descomposición del entramado social como base de los fenómenos de inseguridad pública que se viven en la actualidad, y postula lo que en más de una ocasión hemos planteado en este espacio, que la solución a la inseguridad no es poner un policía en cada esquina, sino hacer el diagnóstico y tratamiento del mal social que la genera. Él pronostica que por el primer camino “tendremos inseguridad para otros cincuenta años”, o bien, que estaremos cavando nuestra propia tumba.

“Redes ciudadanas”: Muy al margen del uso que se ha dado con anterioridad a este término, yo me quiero referir a algo novedoso, y va en este sentido: Probablemente en el aula de nuestros hijos nos identificamos con dos o tres padres de familia con quienes coincidimos a la hora de revisar los intereses de los hijos; siempre hay adultos más afines con nuestro modo de pensar. Coincidimos en determinada actividad escolar y luego dejamos de vernos hasta que surge una nueva actividad que nos haga coincidir. Del mismo modo como hay los padres con quienes coincidimos, están los padres que ni siquiera identificamos, pues no se involucran en lo absoluto; esta indiferencia habitualmente va de la mano con comportamientos problemáticos en los hijos. Probablemente en forma individual evitamos “meternos en broncas” con la familia de ese niño problemático, y tal vez la escuela haga otro tanto, de manera que tenemos al chiquillo proveniente de una familia disfuncional, y con más elevado riesgo de conductas delictivas, aislado como hongo. ¿Pero qué sucede si en lugar de un padre de familia aislado son dos, tres o cuatro los que comienzan a involucrar a ese niño problemático en actividades grupales? ¿Y qué pasa si en conjunto se aborda a los padres del niño para tratar de que participen también? Que van a surgir resistencias, es seguro, pero si actuamos como una verdadera red ciudadana, algo se va a lograr. De igual modo puede hacerse en el propio vecindario, en iglesias, asociaciones o clubes de diverso orden, comenzar a establecer redes ciudadanas para combatir a la bestia de siete cabezas que amenaza con destruirnos como sociedad.

Si vemos en cuanto a intereses personales, acercarme a ese niño difícil es restar un riesgo a mis propios hijos. Si hablamos de amor al prójimo es ayudar en cierta medida a modificar una vida que de otra manera hubiera tenido un destino trágico.

Alguien que visitó Cuba me platicaba de cómo en aquel país cualquier ciudadano adulto en la calle tiene facultades para corregir a un niño que está obrando mal. Acá no queremos ni imaginarnos qué pasaría si lo hacemos de forma individual, ¿pero qué pasa si comenzamos a integrar una colectividad que más que sancionar presente opciones a ese niño, e indirectamente a su familia?...

Alguien puede decir que estoy mal de la cabeza... Yo le diría entonces que presente otra propuesta más viable, pero que ya basta de estar cavando nuestra propia tumba.

maqueo33@yahoo.com.mx

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