Planeta Tierra, año 2008: La raza humana comienza a vivir en carne propia las consecuencias de sus irresponsabilidades; los elementos de la naturaleza se vuelven en su contra, ese fuego que le permitió al hombre un avance histórico ahora engulle sus obras; el agua, líquido precioso dador de vida, arremete y destruye; el viento otrora manso, se vuelve furioso en su contra.
La figura de autoridad se ha resquebrajado desde su base, los seres humanos detentamos una autoridad formal sin el sustento de la autoridad moral, como dioses de arena. El poder es visto como ocasión para obtener beneficio propio; la corrupción encaja sus tentáculos malignos; no se respeta la autoridad en la vía pública, no se respeta en las aulas escolares o en los sitios de trabajo; no se respeta dentro del hogar.
Son graves las incongruencias entre el actuar y el decir de gobernantes y gobernados; maestros y alumnos; padres e hijos. Los adultos que debiéramos enseñar el respeto somos los primeros en no respetar; nosotros que debiéramos fomentar la disciplina somos los primeros en no acatar; cuando debiéramos con el ejemplo enseñar la contención somos los primeros en desbordarnos.
Dentro del hogar la autoridad del padre se impone, no se gana; se deja caer a rajatabla, no se aplica como un sistema de gobierno. En aquellos hogares donde la madre hace a la vez funciones de padre algunas veces agobiada por la doble responsabilidad, cede ante las demandas de los hijos y abandona la función de marco de referencia.
Estamos ciertos de que cada padre ama a su hijo y se esfuerza por darle lo mejor, pero en algún punto entre la intención del padre y la percepción del hijo se rompe esta línea; aunque el padre se esfuerza el hijo no percibe sus esfuerzos como algo positivo, y se genera un círculo vicioso. Nos urge encontrar un padre con un perfil particular que rompa estos círculos malignos.
Se busca un hombre valiente dispuesto a emprender la mayor inversión de toda su vida; la tarea es grande, pero las ganancias lo son más. Es un trabajo sin horario ni calendario que demanda una gran generosidad, pero así paga.
Un padre capaz de colocar como prioridad en su lista a los hijos. No importa su condición económica o su grado académico sino lo generoso que sea con su tiempo.
Un individuo con la suficiente inteligencia para tratar a sus pequeños con tanta cortesía como trataría al mejor cliente o al amigo más querido.
Se busca un padre tan seguro de sí mismo como para sonreír junto al hijo por cosas simples; decir “te quiero” tan seguido como sea necesario, y en su momento llorar.
Un hombre que sepa estar en contacto con sus propios sentimientos para que logre extender la mano y alcanzar los sentimientos del hijo.
Se busca un padre muy valiente que pueda decir “me equivoqué” o “perdón”, cierto de que no son los errores sino las incongruencias las que restan autoridad.
Un padre que se atreva a invertir tiempo al lado del pequeño que da sus primeros pasos; junto al chiquillo que busca hacer girar un trompo, o con el joven que no sabe cómo expresarse, al que tanto bien sentir un abrazo, y un “aquí estoy”... A sabiendas de que será el tiempo mejor invertido.
Se busca un padre tan sabio para entender que los hijos necesitan reglas que les marquen límites, y no laxitudes que los hagan perderse. Que ellos agradecen una autoridad amorosa pero firme que los contenga y les permita adquirir la fuerza necesaria para impulsarse de frente y avanzar.
Se necesita para el trabajo un individuo dispuesto a emprender la tarea más desafiante de la historia: Ser un modelo para ese ser que trajo al mundo.
Se busca un padre totalmente íntegro, capaz de establecer la diferencia entre sus aspiraciones y las del hijo... Un padre que no esté buscando realizar sus propios sueños en otros, y que reconozca en su descendencia el sagrado derecho de hacer su vida.
Se requiere con urgencia un padre tan libre que permita al hijo extender sus alas desde el alto risco y emprender el vuelo, con la mirada al frente puesta en sus más caros sueños.
Un alma grande que lejos de ver al hijo como una inversión para la vejez, lo vea como la obra cúlmen del artista, que cobra vida propia después del último retoque de su creador.
...Un padre tan feliz con su propia vida como para contagiar a otros ese estado interno, empezando por los suyos. Tan grande para entender su pequeñez; tan hondo para saber que la vida es el mar y la muerte puerto-puerta hacia un nuevo comienzo.
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