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Contraluz / SIN FRONTERAS

María del Carmen Maqueo Garza

En un instante el aula se encontró colmada de dulces notas; una mañana inusualmente fresca para ser de abril, con un viento manso que recogía aquella música vivaz para luego esparcirla por jardines y pasillos. Las instalaciones del DIF Piedras Negras fueron marco privilegiado para recibir a la flautista internacional Elena Durán, a quien un año antes escuchamos en el Teatro del IMSS con un espectáculo dedicado a Pedro Infante.

En esta ocasión el programa era un tanto más variado, en su mayoría piezas de compositores mexicanos, con una intención muy particular: “Flauta sin fronteras”, iniciativa de buena voluntad emprendida por la señora Durán, campaña urgente en un mundo amenazado por la guerra. El área física favoreció el intercambio personal con la artista quien se manifestó complacida de interpretar directamente para el público, rompiendo las barreras físicas que el foro impone. De una manera fresca y espontánea surgieron de aquella flauta transversa acordes que invitaban a los asistentes a aportar cada cual lo suyo, incluso los trinos de las avecillas en el exterior del salón daban respuesta a los agudos del metal, lo que resultaba divertido.

Ya hacia el final del espectáculo Elena Durán expresó la razón de su concierto de buena voluntad, nos señaló la singular posición que teníamos quienes estábamos con ella aquella mañana: “A ustedes que son frontera, les toca ser una frontera en donde haya paz, en donde se favorezca la unión, y no se marquen divisiones”. Las palabras de Elena me llevaron a recorrer mentalmente nuestras fronteras hacia el norte y hacia el sur; las fronteras de América y las del mundo, a través de sitios comunes para los humanos en ciudades grandes y pequeñas, en los cuales suponemos que hay paz pero algo en el ambiente nos dice que pudiera haber más, mucha más...

Fue a raíz de esta iniciativa de Elena que hoy me senté a escribir pensando en la paz, o más bien en la “no paz” que vivimos en el día a día: Dentro del hogar; en los sitios de estudio o de trabajo; en cruceros, avenidas, filas de pago... la “no paz” se adueña de nuestra voluntad, obnubila el entendimiento, nos enajena. Quizás en aquel estado de irritación personal emprendamos una acción en contra de terceros de la cual luego nos sorprendamos nosotros mismos, pero el daño ya está hecho para entonces. Y es en este estado de caos que nuestras mejores intenciones caducan, que nuestros propósitos humanitarios se sofocan, y el mundo resulta aún más violento día con día. Echemos una vista en derredor y examinemos los alcances del mal en el mundo, en donde los más afectados son nuestros niños.

Elena fue muy clara al respecto: su figura menuda crece exponencialmente hasta desbordarse a través de su música; cada una de aquellas armonías nos invita a los ciudadanos del mundo a procurar la paz desde nuestra pequeña parcela, desde ese sitio donde la historia nos ha puesto para actuar: Paz dentro de los hogares, que antes de desbocarnos reflexionemos; que antes de alzar la voz nos arrodillemos a pedir perdón; que antes de azotar la puerta y encerrarnos demos gracias al cielo por la vida y la compañía.

Paz en los sitios de trabajo, que los rumores se aplaquen con silencios virtuosos; que el vilipendio sea neutralizado por una frase amable, que los afanes por denostar y sumir al compañero para yo destacar, sean reemplazados por el esfuerzo para yo ser mejor dentro de mí, frente a mi trabajo, al margen de murmuraciones.

Con urgencia necesitamos paz en calles y cruceros; nuestros hombres y mujeres están sucumbiendo ante las enfermedades generadas por una mala administración de las emociones propias. Vivimos en un mundo que tiene demasiada prisa, un mundo que no sabe esperar dos segundos a que cambie la luz del semáforo; tenemos un ciudadano tan metido en sí mismo, que olvida que los demás tienen iguales derechos que él. Nos topamos ahora con un planeta gravemente resentido ante los embates de una generación, la nuestra, que no ha sabido salvaguardar el suelo que los hijos nos encomendaron amar y cuidar para ellos.

La primera conquista urgente está dentro de cada uno, ponernos en paz con nosotros mismos antes de querer conquistar el mundo. Necesitamos herramientas para forjar, no armas para atacar; música en el alma, no ruido en los sentidos; creer en el amor, no dejarnos dominar por el odio; contagiar la paz, no acrecentar la guerra.

La exhortación de Elena fue clara, fue una sola: Como ciudadanos del mundo nos corresponde trabajar unos por otros, entregarnos como hace su música, sin límites, sin distingos, como una flauta sin fronteras.

maqueo33@yahoo.com.mx

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