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Contraluz / VEINTICUATRO HORAS

María del Carmen Maqueo Garza

A lo largo del camino la palabra nos sorprende con su fuerza, hay algunas que expresan conceptos impactantes capaces de transformar una vida.

Me topo con un enunciado que dice: Si fueras a morir mañana, ¿qué desearías hacer durante tus últimas veinticuatro horas de vida? Cuando nos visualizamos en este punto crítico las cosas toman otra perspectiva, los elementos que conforman nuestra existencia adoptan un orden distinto al cotidiano, y se establecen prioridades; separamos mentalmente el grano de la paja, y nos enfocamos hacia lo trascendental. A partir de lo que contestemos a esta pregunta podremos discriminar si lo que hacemos en el presente es congruente con esas metas personales; si llevamos el rumbo correcto, o si con toda honestidad hay que reencaminar los pasos.

Existen elementos que muchas veces pasamos por alto en nuestro diario andar, lo que a la larga termina por convertir la vida más una tarea enfadosa que un arte precioso. Cuando echamos una vista a los fenómenos sociales del tercer milenio, podemos apreciar que el común denominador en la mayoría es la falta de una vida interior rica; gravitamos en torno a un medio externo enajenante que termina por absorber y anular nuestra personalidad si no nos mantenemos en una labor permanente de rescate individual. El entorno parece sugerir que la persona por sí misma no vale, y que es sólo a través de la imitación de las conductas de otros y la masificación, como se consigue la aceptación dentro de un grupo. Falacias que no hacen más que confundirnos y aislarnos.

Hoy no es un mal momento para revisar las herramientas que llevamos en nuestra mochila de viaje, y evaluar si son las apropiadas para conseguir ese proyecto de vida personal y único que es nuestro derecho desde la concepción; definir si lo que hoy hacemos es congruente con esa visión mental de lo que haríamos si supiéramos que nos quedan veinticuatro horas de vida.

A lo largo de la historia ha habido grandes maestros; algunos que han ocupado las páginas de gruesos tratados, otros muchos que han trascendido en su propio medio, a través de una vida colmada de profundo sentido; todos ellos han sido llevados por la fe en ellos mismos. Habrá qué medirla en nuestro caso personal.

Desde el momento cuando nos perfilamos como individuos, adquirimos el derecho a una vida propia con sus particulares características. Aquéllos que han hecho algo trascendental por su medio tenían un proyecto de vida, uno que se trazaron de jóvenes, persiguieron con singular entusiasmo como adultos, y legaron a las nuevas generaciones antes de partir. ¿Tengo yo un proyecto de vida bien definido?

Nuestro mundo actual es enajenante; nos aleja de la posibilidad de desarrollar un espacio personal; los diálogos interiores se abandonan y el individuo se refugia en el barullo exterior para acallar sus propias voces. El espacio de mí conmigo es seno de grandes cosas: ¿Yo lo procuro?...

Una cosa es encajar en un grupo social, y otra muy distinta es hacerlo pagando precio de sangre. Cada cual tiene derecho a una vida auténtica; a definir por qué caminos se lanza a vivirla; nadie aparte de él tiene derecho de decidir, nadie aparte de él tiene la responsabilidad de rendir cuentas al final del camino.

Quizás lo más hermoso que haya en este planeta sea la sonrisa de un niño pequeño; en sus ojos se destaca la capacidad de asombro que le lleva a hallar nuevas cosas para sorprenderse cada día. ¡Tenga yo una pizca de esa capacidad de asombro, para encontrar nuevos motivos de gozo mientras voy andando!

Se necesita un corazón muy grande para ser alegre, para anteponer la dicha a cualquier circunstancia que se presente. Los elementos del mundo exterior muchas veces nos anclan al suelo y nos impiden avanzar; crezcamos en el deseo de ser en otros.

Yo no represento más que una arenilla en la infinitud, pero el que yo esté aquí y ahora es importante para que se escriba la historia del hombre a través de los tiempos .

Nuestro corazón tiene diversas necesidades; una elemental es el sentido de pertenencia; identificarnos con el grupo; sentir que somos aceptados, y percibir que aún cuando nadie tiene obligación de estar a nuestro lado lo está, son regalos del cielo.

El anhelo último de todo ser humano es trascender a su propia condición perecedera, y la mejor manera de hacerlo es sirviendo a los demás. Habría que preguntarnos entonces: ¿Hemos vivido para acumular o para compartir? ¿Para retener o para dejar ir?...

Retomando la pregunta inicial: ¿Qué harías distinto hoy, si supieras que te quedan veinticuatro horas de vida?...

maqueo33@yahoo.com.mx

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