Esta semana ha resultado singular para nuestra nación, en escasas horas han coincidido tres celebraciones fundamentales para la idiosincrasia de nosotros los mexicanos: Las mágicas religiosas; las cristianas, y las ciudadanas.
Aún cuando el cambio de estación ocurrió este año antes del 21 de marzo, fue hasta ese día cuando se concentraron hombres, mujeres y niños en las diversas pirámides del país para recibir el equinoccio de primavera. A lo largo del centro y sureste del país, en los diversos centros ceremoniales prehispánicos, la celebración reúne a miles de visitantes, desde Teotihuacan, siguiendo por los estados de Tlaxcala, Hidalgo, y Chiapas, hasta llegar a la Península de Yucatán y Oaxaca. En la pirámide denominada El Castillo, del conjunto Chichén Itzá miles de asistentes vestidos de blanco, con los brazos en alto, esperaron la conjunción de luces y sombras que simbolizan a la Serpiente Emplumada que baja por la escalera norte del edificio para marcar el equinoccio de la primavera. Inclusive en algunas edificaciones como la de Teotihuacan en el Estado de México, y la de Tula en Hidalgo, la asistencia registró cifras nunca antes vistas, haciendo temer a los responsables de los lugares un riesgo de deterioro de los monumentos arquitectónicos. No es cualquier cosa hablar de noventa mil visitantes en un solo lugar, en un mismo día.
En la tradición cristiana, por su parte, se vivieron las celebraciones magníficas del Viernes de Pasión en muy diversos puntos de nuestra geografía nacional; destacan el vía crucis de Iztapalapa en el Estado de México con sus fieles y nazarenos que avanzan hacia el Cerro de la Estrella, improvisado Gólgota mexiquense, como lo hacen desde hace más de 150 años cuando un milagro atribuido al Señor de la Cuevita, erradicó una epidemia de peste. En otros puntos del país también tenemos manifestaciones religiosas, como ocurre en la ciudad de Taxco de Alarcón, Guerrero, en donde la procesión de penitentes, muchos de ellos encadenados, pidieron en esta ocasión por la paz. En ese mismo día se lleva a cabo la procesión del dolor en Tlaxcala, y las del Silencio en Oaxaca y San Luis Potosí, en estas últimas desfilan en profundo mutismo las diversas cofradías religiosas del lugar. En los distintos puntos del país vemos avanzar dolientes con un atado de varas espinosas sobre la espalda desnuda; otros más cargando una cruz equivalente a su propio peso; aquéllos encadenados, y éstos flagelándose con silicios de crin de caballo y espinas, una y otra vez, buscando purgar sus pecados.
Finalmente coincide este 21 de marzo con el natalicio de don Benito Juárez, el pastorcillo de un pueblito de Oaxaca que llegó a presidente de la nación, un mandatario que dejó todo un legado de civilidad y honor entre ciudadanía y autoridades, expresó, al triunfo de la República aquel discurso que lo inmortalizó:
“Mexicanos: encaminemos ahora todos nuestros esfuerzos a obtener y a consolidar los beneficios de la paz. Bajo sus auspicios, será eficaz la protección de las leyes y de las autoridades para los derechos de todos los habitantes de la República. Que el pueblo y el gobierno respeten los derechos de todos. Entre los individuos, como entre las naciones, el respeto al derecho ajeno es la paz”.
Venturosa coincidencia para los mexicanos en este mes de marzo, ocasión de hacer un cada cual un examen concienzudo como personas y como ciudadanos. Momento para entender que el mal de un grupo humano no surge por generación espontánea, ni es creado por unos cuantos. Viene a ser el resultado final de las tendencias de unos y la complacencia, o la negligencia del resto; que mirar en nuestro entorno inmediato y sentir que todo está bajo control no nos exime de responsabilidad frente a los grandes problemas que se dan más allá del quicio de nuestra propia puerta. Y que si yo como ciudadano estoy detectando una anomalía y no actúo de manera alguna para corregirla, el problema que resulte viene a ser también mi responsabilidad.
La Iglesia Católica clasifica los pecados en pecados por comisión y pecados por omisión; curiosamente estos últimos no los tomamos muy en cuenta. Tal es el caso de mi indiferencia que da pie a que otros hagan daño; mi apatía que permite que ocurran cosas que no debieran de ocurrir; mi displicencia que favorece el avance del mal. Mi desidia para no evitar algo que pudo haberse evitado...
Para todos los mexicanos, religiosos y agnósticos; políticos y ciudadanos comunes, este viernes 21 de marzo tuvo un significado particular. Es una fecha que invita a la reflexión y a los ajustes que requieran hacerse al rumbo de nuestra nave. Como nación, más vale que lo creamos así.
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