Hoy es un día tan especial, que no hallo cómo comenzar a escribir; me cruzan por la mente un montón de vivencias de los últimos días, mismas que cuando quiero atraparlas se me escapan como pececillos. De igual modo desfilan recuerdos de los pasados veintisiete años, éstos discurren frente a mí con un paso solemne, con la sobriedad que les ha dado el tiempo. Muchas cosas que viví en estos años, las más, han sido barridas por los vientos juguetones del olvido... algunas otras, las que tienen especial significado, se han quedado en la cava de mis dulces memorias para ser descorchadas una a una a lo largo de los años venideros.
Hace un par de días concluí mi ejercicio profesional dentro del IMSS; con la última checada dejo atrás no sólo los veintisiete años que marca mi tarjetón sino muchos más. Yo empecé a embeberme del color verde institucional desde los años de carrera, siendo estudiante recorrí las salas de hospital y accedí a los quirófanos de la Clínica 16 del IMSS en mi natal Torreón. A partir de entonces y hasta que muera, me considero parte de un gran sistema que permite hacer llegar el beneficio de la salud a amplios sectores de la población.
¿Por qué escribo esto tan personal hoy?... Porque estoy en obligación de dar un testimonio de vida a quienes apenas están comenzando su camino laboral; quiero dirigirme a mis hijos y a todos aquellos jóvenes de su edad para asegurarles que empeñar una vida en la consecución de una tarea vale la pena, que cuando una persona llega al punto donde yo me hallo ahora, entiende que no podría haber hecho algo mejor con su existencia. Que el ejercicio de disciplina de levantarse cada mañana para ir a trabajar, el no otorgarse excusas, y desempeñar con entusiasmo cada jornada laboral, es algo que a la vuelta del tiempo deja un buen sabor de boca. Que ser creativos y procurar la manera de hacer las cosas imprimiéndoles un sello propio, vuelve las jornadas de trabajo muchísimas veces más agradables.
Quiero decirles que en esta vida no hay más que de dos: O te inventas el modo para desarrollar tu trabajo de manera agradable y te regalas un buen día; o vas de malas y te la pasas de perros... Y que el resultado final de cada jornada no depende tanto de elementos externos como de tu propio propósito para ser feliz.
A esos jóvenes que frente a esta tendencia de hacer dinero fácil se preguntan si vale la pena ser asalariados, yo les diría que contar con un trabajo constante cuya remuneración llega puntual, provee de una gran tranquilidad económica a quien es cabeza de familia. Que cada cual define sus propias aspiraciones, y puede planear hacerse de un ingreso extra además del salario quincenal, pero sobre todo, que más allá del beneficio económico ejercer un trabajo nos proporciona dividendos internos, aprendemos cosas nuevas; probamos capacidades, enfrentamos desafíos que nos hacen crecer, y nos enriquecemos con amistades que a la vuelta del tiempo atesoramos como lo más precioso.
Ahora bien, haber trabajado durante estos años en la diaria lucha contra la enfermedad y la muerte, ha sido la oportunidad para aquilatar en su justa dimensión el gran milagro de la vida. Es tratar de entender desde la Bioquímica al ser humano en sus distintas facetas, es maravillarnos ante la delgada línea que separa vida y muerte, y apostarle a la vida. Es el enriquecimiento personal frente a la figura del enfermo, un ser humano quien en medio de su dolor físico y su angustia interna, encuentra la manera de mantener el espíritu elevado. Es aprender a ver a Dios a través de aquellas familias que cubren al enfermo con su amor, y estrechan sus lazos en el estrépito de la tormenta.
Hoy parto con el morral lleno de dulces recuerdos, no hacerlo sería faltar a la más elemental justicia. Pido perdón por aquellos ratos de desatino, y manifiesto que hallé mi trabajo como la gran oportunidad de aprender algo nuevo del paciente y de mis compañeros, pero sobre todo de mis errores.
Como en una tarde de lluvia sale el sol y se multiplica en cada gota, en cada charco sobre el suelo; en la vida se asoma Dios y se multiplica en cada ser humano, en cada sonrisa, en cada niño, en cada empeño. A lluvia y a vida las corona el arco iris, luz que se deshace, que se descompone, para que podamos convencernos de que existe.
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