Estado fallido es la expresión que corre. Prende en la hierba seca. El término proviene de un balance académico muy interesante sobre las condiciones básicas del Estado. Control sobre las fronteras, imperio de la Ley, garantías individuales, eficacia de las policías, etc. Se trata de un ejercicio de la globalidad para poder comparar la esencia de lo que un Estado debiera ser. Si tomamos la lista en términos binarios, si o no, probablemente México saldría reprobado. Pero ¿de verdad es nuestro país un Estado fallido?
El control de las fronteras no sólo depende de la fuerza de imposición de un Estado. Hay muchos otros factores que intervienen: demográficos, económicos, de guerra o paz, de supervivencia, etc. Es cierto México no tiene control sobre sus fronteras ni al Sur ni al Norte. En la del Sur la caprichosa orografía nos juega una mala pasada. Además la integración cultural de la zona maya es mucho más antigua que la formación de los estados nación de Guatemala y México. Si a eso le agregamos las diferencias económicas entre los dos países, más la migración de Centroamérica pues se trata de una mezcla complicada. Pero, ¿alguien duda de la existencia de dos países con historias nacionales, con gobiernos diferentes, con derroteros propios? Además, si de control sobre las fronteras se trata tendríamos que concluir que la mayor potencia del mundo, los Estados Unidos, tampoco tiene control sobre su frontera Sur. Cientos de miles de seres humanos la violentan todos los años y ni los rifles, ni los helicópteros, ni las cercas logran contenerlos.
Lo mismo ocurre con otras categorías, imperio de la Ley por ejemplo. Por supuesto que ese imperio es mayor en las naciones desarrolladas, pero las revueltas de Los Ángeles de los noventa o de Francia un lustro atrás nos llevarían a las conclusiones erróneas. Y sin embargo el ejercicio es útil: hay elementos básicos de un Estado que debemos observar y evaluar sistemáticamente. México sale mal en todos pero es difícil afirmar que sea un “Estado fallido”. Queda claro que en todos hemos fallado. Queda claro que en todos hemos evolucionado. Por más que nos quejemos del desempeño de la CNDH o de las comisiones estatales, la discusión sobre derechos humanos es muy diferente hoy de la que había hace un par de décadas. Mucho ha cambiado en el mundo y en el país. Me temo que también habrá cambios no deseables.
México se vanagloriaba y no sin razón de ser un país que gastaba poco en sus fuerzas armadas y en general en seguridad. Todavía en la década de los setenta y ochenta era un orgullo nacional frente al dispendio de otras naciones del Sur que dejaban ir mucho dinero en esos asuntos. Las fuerzas armadas mexicanas, por más que se les critique en algunos ámbitos, han sido fuerzas de paz. El Estado históricamente ha gastado sus magros ingresos en lo general con sentido común: educación, salud, infraestructura, etc. De que nos faltan recursos ni hablar, pero sería imposible explicar el desarrollo del país en el último medio siglo sin esa congruencia básica. Esa fórmula tendrá que matizarse, el mundo nos lo impone.
En los próximos años, quizá décadas, México necesitará invertir más en cuestiones básicas de todo un Estado. Seguridad, policías, fuerzas armadas, administración de justicia, etc. Un país que todavía tiene alrededor de 14 por ciento de su población en situación de pobreza extrema, se verá obligado a gastar más dinero público en los cimientos: seguridad y defensa. La noticia es mala pero ¿tenemos otra opción? Si la inestabilidad provocada por el narcotráfico, por el crimen organizado, sigue creciendo el país será sacudido de manera aún más severa. Lo más grave es que en esa situación no se puede garantizar crecimiento, desarrollo, mayor justicia social. Absurdo, tendremos que gastar más de los escasos centavos en fuerzas policiales y armamentos en lugar de en médicos o maestros o escuelas. Pero de nuevo ¿qué opción nos queda? Evadir nuestras debilidades podría acentuar los rasgos fallidos de nuestro Estado.
La única opción de largo plazo es buscar la corresponsabilidad. El pasado discurso del presidente Calderón en Naciones Unidas apuntó en ese sentido. Cansados de las inútiles cantaletas internacionales, muchos mexicanos ya no siguen los pronunciamientos. Este no tuvo mayor repercusión interna. Pero el rumbo fue correcto. Si de verdad deseamos en el mediano y largo plazo que México no sea un “Estado fallido” tendremos que gastar en eso que antes dábamos por garantizado. Pero debemos admitir que no es lo deseable y que para salir de la trampa, para poder gastar más en programas de infraestructura, de educación, de salud, de desarrollo social que propicien mayor bienestar y justicia, más vale que vayamos construyendo una salida. Es allí donde la corresponsabilidad deberá convertirse en una política de Estado.
Más allá de los dimes y diretes partidarios, de las diferencias de matiz entre las gestiones, México debe mantener una política internacional de corresponsabilidad. Será por momentos incómoda, pero no hay salida. Tenemos que volver a mirar con severidad el escenario. Si bien es cierto que el popular dicho “nosotros ponemos los muertos ellos las narices” ya no es del todo válido, también lo es que el principal problema nos viene de un consumo sin freno del otro lado de la frontera. A partir de ahora ese consumo será parte de la perpetuación de la injusticia de nuestro país. Más vale que seamos críticos y que encontremos ese territorio común a los mexicanos en el cual esta lucha es muy concreta y definida. Los partidos políticos y la diplomacia mexicana tienen desde ya esa misión.