Siguen las malas noticias para el Gobierno de George W. Bush, justo cuando está empacando sus chivas para marcharse rumbo al ocaso y dejar que la historia lo juzgue. Y es que la semana pasada se anunció el peor crecimiento en el índice de desempleo desde febrero de 1986. Subió de un 5% en abril al 5.5% en mayo. Que en más de veinte años no hubiera ocurrido algo así, no hace sino continuar reafirmando las predicciones de que se viene una recesión de padre y señor mío. El de mayo fue, además, el quinto mes consecutivo en que el desempleo aumentó.
En estos momentos hay 8.5 millones de desempleados en la Unión Americana. Es el número más alto desde octubre de 2004. Y aunque históricamente ninguno de estos números es como para que le dé a nadie el patatús, sin duda son señales de que algo muy gordo le está ocurriendo a la economía de nuestros vecinos.
La crisis hipotecaria que se ha venido gestando desde el año pasado es parte del problema; como derivado del mismo, hallamos que los jóvenes que ingresan al mercado laboral encuentran menos ofertas que generaciones anteriores, creando una frustrante espiral de empleos mal pagados y largos ratos en desempleo forzado. Y muchas empresas prefieren recortar personal y guardarse las inversiones para cuando el horizonte se vea menos encapotado.
Por supuesto, esto nos va a pegar, y de varias maneras. Menos inversiones implican menos demanda de todo, incluidas nuestras exportaciones. Menos empleos significan un incremento en las tensiones entre la población pobre norteamericana y los inmigrantes ilegales que, según esto, están robándoles las chambas. Más xenofobia provocará persecuciones, y el miedo correspondiente impedirá que el dinero de las remesas siga fluyendo tan fácilmente hacia las regiones más empobrecidas de México. No hay manera de zafarse: es el problema de dormir al lado de un elefante.
Los economistas republicanos insisten en que todo se debe a una crisis de confianza de la gente. Lo que callan es lo que le está costando al pueblo y la economía de Estados Unidos ese berenjenal que es Irak. Y es que esa alocada aventura está resultando carísima, y está siendo financiada de la peor manera posible, vía déficit. Y al parecer, no serán sólo las generaciones futuras las que vendrán pagando esa irresponsabilidad: los efectos se están sintiendo hoy en día.
El caso es que la economía será el eje en torno al cual girarán las campañas presidenciales de ambos partidos. McCain se presenta como un adalid de la reforma fiscal. Obama no parece tener muchas ideas, fuera de echarle toda la culpa, peladita y sin semillas, a los republicanos. A lo mejor le funciona.
Lo que sí es que la economía norteamericana requiere de más acción y menos retórica. Y a nosotros nos conviene que ello ocurra a la brevedad.
