Jóvenes de ejidos son ahora empleados y obreros.
Ejidatarios de El Saltito y sus familias están resentidos con las autoridades locales y la sociedad, por mostrarse indiferentes ante sus problemas de pobreza, sequía y falta de infraestructura básica. Los asentamientos de lujo que llegaron a sus tierras para quedarse transformaron el rostro de esta comunidad rural.
ANTECEDENTE
El Saltito fue fundado hace casi un siglo y tiene a la fecha un censo de 250 familias, entre las que se cuentan 30 hogares que encabezan madres solteras. Su población, según datos levantados por las autoridades del lugar, es predominantemente joven.
Su actividad económica tradicional era la agricultura, pero al perderse poco a poco algunas hectáreas la mayoría de la gente optó por no sembrar y mantener como se puede a su escaso ganado.
Los jóvenes que tuvieron en sus manos la oportunidad de perpetuar el trabajo arduo en el campo que sus padres y abuelos realizan ya se convirtieron en empleados de maquilas, fábricas de muebles, en trabajadores del sector de la construcción o en servidumbre y veladores en las mansiones contiguas.
JUVENTUD
De acuerdo a un estudio de agosto de 2002 emitido por Fideicomisos Instituidos en Relación con la Agricultura en el Banco de México, dependencia conocida por sus siglas como FIRA, del total de habitantes que hay en el país que suman poco más de 100 millones, cerca de 38 millones tienen entre 15 y 34 años.
Lo anterior lleva a considerar que los proyectos productivos a implementar en el sector rural deben tomar en cuenta y fincarse en la participación de la juventud a través de proyectos productivos.
Ocho localidades de la República Mexicana concentran la población joven, éstos son: Distrito Federal, Estado de México, Veracruz, Jalisco, Puebla, Guanajuato, Michoacán y Chiapas. Como en otras partes del país, los poblados se quedan solos y los cinturones de pobreza crecen en las zonas urbanas y son integrados por obreros, subempleados y desempleados.
IGNORADOS
Cientos de familias de apellidos pudientes de clases media alta y alta son ahora sus vecinos y el contraste en el paisaje del sur de la ciudad, rumbo a la carretera Durango-Mazatlán, es lastimosamente contrastante.
Los fraccionamientos Loma Dorada, Lomas, Ampliación y Paseo de El Saltito tienen pavimento y alumbrado en el 100 por ciento de su superficie y otros servicios básicos de primera, como drenaje y agua potable.
En cambio, los pobladores del ejido esperan desde hace cuatro años una solución para salvaguardar su red de drenaje que, tras la construcción de una barda por los fraccionadores para separarlos de los ricos, les quedó del otro lado.
“No queremos imaginar qué va a pasar con nuestro drenaje, cuando la gente empiece a cavar para construir sus casas del otro lado”, expresan preocupados integrantes de una familia de la calle Los Álamos.
DESIGUALDAD
Las cercas divisorias hechas de manera rudimentaria con ramas de mezquite y alambre de púas se ven humilladas por el muro de cantera de casi tres metros que se erige pasando la calle de tierra. Con ésta se marca el límite con el exclusivo fraccionamiento Loma Dorada.
El pasado mes de abril autoridades locales iniciaron con millonaria inversión la obra de ampliación de la avenida La Salle que pasa junto a El Saltito. Esta acción favorecerá a exclusivos asentamientos pero no tocará ni un centímetro las polvorientas calles del ejido.
La citada vialidad es el medio por el que también apuradas madres de familia en camionetas y coches último modelo de lunes a viernes llevan y traen a sus hijos al Colegio Guadiana, institución católica de origen lasallista.
Salir o entrar al ejido a las 8:00 de la mañana o cerca de las 2:00 de la tarde se convierte en una tarea casi imposible y demanda a los ocupantes de modestos vehículos hasta media hora.
“Tenemos que echarles nuestros carros encima a los padres de familia para que nos dejen entrar o salir del ejido... pero nosotros también tenemos la necesidad de llevar a nuestros hijos temprano a las escuelas de otras colonias”, cuenta el comisariado ejidal Guadalupe Salcido Jara.
REGALADO
Los apellidos López, Jara, Hernández, de los antiguos propietarios, cambiaron por otros conocidos en la alta sociedad: Saravia, Pacheco o Palacios.
Chuy, un hombre de edad avanzada sentado en el exterior de su casa, comenta que la gente que vendió sus tierras las dio muy baratas y las jugosas ganancias que generó su urbanización fueron para constructores de apellidos Sánchez Sariñana, Domínguez Flores, entre otros.
La hectárea de tierra ejidal la pagaron los empresarios en 300 mil pesos, cantidad en la que ahora se vende un terreno a particulares, mientras que las casas en los citados fraccionamientos se cotizan desde 500 mil a hasta en más de un millón de pesos.
INFRAESTRUCTURA
Amas de casa recorren a pie las calles de tierra para tener trato con sus vecinos, ir a la miscelánea o a la escuela a dejar a sus hijos, quienes carecen de un área recreativa para jugar.
Tienen apenas unas canchas deportivas producto de la cooperación de los pobladores, pero son un riesgo para los menores al no estar cercadas y pasar la ruta del transporte urbano a un lado.
“Hemos pedido a las autoridades en muchas ocasiones que nos apoyen con pavimento, juegos, alumbrado público en todas las calles y reposición de la red de drenaje, pero no hemos obtenido respuesta”, denuncian por separado la autoridad ejidal y una madre de familia de nombre María, quien pide no se citen sus apellidos por el temor a que el partido político que le apoya con despensas pueda recriminarle sus declaraciones.
El ritmo de vida del ejido cambió, los mayores son los que salen a primeras horas del día a sus cultivos de avena forrajera, mientras sus hijos se alistan para cumplir jornadas de más de ocho horas en factorías o en obras en construcción públicas o privadas.
Laura Ramírez Ayala
El Siglo de Durango