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Crisis de Estado

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Luis F. Salazar Woolfolk

Entre los comentarios de prensa hechos sobre el Segundo Informe de Gobierno del presidente Felipe Calderón Hinojosa, muchos de ellos hacen el juego a una oposición ciega empeñada en que al presidente y en consecuencia al país le vaya mal a cualquier precio.

Son pocos los comentarios que tocan el tema con criterios de corresponsabilidad de todos los actores sociales y políticos y es lamentable, porque la gravedad de la situación por la que atraviesa la patria, revela una crisis de gran amplitud, que excediendo a los ámbitos de Gobierno afecta al Estado y a la Sociedad en su conjunto.

Lo anterior es el resultado de que los mexicanos no hayamos hecho la Reforma Política y de actitud que el desplome del sistema de partido de Estado exige desde el año dos mil, en que el Partido Revolucionario Institucional perdió las elecciones presidenciales poniendo fin a una era de setenta años de hegemonía, que abrió las puertas a la alternancia y a la cohabitación plural en el ejercicio de poder.

Se entiende que si el viejo sistema político se derrumbó a golpe de votos, fue por que había agotado su ciclo histórico y se hacía necesario un cambio que no habría de venir solo, sino de la voluntad constructiva de los factores reales de poder en su conjunto.

La estructura jurídica y el sistema político anteriores al año dos mil, fueron diseñados y construidos para procesar el ejercicio del poder presidencial omnímodo desde la cúpula, a despecho de la división de poderes y del federalismo, que hasta entonces fueron letra muerta.

Fuera de la Presidencia de la República los priistas perdieron su eje rector y al desaparecer la cabeza que fue del sistema que al propio tiempo era jefe del Estado, del Gobierno y del partido, se liberaron los tentáculos de una hidra que antes obedecían a esa cabeza electoralmente decapitada. Dichos tentáculos consisten en las múltiples versiones del PRI que existen en cada estado del país, en los grandes sindicatos de mineros, telefonistas, electricistas, profesores, burócratas, etcétera y en general, en todas las corporaciones sobrevivientes, que durante décadas estuvieron corporativamente unidas al desplomado sistema.

Hasta el Partido de la Revolución Democrática puede considerarse un tentáculo del antiguo régimen, anticipadamente escindido a raíz del proceso electoral de mil novecientos ochenta y ocho, en las que un grupo de priistas importantes defeccionó llevando consigo a una parte importante de la vieja estructura, que dio la lucha electoral encabezada por Cuauhtémoc Cárdenas.

Por ello, a la caída del sistema era obligado que el Gobierno de la alternancia, el partido en el poder y los partidos de oposición, hubieran iniciado la Reforma del Estado de manera inmediata, incluyendo a los factores reales de poder sobrevivientes del viejo régimen, así como a los que emergieron en la nueva era, a saber: los empresarios que asumieron un protagonismo activo desde las postrimerías del priismo, la Iglesia que fue investida de reconocimiento legal y en general, de los amplios sectores de la clase media excluidos del viejo régimen, que hoy constituyen una considerable fuerza electoral pensante y activa.

La reforma del poder, sin embargo, continúa pendiente y aunque PRI y PRD culpan de ello a los Gobiernos panistas, lo cierto es que aparte de dicha responsabilidad que es evidente, enfrentamos dos realidades: el desempeño de la Oposición es semejante a la de una jauría de perros rabiosos en torno al Gobierno en turno y la generalidad de los factores de poder desde los gobernadores de los estados hasta los cuida-coches del Centro de las ciudades, no piensan sino en conservar y en acrecentar sus posiciones y privilegios a cualquier costo. En este país todos queremos el cambio hacia la modernidad, pero por lo visto nadie estamos dispuestos a pagar el precio.

Los gobiernos estatales priistas han recreado, corregido y aumentado el viejo régimen, incurriendo en excesos que en la era priista eran impensables.

Por ello frente al absurdo cuestionamiento que se le hace al presidente de la República en el sentido de que vaya o no a terminar su mandato de seis años, resulta obligado preguntar quién se haría cargo del Poder Ejecutivo en forma interina: ¿“El Peje”?, ¿Beltrones?, ¿Carlos Slim?, ¿ López Dóriga?, ¿Marcelo Ebrard?, ¿Brozo?, ¿Romero Deschamps?, ¿Muñoz Ledo?..

El régimen priista cayó porque agotó su ciclo histórico y las fuerzas políticas de Oposición se empeñan en regenerar la vieja estructura para montarse en ella. Sin embargo, no es forzoso que esté cerca el retorno del PRI a Los Pinos como piensan numerosos analistas, porque los gobernadores priistas son los primeros interesados en evitar una nueva versión de la Presidencia imperial, que acabaría con su condición de reyezuelos absolutos. La aparente unidad de la que presumen actualmente los priistas, estará a prueba en el momento en el que tengan que elegir candidato a la Presidencia para el año dos mil doce.

Lo que está cerca es un deterioro sin límites, si seguimos postergando la reforma política y la celebración de un nuevo pacto entre los factores reales de poder que salve a México, del caos al que lo lleva la falta de solidaridad de la clase política y los embates del crimen organizado. En este tema, los partidos, los sindicatos, los gobernadores, los presidentes municipales, los empresarios y los medios de comunicación tienen la palabra.

Correo electrónico: lfsalazarw@prodigy.net.mx

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