Ferrán Adriá, el chef español considerado el número uno del mundo, por sus creaciones gastronómicas.
A dos horas en automóvil desde Barcelona, por un mal camino, y en un lugar llamado Cala Montjoi, se encuentra el restaurante considerado el mejor del mundo: Se llama “El Bulli”, y su fama se debe al chef extraordinario que lo maneja: Ferrán Adriá.
Es tan bueno el Bulli, que ostenta el primer lugar por votación unánime de los principales chefs internacionales; y la Casa Michelín, que otorga cuatro estrellas de excelencia a los mejores restaurantes, estudia concederle al Bulli cinco estrellas, lo que será algo excepcional en el mundo de la alta cocina.
Ferrán Adriá tiene 44 años de edad, está entregado por entero a la creación de sus exquisitos platillos, al grado de que los seis meses que el Bulli está cerrado, los emplea en crear las nuevas delicias que deleitarán a sus comensales.
En el centro de Barcelona tiene una súper cocina, donde una docena de chefs, bajo las órdenes de Adriá, experimentan nuevos sabores, olores y colores.
Ferrán Adriá es copropietario del Bulli, junto con Juli Soler, quien tuvo la visión de confiarle la cocina del restaurante al joven de entonces 21 años de edad, sin tener mayores referencias. Cuando Adriá llegó al restaurante, éste tenía dos estrellas Michelín, pero el nuevo chef logró en poco tiempo una más, y enseguida otra, y ahora está por conseguir la quinta, que ningún restaurante tiene.
La historia de este extraordinario chef es muy simple: a los 17 años lavaba platos en un restaurante de Castelldefels; hizo su servicio militar preparando la comida de los soldados, pero era tan buena que fue ascendido sólo para que se encargara de la comida de los oficiales. Al terminar el servicio militar, trabajó en pizzerías y bares de tapas, y a los 21 años llegó al Bulli, del que sólo sabía que en catalán significa “bulldog”.
Y entonces, ¿cómo se convirtió en un chef tan excepcional? El mismo relata que en todos los ratos libres que tenía se dedicaba a estudiar menús y recetas de cocina; tomó un curso con Jacques Maximin, gurú de la “nouvelle cusine”, quien le enseñó la máxima que siempre sigue: “Creatividad es no copiar”, y se dedicó a experimentar ingredientes y sabores.
Fue así como ha creado maravillas como la gelatina caliente, el helado salado, y platillos que no se comen con tenedor y cuchillo, sino que se toman con un sorbete. Una vez, en televisión, presentó un platillo sorprendente: arrancó la pata a una silla sin barnizar, le prendió fuego que apagó con aceite vertido con pasmosa lentitud, al mismo tiempo que cocía arroz en una estufa. Al final, mezcló el arroz cocido con el aceite usado para apagar el fuego de la pata de la silla, e invitó al auditorio a probar aquel nuevo e inusitado platillo, al que bautizó como “arroz a la leña”, y que todos calificaron como excepcional. De postre, ofreció yogur. La osadía de Adriá tuvo una consecuencia: desde ese día, se dice que en muchas casas hay sillas a las que les falta una pata.
Otra de sus grandes creaciones exclusivas es el timbal de helado de albaricoque y toffe de Amaretto con espuma de almendra.
Adriá es tan bueno, que por eso tuvo a su cargo el menú que se ofreció en la boda real de Felipe de Borbón y Letizia Ortiz: Yemas de espárragos blancos de Todela con trufas de verano y su sopa, Ravioli ibérico de tomate y vinagre al Jerez, pechuga de pato en escabeche ligero al vino, y puré de limón. Y de postres: Chocolate, coco y frutas secas, y con el café “pequeñas locuras”, que fueron dulces caprichosos de secreta invención del famoso chef.
El Bulli se encuentra en la calle Roses, en Girona, región de Cataluña, cerca de la cala de Montjoi, y cuando se pregunta por qué no está en Barcelona, se responde: “Porque en la ciudad lo único que importa son los negocios”.
